María Elena Walsh ya presta su nombre a una avenida de La Plata y Adolfo Bioy Casares espera acceder a un tramo del pasaje Schiaffino de Recoleta. Estas son las últimas novedades de una tendencia que se fue abriendo paso sobre todo en la cartografía de Buenos Aires a partir de la vuelta de la democracia: dotar a calles, pasajes, algunas plazas y hasta estaciones de subte con nombres de escritores. Así se puede ir armando un canon literario que por momentos se asemeja a un laberinto borgeano.
› Por Juan Pablo Bertazza
Si tener calle significa gozar de experiencia, sabiduría y savoir faire, tenemos un grave problema en esa expresión o, al menos, en la nomenclatura de las calles que aun hoy siguen homenajeando a militares y batallas en una mezcla que puede ir de Güemes al coronel Ramón Falcón. Más allá de eso, se sabe que el mapa urbano reproduce los cimientos en los cuales se levantó la Nación, y es así que constituye un lugar común encontrar entre los nombres de calles profusión de batallas, próceres, políticos, provincias y hasta valores como libertad, igualdad y fraternidad.
Ahora bien, pueden rastrearse, al menos, tres etapas en lo que hace a la nomenclatura de las calles porteñas, entre las cuales paradójicamente no figura la calle Buenos Aires –que sí está incluida en la mayoría de las restantes provincias argentinas–: la primera etapa tiene lugar desde 1580, con la fundación de Juan de Garay, y los nombres corresponden, en su mayoría, a santos católicos, edificios públicos de la época, e incluso el nombre de algún vecino notable. El objetivo de esas nominaciones era, justamente, resaltar la jerarquía de algunos propietarios adinerados. La segunda etapa comienza en 1808 cuando innumerables nombres de calles empiezan a amoldarse a la resistencia desplegada contra las Invasiones Inglesas (Victoria, Defensa, Reconquista, son algunos ejemplos elocuentes). La tercera etapa, post-Revolución de Mayo e Independencia, plasma la transformación del mapa urbano en torno de las batallas, regiones y países que aluden a la 9 de Julio, muchas de las cuales perduran en la actualidad (la misma 9 de Julio, Maipú, Chacabuco, Venezuela y Perú).
La etapa que actualmente vivimos en lo que a nomenclatura de calles respecta empieza en 1983 cuando, a tono con una política progresivamente más enfocada en los derechos humanos, se empieza a cambiar nombres de represores y políticos de dudoso calibre por hombres del arte, la cultura o los derechos humanos como Azucena Villaflor, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, cuya calle se encuentra en Puerto Madero; y, claro, andando los años de la democracia, también empezaron a proliferar las calles con nombres de escritores. Es así que de todas las calles que hay en Buenos Aires, hoy aproximadamente ochenta remiten a autores, libros, personajes literarios y hasta a un capítulo de un libro emblemático de nuestra literatura, un porcentaje todavía bajo con respecto al total (las calles de militares suman trescientas treinta y ocho), pero mucho más estimulante que setenta años atrás. Tanto es así que, más allá de ciertas ausencias que llaman la atención, da la sensación de que más escritores de lo que uno cree a priori tienen su calle: además de las más conocidas –Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Scalabrini Ortiz, José Hernández y Lugones–, hay otras bastante desconocidas para todo aquel que no viva en la zona (Homero, Holmberg, Macedonio Fernández, Enrique Banchs, Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Miguel de Unamuno, Emilio Zola, Ricardo Güiraldes, Manuel Gálvez, Roberto J. Payró y Shakespeare, por ejemplo). Por otro lado, se trata de una tendencia que promete seguir creciendo.
Si el filósofo Walter Benjamin proponía que la mejor manera de conocer una ciudad consiste en perderse en sus calles, ¿sería legítimo sacar cierta chapa de ignorancia y perderse entre la nómina de escritores? ¿Cuál es el canon de las calles literarias? ¿Hay alguna lectura, alguna exégesis, alguna interpretación en el trazado de las calles que le son asignadas a cada escritor? ¿Con qué criterio se distribuyen las calles de los escritores? ¿Pesa más la biografía, el estilo, la residencia, el lugar de nacimiento o el lugar de su muerte? En primer lugar, si hacemos una línea de tiempo, podemos decir que, en materia de literatura, las calles porteñas van desde el poeta griego y ciego Homero hasta Alejandro Dolina (único escritor vivo que, además de contar con la plaza mencionada, tiene el privilegio de haberle sido asignado el Pasaje del Angel Gris), en una elección que prioriza escritores argentinos, luego europeos y, en último lugar, latinoamericanos. Un canon eurocéntrico que, en el plano nacional, resulta notable por privilegiar a la generación del Centenario, con Manuel Gálvez y Alberto Gernuchoff, o nombres menos conocidos como el de Ricardo Monner Sans. “Que haya tantos escritores argentinos no tan destacados de principios del siglo XX tiene que ver con que, en su momento, los que se encargaban de decidir los cambios de calle eran gente adinerada que sólo buscaban homenajear a los de su misma clase, afortunadamente eso fue cambiando”, explica Diego M. Zigiotto, autor de Las mil y una curiosidades de Buenos Aires (Editorial Norma), uno de los pocos libros que, en su capítulo Las callecitas de Buenos Aires tienen ese “qué sé yo”, ¿viste?, indagó el apasionante mundo de los nombres de las calles.
Otra fuente de consulta es el Diccionario de las calles de Buenos Aires del Dr. Miguel Lusem, un abogado que descollaba respondiendo sobre avenidas, calles y pasajes en el programa Odol Pregunta.
Siguiendo con el canon de las calles, hay que decir que se priorizan los clásicos, aunque hay también lugar para la literatura infantil y juvenil, como es el caso de la calle Caperucita (ubicada en la zona de Parque Chacabuco) y de la calle Edmundo d’Amicis (en el barrio de La Paternal), en honor al novelista italiano autor de la célebre Corazón (1886). Por otra parte, hay algo del canon callejero que recuerda el criterio de los manuales escolares, algo que se ve especialmente en las calles que homenajean a escritores internacionales: así como en los viejos manuales de literatura se les daba especial preponderancia a la poesía y el teatro por sobre la novela, no faltan las calles Lord Byron, Antonio Machado, Shakespeare, ni la de Miguel de Cervantes.
Por otra parte, así como suelen detectarse paradojas con una guía Filcar en mano –el hecho de que Independencia corra tan cerca de Estados Unidos, o de que Estado de Israel se cruce con Palestina–, analizar las calles asignadas a escritores depara ciertas sorpresas como el cruce, por ejemplo, de dos escritores que nadie relacionaría bajo ningún aspecto: Alfonsina Storni y Macedonio Fernández, que se cruzan en el literario barrio de Saavedra, el más plagado de escritores junto a Villa Luro; o el caso inverso: ciertas conexiones que se dan como sucede con la calle Manuel Gálvez, paralela a un realista con el que tenía mucho en común, el español Benito Pérez Galdós.
Si hablamos de los motivos de la asignación de una calle de determinado barrio a cierto escritor, en general, influye el lugar donde vivió ese autor, como son el caso de Jorge Luis Borges, quien vivió desde 1901 y hasta 1909 con sus padres y su hermana Norah en un solar ubicado en la calle Borges al 2135 (cuando, claro, Borges se llamaba Serrano), y también de Cortázar, Marechal y Bioy Casares, cuando finalmente se apruebe la reforma. Cabe agregar que tanto Borges como Lugones dejaron expresamente dicho que no querían tener calle, pero obviamente fueron desoídos.
En otros casos, los motivos no tienen que ver con los lugares de residencia sino, simplemente, con el surgimiento de nuevas calles que sirven para saldar deudas con escritores que aun no tenían su chapa, como es el caso de la calle Victoria Ocampo en Puerto Madero, barrio que intentó compensar la llamativa ausencia de mujeres en el plano de la ciudad.
También existen casos inexplicables, como la calle Evaristo Carriego que se encuentra emplazada en el barrio de Flores, muy lejos del Palermo al que tanto le escribió uno de los poetas predilectos de Borges.
Por su parte, así como la literatura no está hecha sólo de presencias, también en el mundo de las calles de escritores abundan las ausencias. Entre las más llamativas podemos destacar las de Oliverio Girondo, Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo y Antoine de Saint-Exupéry, un escritor francés muy cercano a la Argentina. Pero sí tienen otros autores extranjeros muy allegados por una razón u otra a la Argentina como Julio Verne (quien ubicó su Faro del fin del mundo en Ushuaia), Paul Groussac y Guillermo Enrique Hudson (autor de Allá lejos y hace tiempo, quien, si bien nació en nuestro país, vivió casi toda su vida en Inglaterra). A Verne le tocó residencia en La Boca, a Groussac en Villa Luro y a Hudson en Lugano.
Si uno de los últimos en imponer su calle fue, a fines de los años ’90, el gran poeta Federico García Lorca sacándole un tramo a Cucha Cucha (nombre que remite a un paraje chileno, escenario de una batalla en la que el general Juan Gregorio de Las Heras venció a fuerzas realistas el 23 de febrero de 1814), en junio de 2009, la Legislatura resolvió que la plaza ubicada entre las calles Donato Alvarez, Avellaneda, Bogotá y Cálcena dejara de llamarse Pedro Eugenio Aramburu para pasar a denominarse Plaza del Angel Gris, en homenaje a la emblemática invención del Negro Dolina, tras años de lucha de los vecinos de la zona que rechazaban que ese espacio recordara al militar responsable de los fusilamientos de junio de 1956. Un reconocimiento que acaba de tener, aunque lamentablemente luego de su muerte, María Elena Walsh, quien ahora presta su nombre a la Avenida Principal de la República de los Niños en La Plata; y que, todo así lo indica, pronto tendrá Adolfo Bioy Casares, tomando una de las dos hermosas cuadras de Schiaffino en Recoleta, aunque se puede consignar que, curiosamente, Bioy Casares ya cuenta con una calle en Madrid.
Sin embargo, cambiar el nombre de una calle tampoco es cosa de soplar y hacer botellas, en primer lugar porque la responsabilidad de hacerlo (al igual que sucede en el caso de nombres de hospitales y escuelas) recala en la Legislatura porteña, aprobando determinado proyecto, una vez que tuvo lugar una consulta ante la Comisión de Nomenclatura Urbana. Una vez aprobada la propuesta, el paso inmediato es acceder a una audiencia pública, en la que los vecinos y distintas personalidades relacionadas con la propuesta puedan discutir el cambio. Pero ahí no termina el trámite: una vez alcanzada esta instancia, el proyecto debe aprobarse “en segunda lectura”, y entonces sí ratificarse o revocarse de manera definitiva.
Una vez hechos los trámites, entonces, sí, la literatura tendrá su chance de ganar la calle.
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