Una novela que a partir del hilo temático de la muerte va enhebrando identidad personal e historia nacional hasta un punto en que, fuera de toda obviedad, se bifurcan. Los Living, de Martín Caparrós, obtuvo el Premio Herralde y suma una nueva marca novelística a la obra multifacética del autor.
› Por Fernando Bogado
Ay, la muerte, la muerte. Es verdad aquello de que nacemos a la civilización por la muerte: por la manera en que entendimos, en algún lejano momento del alumbramiento de nuestra conciencia, de que algo había que hacer con el cuerpo del tío pudriéndose en la intemperie, comido por gusanos y toda esa clase de pequeñas, ínfimas vidas que aparecen cuando el cuerpo elige dejar de funcionar, aunque no dejar de ser (mal que nos pese a nosotros, fervientes creyentes del espíritu, el cuerpo nos sobrevive).
La muerte estuvo allí, como concepto, y casi cada paso en el camino de la historia estuvo atravesado por eso de qué es el morir, qué implica el deceso para nosotros, los hombres vivos, los de este lado que aseguran una y otra vez que nadie volvió del otro lado como para decirnos, a ciencia cierta, si hay o no un más allá, si vale separar cuerpo y alma, si lo que hicimos estuvo más o menos tirando a bien, más o menos tirando a mal. A su manera, todo eso está implícito en Los Living, la última novela de Martín Caparrós ganadora del XXIX Premio Herralde de Novela.
Claro, las maneras (¿la forma?) lo son todo: ésa es una de las enseñanzas más importantes para el protagonista de esta historia, Nito, quien apareció en este mundo un día lluvioso, el 1º de julio de 1974, acompañado por una muerte a título de destino fatal asegurado en el comienzo: la de Juan Domingo Perón. Su padre, a modo de cruel chiste interno, no tiene mejor idea que bautizarlo Juan Domingo Remondo, no por simpatía sino por venganza: Juan Domingo es otro, no ese demagogo que llenó de vagos las plazas y las fábricas. Con el paso del tiempo, y a lo largo de varias páginas, vamos conociendo la vida de Nito desde los momentos previos a su concepción hasta su extraño presente, siguiendo las maneras de una novela de formación. Pasamos así por cada momento de la historia argentina que se encuentra contenido en la anécdota íntima de la vida privada del personaje: su infancia en el colegio y la guerra de Malvinas; el descubrimiento de la sexualidad, el alfonsinismo y la Playboy del ‘85 con Susana Giménez posando desnuda; el comienzo del menemismo y los deseos de emancipación y definición laboral. Y en cada una de estas etapas, el lento desenvolvimiento de quien llegará a ser un experto en manejar las maneras, las palabras relacionadas con la muerte. Nito empieza a hacerse conocido por su habilidad para profetizar las muertes de los demás, un timo organizado junto a un pastor evangelista brasileño de apellido Trafálgar que se aprovecha del joven, de la manera en que usa las palabras para convencer a la creciente congregación de que posee alguna habilidad sobrenatural.
Tal como argumenta el autor en más de una entrevista, Los Living comienza en clave picaresca, en donde alguien levanta su voz para contar sus “aventuras” y las cosas que va aprendiendo del mundo en esos episodios para ir tomando, sobre el final, un tono más y más apocalíptico, hasta el punto de que las treinta últimas páginas resignifican toda la novela, cambian la perspectiva de lo que estábamos leyendo. Si por un momento creímos que la historia de Nito era una línea paralela a la historia nacional, a medida que nos acercamos a la conclusión (¿la muerte?) de este extraño maridaje empieza la bifurcación, la parábola, lo extraño, ya no en tono humorístico sino en uno fatal, pesadillesco. Y algo suponíamos, claro, con respecto a la posibilidad de un revés inesperado a lo largo de la lectura, ya que intercalando los capítulos centrados en la vida de Nito encontramos pequeños fragmentos de un diálogo entre el protagonista y un tal Carpanta, un hombre preocupado por el lugar del arte y la representación y una teoría estética concreta: si la publicidad es “representación” destinada a vender una lata de gaseosa, el arte no es otra cosa que esa pérfida estrategia destinada a vender al autor. ¿Qué relación guarda ese diálogo desesperado, oscuro, entre líneas (de cocaína), acerca del arte y la muerte con lo que se viene narrando en los demás capítulos?
Caparrós ha conseguido, a lo largo de su trayectoria, construir una prosa más y más abarcadora: trabajos como La historia (1999), voluminosa novela en donde se concentra en crear una civilización con todos sus detalles, o La voluntad (junto con Eduardo Anguita) demuestran este afán de plantear una palabra absoluta, una escritura que pueda tomar y decirlo todo sin ningún afán que tienda a la reducción o concentración: así, todo, con sus divergencias, anécdotas poco relevantes y situaciones menores, como si cada cosa fuera necesaria para poder considerar la actualidad de algo. En ese mismo tono (lejos de la poco lograda A quien corresponda, de 2008), Nito comienza la descripción de su vida relatando que él es también todas aquellas posibilidades negadas, malogradas: las profesiones que rechazó desde su adolescencia por dejar un curso, las revolcadas que no fueron por admirar sus habilidades onanísticas, los espermatozoides de su padre que quedaron a la deriva; finalmente, los muertos, esos cuerpos que insisten en permanecer y que forman también una parte integral de su vida, de la vida.
En Los Living, la dimensión político-social está integrada a la escritura casi a título de guiño, más como material que como resultado: los saqueos son ese humo constante del conurbano bonaerense que flota en la adolescencia/adultez de Nito, los desaparecidos son esos comentarios marginales de los adultos en diferentes escenas de su infancia, o una pregunta incómoda en torno del destino de su fallecido padre. Pero no por eso la novela carece de incidencia sobre el presente: el final está ahí para demostrarlo, esa bifurcación (borgiana, airana) de la historia nacional y la del protagonista es el comentario más crítico sobre una realidad determinada. Es, a fin de cuentas, lo que rogamos tener al pensar en una muerte, al imaginarnos una variación en la ecuación que llevó a un accidente fatal, a un ataque inesperado, esa secreta esperanza de la que se alimentan los “blancos” de las profecías de Nito: una posibilidad.
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