Una cantidad de artículos y de libros convergieron hacia fin de año en el décimo aniversario del 19 y 20 de diciembre. La Rabia reconstruye historias, sentimientos y postulados de la crisis de 2001 y también de los años sucesivos.
› Por Angel Berlanga
¿A quién no le quedó alguna marca, algún episodio imborrable, alguna experiencia determinante del 19 y 20 de diciembe de 2001? “Se viene el estallido”, profetizaba la Bersuit, y ahí estaba, en nuestras narices, ante nuestros ojos, por fin, la vorágine de lo imprevisible. Los sucesos memorables que concentra esa fecha bigbang y sus proximidades son unos cuantos: el zorro Cavallo en el corralito gallinero, De la Rúa huyendo de la multitud por los techos, la seguidilla de presidentes hasta Duhalde, pesificación y represión, los que se iban del país convencidos de que esto no tenía remedio, cartoneros y piqueteros, saqueos, clubes de trueque, cacerolas, asambleas, índices tremendos de desempleo, pobreza, indigencia. Y 39 muertos a manos de policías, parapolicías y custodios. A una década justa de distancia temporal, el periodista Rodolfo González Arzac rescata en La rabia un puñado de historias personales entrelazadas con aquellos sucesos, una forma de dar entidad, voz, carne y hueso, a esos días de conmoción, pero también a los que sobrevinieron tras el estallido, cómo siguieron esas vidas en estos años que pasaron.
Las 26 historias a las que se alude desde la tapa componen un panorámico sobre ese epicentro y también una diversidad de perspectivas, de caminos recorridos; en la solapa misma se los presenta con sus nombres y sus periplos, de tal lado (en aquel momento) a tal otro (hoy). La “selección” que hizo González Arzac es uno de los atractivos del libro: están los heridos de la represión (Paula Simonetti, Martín Galli, Sergio Sánchez), jóvenes que evolucionarían a cargos en los partidos (Iván Heyn, Agustín Campero), familiares de militantes que serían asesinados en años siguientes (Leonardo y Alberto Santillán, Pablo Ferreyra), delegados y sindicalistas (Roberto Pianelli, de subterráneos; Lidia Quinteros, de cartoneros; Matilde Adorno, de la fábrica recuperada Brukman), periodistas (Claudia Acuña, Atilio Bleta), y políticos, desde Luis Zamora hasta Fernando de la Rúa. El autor entrevistó a casi todos sus protagonistas; la excepción fue Sánchez, un motoquero que recibió aquel 20 de diciembre un balazo en la cabeza, quien se suicidó en abril de 2010: depresión. Simonetti, que en esa jornada se salvó porque los tiros dieron en un walkman y en el broche metálico de su corpiño, pudo recomponer su vida afuera, en Italia, donde le reconocen su trabajo como infógrafa. La lectura trasversal del libro propicia contrastes: María Del Carmen Verdú, al frente de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional, y su tesón para tratar de juzgar a De la Rúa por su responsabilidad en la represión, y el ex presidente y sus estrategias para zafar. En La rabia también es visible una serie de resistencias desde los bordes: tipos que todavía sostienen lo que quedó de las asambleas o que no transan en sus sindicatos, mujeres que no claudican en sostener la textil recuperada (Adorno), la recicladora en José León Suárez (Quintero), la cooperativa periodística La vaca y el periódico Mu (Acuña).
González Arzac organiza su texto con bloques de tres o cuatro historias que desgrana entrelazadas; a eso lo antecede un capítulo inicial, en el que presenta a sus protagonistas en los días del estallido, y otro final, en el que da cuenta de sus presentes. Hay, en su escritura, una notable vertiginosidad, que remite a aquel diciembre: frase corta, nervio. Reelaboró, en su prosa, los testimonios: no hay parlamentos encomillados, ni largas explicaciones, ni sesudos postulados teóricos, ni conclusiones cerradas.
Hay un par de temas de fondo que atraviesan el libro: la organización, sus diversas formas y cierta desconfianza por el kirchnerismo. Por el Estado. La rabia: Silvio Rodríguez cantaba algo de eso, ahí vuelve la melodía, tramos, “la rabia dame o te hago la guerra”, “la rabia todo tiene su momento”. Se llama, la canción, “Días y Flores”, pero antes de entrar en Google este comentarista creía, pifiado, que se llamaría “La rabia”. Así que antes de dar con el título exacto aparecieron retazos de definiciones: “La rabia es una enfermedad viral que afecta el sistema nervioso de los mamíferos; en las últimas etapas de la enfermedad, el virus se traslada desde el cerebro...”; “La rabia se transmite a través de mordedura o contacto directo de mucosas o heridas con saliva del animal infectado”; “Aunque la rabia está presente en la mayoría de los países, la incidencia de la...”.
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