Una saga familiar acosada por la diáspora y el exilio, en una novela que trabaja con lo autobiográfico abarcando más de dos décadas.
› Por Fernando Krapp
Cuando leemos una autobiografía, inconscientemente (o a veces a conciencia) prendemos un faro para encandilar esos momentos de vida que no parecen del todo reales. Hacemos de nuestra lectura una pesquisa detectivesca en función de medir hasta cuándo quien escribe sobre su propia vida nos está mintiendo o no. Es decir, cuánta cantidad de ficción usó para moldear sobre el papel una vida. En cambio, cuando una novela está teñida ostensiblemente de elementos autobiográficos, sucede a la inversa, buscamos lo otro; si lo que leemos fue realmente verdad o no. Como si existiera en todo este juego un imperativo absurdo que nos obligara a orientar la lectura hacia el bloque sólido de la realidad para lograr un verosímil adecuado. Lejana y oscura, la última novela de la autora cordobesa Susana Aguad, está teñida de elementos autobiográficos claros. La novela se desdobla en dos historias que saltan de un capítulo a otro sin perder el eje temático; la educación de sus dos protagonistas. Por un lado, está la infancia y adolescencia en Córdoba en la década del ’50, las primeras lecturas, los veraneos en las sierras, los choques entre clases sociales, la educación en un internado de monjas. Por el otro, en cambio, está el exilio en París. Nada se sabe del momento en el que se emprende el viaje. París, ciudad novelesca, no revela su costado bohemio, al contrario; los personajes sienten el destierro y la exclusión económica. Poco hay de las charlas estéticas e intelectuales al idílico estilo de Cortázar, más bien todo lo contrario; lo que buscan los protagonistas es un modo de supervivencia económica, un modo de sobrellevar el desarraigo, un modo de seguir con sus vidas y de encontrarle un sentido vital al día a día. Buscan emplearse, insertarse en la sociedad francesa que con sus políticas inmigratorias (aun allá por la década del ’70) clausuran todo tipo de inclusión.
Susana Aguad fue testigo de una época (los ’50 y los ’70) en Córdoba, y para construir su novela concilió dos formas de narrativa bien europeas; por un lado la saga familiar al estilo alemán de Thomas Mann en Los Buddenbrock, para la construcción de sus personajes, y por el otro combinó la agilidad literaria y el ritmo narrativo de Gustave Flaubert en La educación sentimental. Ambas novelas, un poco alejadas en sus estéticas, se tocan en un punto; en el afán de registrar una época, de darle un marco significativo –desde la ficción– a un momento histórico determinado, de sublimar la experiencia humana para buscar la tensión existente entre arte y vida.
Lejana y oscura opera por el mismo procedimiento; parte de la biografía para cerrar un mundo estético y definir una política. Pero a pesar de ello, no hay juicio en su movimiento; apenas la contemplación, la duda y el desarraigo que atraviesan sus personajes. Esa vitalidad fundamental nos obliga a sumergirnos como si cada palabra tejida sobre el papel estuviera viva. Lejana y oscura no se lee buscando el error de verosímil, ni poniendo el dedo en la falla de la costura entre literalidad y ficción; se lee como Flaubert recomendó que leyéramos su novela: para nuestra propia vida.
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