Una nueva camada de escritores parece sacudir el panorama siempre profuso pero algo complaciente de la literatura francesa. Volver a la novela y a la historia, indagar en los episodios más resonantes y polémicos de la Segunda Guerra Mundial, mirar críticamente lo que está sucediendo en Europa son algunas de las marcas notorias que Laurent Binet, ganador del Premio Goncourt a la primera novela con HHhH, comparte con narradores como Jonathan Littell, Lionel Tran y Yannick Haenel. A horas de la elección francesa, Binet opina que ganará Hollande, sobre cuya campaña electoral está escribiendo un libro que se publicará en septiembre.
› Por Juan Pablo Bertazza
El Carnicero de Praga y La Bestia Rubia son algunos de los dulces apodos con los que llamaban a Reinhard Heydrich, número dos al mando de las SS comandadas por Himmler, líder de la Gestapo y artífice de la Solución Final. Antes de transformarse en uno de los nazis más temibles, Heydrich le encargó a uno de sus hombres que le venda un dossier apócrifo sobre temas del nazismo a un agente del NKVD, para confundir así a los rusos. La ocasión da lugar a un magnífico juego de espejos entre espías: el ruso le compra el falso dossier al alemán pagándolo con rublos falsos.
“Cada uno cree burlarse del otro, todo el mundo engaña a todo el mundo”, concluye Laurent Binet de una de las tantas anécdotas que cuenta en su arrasadora primera novela HHhH. Esa escena pone de manifiesto el mundo de la ficción: un pacto apócrifo en el que lector y escritor son engañados de manera mutua, parte del paradójico pacto que, según Binet, mantiene viva a la novela moderna. “Lo que define a la novela actual es precisamente su continua puesta en crisis, desafiarse en tanto género literario, lo cual sucede, al menos, desde Cervantes: Don Quijote es, después de todo, un replanteo de las novelas de caballería. Una novela que no pone en cuestión su propio género nunca puede resultar muy interesante”, dice desde Francia Laurent Binet, joven escritor de 39 años ganador del Goncourt a la primera novela en 2010 por HHhH. Por lo demás, vivió en Praga, es profesor en la Universidad de París III, ubicada en el barrio latino de la Banlieue y realizó, además, el servicio militar en Eslovaquia: “Si no lo hubiera hecho, no habría podido escribir HHhH. Como todos los jóvenes, quería escapar, pero esa huida habría cambiado mi destino. La vida es extraña”, reflexiona.
También es muy extraña su novela. Desde su enigmático título HHhH, acrónimo de la frase “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”, resulta además un libro interesante, es decir, una novela que pone en duda el género. Si bien se propone narrar la Operación Antropoide, uno de los más épicos actos de resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, mediante una documentación rayana en lo patológico, Laurent Binet también se refiere en estas páginas a diversos tabúes literarios como la verosimilitud de los personajes y la modalidad a partir de la cual la invención participa en la recreación de la historia.
Un referente al que nombra de manera directa y permanente es Milan Kundera quien, paradojas de la vida, se vio envuelto en una polémica en el año 2008 cuando fue acusado de delatar en su juventud a un anticomunista que, en la década del ‘50, estuvo a punto de ser ejecutado por el régimen estalinista. Binet jamás creyó esos rumores y no oculta su fanatismo por el escritor: “Me encanta toda la literatura de Kundera, siento una profunda empatía con el hombre y con el escritor: gracias a Kundera comprendí realmente para qué sirven las novelas. Es cierto que soy muy cauteloso en cuestiones como El teniente salió a las cinco. Lo arbitrario de la novela siempre me resulta muy chocante porque un personaje ficticio que dobla a la izquierda podría también ir para la derecha, ¿no es así? Sé que Kundera era perfectamente consciente de estas cuestiones, y dio cuenta de ellas muy seguido y de una manera muy sutil. Admiro a ese tipo de novelista que da la impresión de tener una conversación con el lector y cada vez que reflexiono en la novela en tanto género literario, tengo la impresión de continuar esa conversación con Kundera en mi cabeza”.
El primer epígrafe del libro es un fragmento de El fin de la novela, del poeta ruso Osip Mandelstam. En épocas en que se sigue anunciando la muerte del género y la falta de tópicos, la Segunda Guerra Mundial continúa al pie del cañón, como un pozo interminable del que siempre es posible seguir extrayendo materiales. HHhH se centra en la Operación Antropoide, el único intento de asesinar a un líder nazi que llegó a buen puerto, aun cuando sus ejecutores no llegaron a saberlo. El padre de Laurent Binet, profesor de historia, le había contado a su hijo este episodio, siempre como si fuera la primera vez que se lo contara. El objetivo de la Operación Antropoide era emboscar el Mercedes-Benz de Heydrich y matarlo. La posibilidad de salir con vida era prácticamente nula por más que supieran muy bien que Heydrich usaba todos los días, y a la misma hora, la misma ruta desde el castillo donde vivía hacia el aeropuerto de Praga. Cuando llegó la hora indicada, el Mercedes no apareció y los héroes pensaron, por algunos momentos, en abortar la misión. Al rato visualizaron el auto y, en ese mismo momento, comenzaban los cinematográficos pasos de una misión que terminó con la muerte, el 4 de junio de 1942, de uno de los hombres más perversos de la humanidad, aunque sus atacantes nunca llegarían a saberlo. El resultado final de las represalias por la muerte de Heydrich llegaría a 4600 personas. En realidad, Binet cuenta esto hacia la última parte del libro; antes ofrece una especie de panóptico del episodio a partir del cual desarrolla absolutamente todo al respecto, desde los más nimios detalles acerca de cómo se iba conformando la operación y el listado completo de libros y películas que alguna vez rozaron el tema, hasta información acerca de la belleza insuperable de las chicas de Praga y, en especial, de cada una de las novias que tuvo durante los diez años que le llevó la elaboración del libro, pasando por odios y rencores entre checos y eslovacos.
Entre tanto, Binet encuentra siempre espacio para reflexionar en torno de la escritura. Lo hace, por ejemplo, quejándose de algún aspecto de su tarea sin perder nunca de vista la relación entre realidad y ficción: “Ninguna novela normal se enredaría con tres personajes que se llamen de la misma manera. Yo tengo que vérmelas con el coronel Moravec, valiente jefe de los servicios secretos checos en Londres; la familia Moravec, de heroico comportamiento en la Resistencia checa, y Emanuel Moravec, el infame ministro colaboracionista”, logrando frases a partir de las cuales Binet muestra la fusión entre realidad y ficción en palabras intencionadamente ambiguas como “vas a entrar en la historia”, o la confesión de errores y dudas que le carcomen la cabeza como el color del Mercedes de Heydrich que, según lee en otro libro, es de color verde, aunque él está convencido de haberlo visto negro en una foto de museo... en blanco y negro.
Habla de tantas cosas Binet en su libro que, a la hora de ser entrevistado, dice imaginarse lo difícil que puede resultar hacerle preguntas, ya que su propio libro es, también, una especie de gran autorreportaje. Entonces que hable de la guerra.
“La Segunda Guerra Mundial concentra todos los casos, todas las figuras que pueden hacer reflexionar sobre la condición humana. Dentro de quinientos o mil años seguirá siendo un tema importante. Es nuestra Guerra de Troya, la madre de todas las epopeyas modernas, la madre de todas las tragedias de nuestra era. La Historia y, especialmente, la Segunda Guerra Mundial nos enseñó que todo es posible, todo incluso lo que ni siquiera se puede pensar.”
Hasta hace unos años, quejosos respecto del futuro de la novela, los críticos franceses no podían imaginarse este verdadero cambio de guardia en la literatura de su país: un puñado de jóvenes novelistas que parecen romper con ese hermetismo literario heredado del Nouveau Roman y, siguiendo los pasos de Houellebecq, sacan oro del desencanto y la miseria del mundo. Escritores que leen los diarios y se interesan por temas que exceden lo literario. Jóvenes novelistas que abrevan en la Segunda Guerra Mundial, en las grandes figuras de la Resistencia y también en las tragedias del siglo XX, pero siempre desde una mirada actual, informada. Además del propio Laurent Binet, Jonathan Littell, Yannick Haenel y Lionel Tran son algunos de los nombres que, a partir de ahora, habrá que tener en cuenta. Las benévolas, de Jonathan Littell, es citada, de hecho, muchas veces en HHhH, donde Laurent Binet lo define como “Houellebecq entre los nazis”. Este libro obtuvo el Premio Goncourt en 2006, subyugó a la crítica y conquistó al público. Max Aue, antiguo oficial de las SS, se presenta ante el lector aclarando que no piensa pedir perdón. Enamorado de su hermana, homosexual con traumas infantiles, secretos inexpugnables y muchos más crímenes en su prontuario de los que quiere asumir, vemos desfilar a través de sus ojos a Himmler, Eichmann, Kaltenbrunner, Hitler, Frank, Goebbels y otros tantos actores principales y secundarios del horror, además de otros personajes ficticios, pero terriblemente verosímiles. Hay algo de tradición estadounidense en este escritor que, pese a su éxito, no concedió entrevistas a nadie y ni siquiera fue a retirar el tan envidiado Premio Goncourt.
Un éxito algo más humilde pero con una temática muy similar fue El origen de la violencia, primera novela de Fabrice Humbert publicada en Le Passage, una muy pequeña casa editorial que vio cómo una de las obras de su modesto catálogo era recomendada por libreros, alabada por los lectores y bendecida por la crítica hasta obtener el prestigioso Prix Orange del libro 2009. Otra editorial alternativa que en poco tiempo se transformó en uno de los espacios más notables de la cultura under francesa fue Terrenoire, dirigida por el escritor Lionel Tran. Nacido en 1971, Tran empezó como guionista de comic hasta que su novela Sida mental fue recibida como una verdadera revelación por muchos lectores y críticos, algunos de los cuales la consagraron como la novela definitiva sobre el sexo en la banlieue parisiense.
Otra exitosa novela que también bebió de la Segunda Guerra Mundial es Jan Karski, de Yannick Haenel, que toma su nombre de la persona que intentó detener el Holocausto, intentando contarle a todo el mundo, incluso al presidente de Estados Unidos. También un libro osado y original a la hora de cruzar realidad y ficción, ya desde su propia estructura que incluye tres partes: una exposición de lo que el mismo Karski cuenta en la película Shoa (1985) cuando fue entrevistado por Claude Lanzmann, un resumen de Historia de un estado secreto, el libro que escribió el mismo Karski y un monólogo de Haenel donde escupe toda la ficción, aunque siempre amparado por su amplio conocimiento de la historia. Un libro que se vio beneficiado, además, por la intensa polémica que suscitó cuando el receloso director Claude Lanzmann la tildó de brutal falsificación de la Historia y sus protagonistas.
¿Cuánto hacía, salvando a Houellebecq, que en la literatura francesa no pasaban tantas cosas? ¿Por qué la decisión de estos jóvenes de incluir su ficción en un pasado que no vivieron? Para responder este tipo de preguntas se llevó a cabo un debate en el salón del libro, en una de las últimas ferias del libro de Francia. Conducido por François Busnel, la figurita repetida de todos los programas culturales de televisión en Francia y director de la influyente revista Lire, participaron en la mesa casi todos estos escritores, dirigidos técnicamente por Jorge Semprún quien, en el que tal vez fue su último acto en público, manifestó sentirse “loco de alegría de ver que en Francia, y hace un tiempo también en Alemania, los jóvenes autores se vincularan con la temática de la Segunda Guerra Mundial, ya que si los novelistas no se apropian de esa memoria, su recuerdo se va a marchitar hasta desaparecer y morir”. En lugar de quedarse fascinados con el elogio, algunos de esos escritores salieron a aclarar que no trabajaban con la memoria, sino con un presente a partir del cual hacen hablar al pasado. Fabrice Humbert fue uno de ellos: “No pensé escribir un libro sobre la Segunda Guerra Mundial, sino sobre un período contemporáneo a la luz de la Segunda Guerra Mundial”.
Por su parte, Laurent Binet explica el fenómeno en otras palabras: “Siento que hay dentro de mí sed de vidas heroicas, yo no tuve la posibilidad de comportarme nunca con grandeza. Por eso, cuando escribo sobre mi sillón y juzgo a mis personajes, me digo: ¿pero quién soy yo para dar lecciones y diplomas de cobardía o heroísmo?”.
Laurent Binet es de esos autores que dejan todo en el primer libro, toda la carne en el asador. Nada de ir de a poco, nada de publicaciones humildes para especular con la evolución de la obra, todos los números puestos en la ópera prima. La jugada le salió más que bien y él no siente que ese éxito constituya ninguna presión. “El Premio Goncourt me ha dado sobre todo una inmensa libertad, ya que pude dejar de trabajar y, al mismo tiempo, aparecieron un montón de oportunidades interesantes. El éxito de HHhH, por ejemplo, me permitió proponerle a François Hollande, el próximo presidente de la República francesa, seguir su campaña presidencial para hacer un libro. Hollande aceptó y el libro saldrá en septiembre.”
En realidad el contacto se lo facilitó Valérie Trierweiler, periodista de Paris Match y novia del candidato (es decir, a juzgar por las últimas encuestas, la sucesora de Carla Bruni), que lo había entrevistado a Binet y le fascinó el libro a tal punto que lo obligó a leerlo a Hollande.
Entre las diversas fuentes que consultó otra vez de manera obsesiva Binet para confeccionar este libro de campaña pronto a aparecer están El alba, la tarde o la noche, obra de Yasmina Reza sobre la campaña de Sarkozy (quien, nobleza obliga, aceptó la propuesta de la dramaturga francesa luego de soltar un seductor “incluso si en el libro me destruye, saldré engrandecido”), una serie de reportajes de Hunter S. Thompson sobre las primarias de los demócratas en 1972, un libro de David Foster Wallace sobre la campaña de McCain y, sobre todo, la serie The West Wing que se emitió desde 1999 hasta 2006, “una serie genial, de siete estupendas temporadas, cuyos momentos más intensos son las dos campañas presidenciales”, se emociona Binet, quien quedó sorprendido, sobre todo, por la estructura novelesca de las campañas y cómo la política sigue generando pasiones a pesar de su crisis.
Cualquier resultado en las elecciones presidenciales en Francia, cuya primera vuelta tiene lugar el día de hoy, le viene literariamente bien a Binet, aunque asegura que el ganador va a ser Hollande, porque “Sarkozy se fue desacreditando en todo sentido durante los últimos cinco años y va a perder. Sus últimos discursos apuntaron a coquetear con el electorado de extrema derecha de Marine Le Pen, pero no le va a alcanzar. El colapso que estamos sufriendo es responsabilidad suya. No sé si la crisis se va a llevar puesto al capitalismo, pero sí estoy seguro de que se va a llevar puesto a Sarkozy”, resume Binet.
¿Ya que estamos en tema, qué pensás de la política argentina?
–La Argentina es un ejemplo: no se deja imponer por la ley de los acreedores, tuvo el coraje de no pagar una parte de su deuda y no se plegó a los dictados del FMI. Un montón de decisiones impensadas en Europa, donde se prefiere hacer pagar a Grecia hasta la muerte antes de constatar el déficit de su pago. Latinoamérica es un ejemplo tanto para Europa como para Francia: mujeres de izquierda al poder, eso es lo que nos hace falta. En Europa hay una mujer en el poder pero es Merkel, quien desarrolla una política extremadamente conservadora y, en mi opinión, completamente estéril: está matando a Europa con tal de preservar los intereses económicos de Alemania. Pero en nombre de esos mismos intereses, impone la austeridad en su propio país, donde en nombre de la competitividad los salarios son muy bajos. Es siempre la misma historia con la derecha.
Una vez que se terminaron todas las preguntas y se cerraron los mails y llamados telefónicos para realizar esta entrevista, Binet mandó un mail a las seis de la mañana (hora de Francia), para agregar entre signos de admiración: “La expropiación en curso de la compañía petrolera española Repsol me parece también una excelente medida, una decisión valiente”.
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