Critica algunas resoluciones de la Real Academia Española, pero defiende el cambio de actitud hacia las variaciones del español en los últimos años. Y cree que las buenas normas son las que responden a regularidades sintácticas y no a imposiciones ni arbitrariedades. María Marta García Negroni es autora de Escribir en español (Santiago Arcos Editor), un salvavidas para nadar con estilo en el océano de la lengua.
› Por Juan Pablo Bertazza
En el letrero de la calle y hasta en algunas partes del sitio web de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la palabra Puan lleva acento en la “a”, es decir, está mal escrita. Al menos, teniendo en cuenta las últimas modificaciones de la RAE que suprimió las excepciones —“guion”, “truhan”, etc.— sobrevivientes de la regla según la cual los monosílabos no llevan acento. “Ahora no nos importa nada la pronunciación”, especula María Marta García Negroni que dijeron los de la RAE al implementar este cambio, una serie de modificaciones que, a su entender, son más negativas que positivas: el gesto anti-panhispánico de eliminar las letras “ch” y “ll”, el horror de tener que llamar “uve” a la “v”, la supresión del acento en “solo” y en los pronombres “este”, “ese” y “aquel” (que servían para evitar casos de ambigüedad) y la españolización de vocablos como “pirsin” y “Catar”, así como antes intentaron en vano castellanizar el güisqui. “Las normas están bien cuando reflejan el uso pero el problema empieza cuando pretenden imponerse”, reflexiona Negroni, quien reconoce como su máximo error de escritura plagar sus textos de la locución “en efecto”.
Sin embargo, hay que destacar el cambio de actitud que viene teniendo la RAE en los últimos años, cuando empezó a dejar de ser un “monstruo carcamán”, recalca Negroni, incorporando a notables lingüistas como Ignacio Bosque o Salvador Gutiérrez Ordóñez. Comenzó así una etapa de reflexión lingüística, empezaron a tener en cuenta a los 400 millones que vivimos de este lado del Atlántico, sobre todo a partir de la Primera ortografía (1999), y el Diccionario Panhispánico de dudas (2005), realizado en colaboración con las veintitrés academias americanas que registra los usos de los distintos lugares.
“Una consecuencia de esto es que en el diccionario online de la RAE, en la conjugación de cada verbo, aparece el voseo, lo cual antes era impensable. Antes, en el diccionario aparecía pollera como argentinismo pero ahora cojones, por ejemplo, también aparece como españolismo. Es decir, ya no hay una lengua pura de la península ibérica ni las demás son consideradas dialectos. De todas maneras, aún subsiste la idea de que fuera de España hablamos mal, uno lo observa cuando nos cruzamos con un extranjero y ridículamente pasamos a la forma tú”, explica Negroni. Y a esta altura casi no vale la pena aclararlo, pero la formalidad obliga: María Marta García Negroni es una lingüista experta. Madre de familia y titular de la cátedra de Corrección de estilo de esa facultad cuya calle está mal escrita, acaba de sacar Escribir en español. Claves para una corrección de estilo, uno de esos libros que les salva las papas a los que padecen dudas idiomáticas de todo tipo; es decir, todos nosotros: lagunas sobre si va con “v” o “b”, lagunas gramaticales, lagunas de estilo; un verdadero salvavidas cuyo gran valor radica en que, además, enseña a nadar en el océano no tan pacífico del español, idioma que se fue convirtiendo en uno de los más importantes del mundo globalizado y capitalista.
“En el libro se habla del español general pero insisto mucho en las variaciones rioplatenses, nuestro español es tan válido como el de España, Chile o México. No existe lo que está mal, sí lo adecuado”, aclara Negroni. “Muchas normas no están porque sí, responden a regularidades sintácticas, son necesarias para facilitar la comprensión y, sobre todo, porque escribir con errores de ortografía implica quedar catalogado como ignorante y atenta contra la posibilidad de conseguir trabajo.”
Uno no puede evitar pensar que en la literatura, muchas veces, da la impresión de que esas mismas faltas, esa ambigüedad acaso sea el motor de la creación. “La literatura juega con la ambigüedad, sí, pero desde el conocimiento y la transgresión: un texto sin puntuación es un gesto estilístico adrede que implica un gran dominio de la lengua”.
Letras y palabras de ortografía dudosa, reglas de acentuación, uso de los signos de puntuación, uso de mayúsculas, cursivas y negritas, neologismos, latinismos, y solecismos. Esta obra de casi 1000 páginas no deja duda sin tratar, incluso las que no sabemos que tenemos, incluso las que no sabemos que tienen nombre. Por eso, ¿quién mejor que ella para detectar la mayor dificultad del español, tanto en el caso de los extranjeros como en el de los nativos? “Hace muchos años, cuando los empleados tomaron la fábrica Brukman y la policía los reprimió, Vilma Ripoll dijo al calor de los hechos: ‘Duhalde quería que esto pase... y pasó’. Me interesó el agregado, como si ella hubiera sentido que le faltaba decir algo porque el hecho, en efecto, ya había pasado. El imperfecto (pasara) y pluscuamperfecto (hubiera pasado) del subjuntivo les cuesta no sólo a los extranjeros sino también a los mismos nativos”, desarrolla Negroni. A su vez, las dificultades nos llevan a un juego de especulación: adivinar los próximos cambios del español.
“El francés tiene dos formas de subjuntivo, nosotros cuatro, por ahí de acá a unos años desaparece el imperfecto y el pluscuamperfecto del subjuntivo. Creo que hay que buscar los cambios en las zonas no estigmatizadas. Por ejemplo, el famoso dequeísmo está estigmatizado pero no el queísmo. Nadie define como ignorante a quien enuncia, por ejemplo, ‘estoy seguro que voy a llegar temprano’.”
Lo que sí llegó —y hace rato— es el futuro, y por eso resulta imprescindible hablar del presente, del estado de salud del español, por ejemplo, en la prensa y en la política. Negroni no resulta apocalíptica como algunos defensores a ultranza del idioma pero sí constructivamente crítica: “La Presidenta habla muy bien y eso es importante; en general no es que vea tanto errores gramaticales como sí una vulgarización generalizada tanto en los periodistas como en algunos políticos: un único registro, mucha simpleza, poco esfuerzo. En lugar de ‘dijo’, ‘dijo’, ‘dijo’, podría haber más ‘musitó’, ‘farfulló’, ‘dictaminó’, ‘reveló’. Si hablás solo con cuatro palabras lo que estás haciendo, en realidad, es subestimar el mundo”.
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