Nació en una pequeña ciudad en el Círculo PolarArtico donde la ortodoxia y el fanatismo religioso se combinaban impiadosamente con extremos códigos morales y un frío inhumano. Asa Larsson supo utilizar esa base autobiográfica para generar una novela negra no exenta de sentimientos e intimismo. Su nuevo libro, Cuando pase tu ira, es de los más audaces y descarnados que haya escrito, y también es la posibilidad, al leerlo, de conocer más a fondo a su autora.
› Por Alicia Plante
La curiosa explosión literaria sueca en el género de la novela negra, que a nivel mundial comenzó con Henning Mankell y su inspector Wallander y siguió con Stieg Larsson y su exitosa trilogía, Millenium, tiene en Asa Larsson a un exponente quizá más válido que sus predecesores. Esta opinión se basa en una característica de su escritura que está casi ausente en los gélidos personajes del otro Larsson –que no es pariente suyo– y también en Mankell: un compromiso real y bien explorado con la emotividad de sus personajes, marcados por dudas y búsquedas esenciales, capaces de amar efectivamente y de expresar la calidez de sus sentimientos en un lugar del mapa que a priori no favorece el entusiasmo ni la efusividad.
La autora lleva ganados tres premios literarios muy importantes (de la Asociación de Escritores Suecos de Novela Negra a la Mejor Opera Prima; a la Mejor Novela Negra Sueca; y la Pluma de Plata de la Feria del Libro de Bilbao) y sus obras ya se han publicado en veinte países. Sin embargo, su talento para la literatura y su elección de la novela negra como género –un hecho que todavía la sorprende–, no comenzó temprano para Asa Larsson, ya que fue recién durante la licencia por maternidad de su primera hija que descubrió que su vida como fiscal a cargo de delitos tributarios era extraordinariamente aburrida, y que lo que en realidad le gustaba era escribir. Decidió entonces abandonar el ejercicio profesional –pero ciertamente no la experiencia, que aprovecha a fondo en la construcción de sus historias donde el personaje central, Rebecka Martinsson, una mujer con una historia de daño psicológico, se desempeña como fiscal en Kiruna, la pequeña ciudad veinte kilómetros dentro del Círculo Polar Artico en la cual la propia Asa nació en 1966 y donde vivió con su familia hasta trasladarse a Mariefred, de clima menos riguroso–. En opinión de la escritora, Kiruna, con su exótico escenario donde un frío que congela las ideas y la oscuridad del invierno no son más duros que los veranos, en los cuales el sol nunca se pone, y donde coexisten hasta hoy numerosas sectas religiosas, poblado de crucifijos, fanatismo y polleras plisadas que rozan los tobillos, es especialmente adecuado para la escenificación de crímenes sangrientos.
Larsson ha revelado interesante información acerca de cómo funciona su “laboratorio”. La construcción de sus personajes, afirma, se nutre de aspectos propios (de hecho, su heroína tiene un físico pequeño, semejante al suyo y, considerando que las mujeres suecas suelen llenar con generosidad el molde de la walkiria nórdica, curiosamente también al de Lisbeth Salander, el personaje chocante y violentamente atractivo de su homónimo, Stieg Larsson). Elabora asimismo numerosas situaciones que conoce desde la experiencia, por ejemplo a partir de una infancia de represión por parte de su abuelo, un hombre de iglesia que rígidamente limitó sus lecturas a la Biblia. Según afirma la autora, el Antiguo Testamento es “un texto lleno de muertes violentas”, un detalle cuya incidencia en la mente de la niña no contempló su inflexible guardián. Fue su padre quien, como adherente al ideario comunista, la rescató del sometimiento al abuelo y a la iglesia ortodoxa y la guió hacia la literatura universal. Dice utilizar también rasgos del carácter y las circunstancias de otras personas, en base a todo lo cual su inventiva, como una flecha cargada de destino, casi se dispara sola.
El helado entorno de sus narraciones surge como telón de fondo a una interpretación personal de la historia y la realidad social sueca actual, y desde esa formación cimentada en polos tan contradictorios, en la presente novela Asa Larsson se permite, por un lado, poner una Biblia en manos de un asesino, y a la vez denunciar a través de hechos ficcionados el papel desempeñado por su país durante la II Guerra Mundial. Suecia, que a diferencia de Noruega, se mantuvo oficialmente neutral durante el conflicto, en realidad colaboró con el ejército nazi, por ejemplo en el transporte nunca admitido de tropas, armas, pertrechos y alimentos. Esta actividad contó con un apoyo popular casi generalizado, pero, al avecinarse la derrota de Hitler, tanto la posición oficial como la del pueblo, que había tenido relaciones cordiales con los alemanes, se dio vuelta y aquí no ha pasado nada.
La aspiración de Asa Larsson a un mundo mejor no se resuelve compitiendo con sus colegas. Su ética, en cambio, aprueba con alegría el rol del otro Larsson que, afirma, a través de los personajes y los hechos de Millenium contribuyó a crear en los hombres suecos una mayor conciencia de las atroces consecuencias del machismo y la violencia de género, fenómeno éste, afirma la autora, enquistado incluso a nivel de las clases más capacitadas para un pensamiento inteligente.
El relato es atrapante y de altísimo voltaje, con despiadada violencia e intenso suspense. Larsson no juega con el clásico enigma de “quién es el asesino” –información que el lector intuye casi desde el principio–, sino con cómo y por qué Wilma y Simon, dos adolescentes, murieron mientras hacían una inmersión en un lago helado. El interrogante es, por supuesto, a qué precio Rebecka Martinsson y su aliada, la oficial de policía Anna-Maria Mella, obtendrán las pruebas que necesitan. El motivo del crimen está en el eje de todo, del relato y de los hechos denunciados por la autora, y la revelación de los datos, que aparece gradualmente, finalmente compone un escenario siniestro, cruel y, en alguna medida, real.
Una vez más los muertos de Larsson piensan, sienten, se mueven, se muestran... Wilma, ingrávida, se sienta en los aparadores, en los árboles, conversa con los cuervos y es testigo de la investigación de su asesinato. Posiblemente porque Larsson misma, a través de su escritura, revela una frontal resistencia a la idea de que la muerte sea definitiva, una posición sin pretensiones filosóficas que termina de darle la mano al lector.
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