Puede sorprender escuchar de boca de un historiador que el presente es más importante que el pasado. Pero no es tan sorprendente si se trata de Hyden White, el filósofo que hace ya años reveló la estructura narrativa del discurso histórico. De paso por la Argentina, donde presentó su nuevo libro Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica (Prometeo), habló en esta entrevista sobre la inadecuación de sus colegas que han quedado atados a esquemas clásicos y reivindicó a escritores que, como Toni Morrison, Coetzee o Sebald, anticiparon la renovación del discurso histórico en sus novelas.
› Por Juan Pablo Bertazza
En la mañana de la habitación 112 del cómodo hotel Bell Air, se escuchan al mismo tiempo dos voces que, a pesar de resultar prácticamente opuestas, comparten su mensaje. Una se escucha de fondo de ambiente y sale de la radio: una voz joven, femenina, algo nasal y latinoamericana que canta “el presente es lo único que tengo / el presente es lo único que hay”. A pesar de sonar algo entrecortada, la otra voz ocupa el centro de la escena; es una voz masculina, algo cavernosa y ajada por el tiempo que masculla en inglés: “Lo único que importa es el presente, el gran error de muchos historiadores es considerar que el pasado está totalmente separado del presente. Algunos dicen que no se puede entender el presente sin entender el pasado, es cierto; pero también debemos estudiar el presente para entender el pasado, porque si no entendés dónde estás parado, ¿dónde vas a buscar el pasado?”. La paradoja es que quien enuncia esta frase es Hayden White, uno de los filósofos de la historia más prestigiosos del mundo, es decir, una persona que, en cierta forma, vive del pasado. Sentado en un escritorio de espaldas a la impecable cama blanca de su habitación de hotel, con arito shakespeareano en su oreja derecha, su pulcritud hace pensar que no durmió y se pasó en vela toda la noche. O, mejor aun, que sus propias teorías sobre la historia construyeron para él una especie de cápsula del tiempo que lo mantiene ajeno al paso del tiempo, casi inmutable. Acaba de llegar por segunda vez a nuestro país con el objetivo de participar de un seminario organizado por la Universidad de Tres de Febrero y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; y de paso presentar su último libro Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica, publicado por la editorial Prometeo, obra que llega a las librerías para complementar e incluso actualizar ese clásico invencible que es Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (Fondo de Cultura Económica).
Ahora, Julieta Venegas dice: “Ya sé, lo que te diga / no va a ser suficiente consuelo / por perder ese lugar / que amamos y destrozamos”; y Hayden White, créase o no, repite con sus propias palabras (“mi español es demasiado débil”, confiesa) uno de los pilares de su obra: la imposibilidad de acceder a la historia sin el empleo de la narración y, por lo tanto, de la ideología.
“Por definición no podemos ver ni percibir lo que ya se terminó. Para ser objeto de estudio, el pasado debe necesariamente construirse, lo cual puede hacerse de diversas formas: el discurso poético es una de ellas, al igual que la reconstrucción literaria; estas maneras requieren de la imaginación, pero la imaginación no es sólo ficcional sino también cognitiva, el primero en aclararlo fue Kant. Uno no puede historizar sin narrativizar, porque es sólo por medio de la narrativización que una serie de acontecimientos puede ser transformada en secuencia, dividida en períodos. Algo similar ocurre con el pasado personal, que no es necesariamente subjetivo. Así como la vía de ingreso a la historia se da por medio de métodos literarios como las distintas figuras retóricas, también es posible aproximarse a la historia personal mediante diversas técnicas como el psicoanálisis, la memoria, la documentación o el testimonio de gente que te conoce”, se explaya este profesor emérito de la Universidad de California.
Pero no hay teoría sin enemigos, y los adversarios de la teoría de Hayden White son lo que él mismo llama old fashioned historicians, los dinousarios de la historia: “A esos historiadores, en general, no les gustan las novelas históricas. El error que cometen los historiadores tradicionales es considerar que toda escritura literaria es ficticia, no entienden la escritura moderna. La historia tradicional no sirve para pensar este mundo moderno, porque no es científica como pretende, ni es moderna artísticamente; es decir, está fuera de moda, no tiene sensibilidad”, dice Hayden White, también profesor de Literatura comparada en la Universidad de Stanford, mientras consulta su reloj, y recupera toda su atención cuando se le pregunta si la literatura le hace más honor al pasado que esos historiadores demodés.
“Es probable. Creo que todas las novelas posmodernas, especialmente las de autores como Toni Morrison, Thomas Pynchon, Jorge Luis Borges, Virginia Woolf, James Joyce, Coetzee o W. G. Sebald, hablan de la historia. Son, en cierta forma, novelas que anticipan el posmodernismo, novelas históricas que suelen hablar de un pasado reciente, pero también pueden referirse a un pasado más remoto. Austerlitz de Sebald habla de la Europa contemporánea después de la guerra, no es imaginaria, es sobre el mundo real, en todo caso es imaginativa. Mi autora preferida es Toni Morrison, por la manera en que trata la esclavitud histórica en Estados Unidos de una manera totalmente asimilable. Es decir, se trata de un tema que está en el pasado y también en el presente, porque la esclavitud continúa existiendo en la actualidad de una forma fantasmagórica.”
La teoría de Hayden White, como todas las teorías del posmodernismo, resulta notablemente atractiva, aunque por momentos puede padecer de un exceso de relativización, sobre todo teniendo en cuenta la realidad de los países latinoamericanos, para los que resulta fundamental la memoria. Hayden White visitó el ex centro clandestino de detención ESMA, y cuenta al respecto: “Estudiamos el pasado por diversas razones, hay razones conmemorativas y razones científicas; el caso de la ESMA me conmovió porque significa reconstruir un pasado ocultado de manera deliberada, un pasado subyacente, aun más distanciado de los otros pasados. La historia es ideología; no es científica en el sentido en que lo puede ser la física o la química, hay que apropiarse de la propia historia. Por ejemplo, en Budapest, Hungría, existe un museo dedicado a los regímenes fascistas y comunistas en el siglo XX, totalmente dedicado a la memoria de todas las personas detenidas, torturadas o asesinadas por el sistema”.
Hayden White vuelve a mirar el reloj, apurado, no dice si tiene una cita con una de esas mujeres hermosas que, él mismo lo dice, caracterizan a nuestro país o un compromiso laboral; se acerca el final de la entrevista y el encuentro está a punto de convertirse en pasado. Como cada vez que esto sucede, suele haber tiempo para replanteos y hasta arrepentimientos sobre las preguntas, sobre el tiempo aprovechado o desperdiciado. Pero Hayden White también parece tener una buena respuesta para ese tipo de especulaciones: “Un problema que me fascina es pensar si se puede cambiar o no el pasado; teniendo en cuenta que el pasado aún funciona en el presente, ¿puede el presente cambiar el pasado? Yo creo que sí, pero mediante elementos literarios, no científicos. La historia sólo existe en los manuales de los colegios, el pasado es otra cosa, pero no todo pasado es historia. Marx me explicó el presente: El Capital explica la actual crisis económica”, cuenta este singular historiador quien, de alguna manera, desarrolla también un ala práctica de su teoría al escribir poesía, parte de la cual publica en su blog personal: “Si yo digo, por ejemplo, ‘abril es el mes más cruel del año’, eso no es la verdad, no es nada asertivo, es expresión, es pintura. No es un ‘estoy diciendo esto’ sino un ‘acá estoy yo’”.
Queda sólo una pregunta que tiene que ser lo más abierta y, al mismo tiempo, condensadora posible. Cómo se imagina el futuro del mundo, por un lado; y si está contento con la relación entre su pasado, su presente y su futuro personal: “Lo que veo es que el capitalismo está a punto de suicidarse y lo peor es que sigue pensándose con una expansión infinita; al menos el capitalismo sin control de Occidente. En cuanto a la otra pregunta, ésta es la vida que obtuve y no la puedo cambiar, especialmente a mi edad. Tengo 82 años. No tengo tiempo para hacerlo”.
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