Premio Nobel 2009, la rumana Herta Müller se caracteriza por una propuesta literaria dura, de un áspero lirismo. En su primera novela publicada después del Nobel, retoma el paisaje devastado de los años bajo la dictadura de Ceausescu, entre la opresión y la esperanza
› Por Juan Pablo Bertazza
El desdoblamiento que desnuda el extenso título Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma marcó, en realidad, toda la trayectoria literaria de Herta Müller y, tal vez, haya marcado su vida. Además de contar con dos nacionalidades –rumana y alemana–, Müller carga con otra escisión en el núcleo de su familia: mientras su padre nazi trabajó en la Segunda Guerra para las SS, por decisión de Stalin su madre fue deportada desde Rumania a la Unión Soviética y permaneció cinco años en un campo de concentración en Ucrania, aunque nada tenía que ver con el nazismo. También su descendencia, es decir, sus propios libros corrieron distinta suerte: muy bien vendidos y aclamados por la crítica en Austria y Alemania, en su Rumania natal fueron censurados por su contenido político y social.
Esta es la primera novela que publicó luego de ganar el Nobel en 2009, y antes de dar a conocer hasta ahora su último libro, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, otro título que habla de desdoblamiento, un libro que iba a escribir junto a su gran amigo, el poeta homosexual Oskar Pastior, otro perseguido político del comunismo rumano que murió en 2006. Por eso, decir que Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma habla del régimen de Nicolae Ceausescu es sólo parcialmente cierto, ya que ésa es la constante de la narrativa de Müller. De hecho, se trata de una constante que divide a su obra, nuevamente, en dos: una Müller poética y al borde del hermetismo que nació con su notable primer libro (y, tal vez, su obra maestra) En tierras bajas (1982), y otra naturalista y escatológica que desplegó y concibió en El hombre es un gran faisán en el mundo (1986). A partir de entonces, su obra parece ir oscilando, complementando y reescribiendo esos extremos, aunque sin modificar el contenido, es decir, el peso histórico del régimen de Ceausescu, pero también las reacciones entre absurdas y heroicas de todo ciudadano ante cualquier opresión política y social; la fuga y el exilio como única salida de emergencia; los lazos afectivos y familiares que se pudren con la humedad de la intolerancia. Las de Müller son, así, historias mínimas enmarcadas por la gran historia de la opresión.
Esta novela corresponde, haciendo excepción de algún ratón o dedo humano que aparece entre la comida, al grupo de novelas lideradas por el libro En tierras bajas. La condensación poética de esta obra la vuelve, por momentos, hipnótica y, por momentos, expulsiva; por lo que, en cualquier caso, no se trata de un libro sencillo, ligero ni fácil de leer: “¿Tendrá algún sentido todo esto o es sólo para que uno lo medite? Mi lengua se pasea dulcemente sobre el cerebro”, dice la autora promediando el libro en la que tal vez sea la frase que mejor define su propia escritura.
“Estoy citada. El jueves a las diez en punto. Cada vez me citan más a menudo. El martes a las diez en punto. El sábado a las diez en punto. Miércoles o lunes. Como si los años fueran una semana”, así se presenta la novela y su protagonista, una mujer que no amaba a su primer marido, a quien no podía sacarse de encima, pero que ama a su actual marido, Paul, a quien sólo conoce por su ausencia y por todo el alcohol que toma. La ambigüedad deliberada de ese comienzo invita a esperar una novela de amor lujurioso, una especie de Catherine Millet rumana que busca salir de la opresión y la angustia mediante el sexo desenfrenado. Pero no. Se trata de citaciones políticas a las que, no obstante, no les faltará contenido erótico: no sólo porque en esas citas habrá diversas formas de corrupción, sino también porque el motivo de la denuncia, la causa de la sospecha, es que, en un intento desesperado por huir de su país, esta trabajadora textil cosió notas en los trajes de caballeros que se exportarían a Italia con su nombre, su número de teléfono y una frase para nada ambigua: “casate conmigo”.
Con esta novela, Herta Müller confirma dos aspectos fundamentales sobre su lectura que ya había insinuado en sus trabajos anteriores: sólo se la puede leer lentamente y con lápiz en mano para reunir esos verdaderos aforismos poéticos perdidos en su prosa (“viajar en un asiento es como caminar sentada”). Mientras que el desdoblamiento, el quiebre del título de este libro habla, en definitiva, de la escritura, de la voz de su autora: por un lado, Herta Müller susurra al oído del lector poesía en estado puro (“humillación es sentirse descalza en todo el cuerpo”); pero, al mismo tiempo, tatúa en su piel esas mismas palabras. Sin anestesia.
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