Dom 17.06.2012
libros

En terapia

Escandalizó al mundillo psicoanalítico al revelar casos amorosos de diván. Luego se metió con Nietzsche, al que hizo llorar, y con Schopenhauer, a quien convirtió en un paradójico inspirador de optimismo. Ahora, el psiquiatra y escritor norteamericano Irvin Yalom aborda la figura del díscolo filósofo judío Spinoza, a quien cruza en una trama de épocas y territorios inquietantes con el ideólogo de la solución final, Alfred Rosenberg. En esta entrevista, Yalom habla de El enigma Spinoza, que acaba de publicarse en Argentina, y revisa su ya largo matrimonio entre psiquis, filosofía y ficción.

› Por Juan Pablo Bertazza

Falta poco, muy poco. Cualquiera de estos viernes va a suceder: la supervisora Norma Aleandro le hablará al terapeuta Diego Peretti de Irvin Yalom, de sus libros, de sus propuestas, de su singular modo de encarar una cura, tal como sucedió con Dianne Wiest y Gabriel Byrne en In Treatment, la serie original. Y seguramente, Peretti se quedará pensando sin que su cara revele demasiado.

Irvin Yalom es un nombre familiar aun para aquellos que no lo conocen: un nombre que suena, un nombre que despierta reminiscencias y pistas aun cuando no logre aflorar del todo a la memoria. Irvin Yalom, para aquel que no lo sabe, tiene ochenta años y es un psiquiatra y ex profesor de la Universidad de Stanford que se reveló, hace más de dos décadas, como un escritor mundial de best sellers. El primer libro que catapultó a la fama su diván, al inmiscuirse en la lista de los más vendidos en Estados Unidos, fue Verdugo del amor. Historias de psicoterapia (1989). El propio Yalom explicaba el porqué de ese título entrador reconociendo que no le gusta trabajar con pacientes enamorados, ya que el amor y la psicoterapia son incompatibles en un punto fundamental: un buen terapeuta lucha contra la oscuridad y busca la iluminación, mientras que el amor romántico se alimenta del misterio y se derrumba al ser inspeccionado. Entonces, con la dinamita amorosa en mano, Yalom comenzaba el libro con una bomba: el fascinante caso de Thelma, una paciente septuagenaria que sólo vivía recordando el amor de su ex terapeuta, con el que había tenido un affaire de días, de quien en los últimos ocho años no tenía más noticias que la sospecha de que era gay.

Luego vendría, para todos aquellos que ya lo saben, El día que Nietzsche lloró (1992), su exitosísimo primer libro de ficción que tuvo varias versiones teatrales en nuestro país. A partir de una gigantesca licencia poética que, dicho sea de paso, no cayó muy bien entre algunos admiradores del filósofo, Yalom lograba que la irresistible Lou Andreas-Salomé convenciera a Josef Breuer –muy influido, a su vez, por las ideas de su joven discípulo Freud– de psicoanalizar a Nietzsche sin que él se diera cuenta. Por supuesto que Yalom no iba a hacer semejante movida histórica para abandonar, así nomás, la escritura: entre pacientes y clases cada vez más esporádicas, no dejó de despuntar el vicio y sus libros –de ficción, de no ficción pero sobre todo de casos terapéuticos contados literariamente, o sea de ficción-no ficción– se fueron acumulando como sesiones en distintas temporadas –todas cruciales– de la vida.

YO SOY YALOM

Aunque en su momento, o ahora mismo, fue criticado o ninguneado por intelectuales y psicólogos argentinos como Germán García, Juan Carlos Martelli y Carlos Chernov, sería muy injusto identificar a Yalom con un mero divulgador. En todo caso, y aunque representen teorías y lugares muy disímiles, su trayectoria tiene bastante en común con la de Oliver Sacks, inglés y neoyorquino de adopción que nació apenas dos años después que Yalom y también es un anfibio que se mueve entre la literatura y su trabajo como profesor de neurología clínica y psiquiatría en la Universidad de Columbia. Sacks también conoció el éxito masivo con libros como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y Despertares.

En todo caso, puede ser que los libros de Yalom no tengan la rigurosidad que pretenden algunos teóricos pero son muy claros y sin la superficialidad del género de autoayuda.

“Me considero, básicamente, un maestro de la psicoterapia. Soy tanto escritor como psiquiatra. Por supuesto, primero fui psiquiatra y luego escritor, y toda mi escritura está basada, en cierta forma, en mi experiencia como terapeuta. Pero el salto de la escritura académica a la ficción me convirtió en escritor en todo sentido”, se presenta y se define Yalom en esta entrevista desde su casa en California.

Y cuando habla de la psicoterapia se refiere a la “psicoterapia existencial”, un enfoque que utiliza el método fenomenológico y el diálogo directo a partir de una relación personal y real entre paciente y terapeuta en la que el psicólogo suele hablar, a diferencia de lo que sucede en el psicoanálisis, de sí mismo. Se trata además de un enfoque que se concentra en aquellos problemas que provocan estrés y emergen de las mismas dificultades de vivir, un discurso que prefiere evitar el concepto de enfermedad y que abreva en la filosofía, de ahí la recurrencia de célebres pensadores –Freud, Nietzsche y Schopenhauer– que Yalom emplea como personajes de sus libros.

Para los interesados y para los escépticos, algunas de las metas progamáticas de esta terapia son: desarrollar herramientas para sostener nuestra vida, aumentando la conciencia de las posibilidades; ampliar la perspectiva de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, encontrando claridad para proceder en el futuro, tratando de aprender las lecciones del pasado y creando algo valioso para vivir en el presente; ofrecer un espacio para examinar, confrontar y clarificar la forma en que entendemos nuestro destino, los problemas inherentes a la existencia y los límites impuestos a las posibilidades del ser-en-el-mundo. En las propias palabras de Yalom, la Psicoterapia existencial busca, en definitiva, clarificar las diversas maneras de enfrentarnos a los hechos directamente relacionados con existir: la inevitabilidad de la muerte propia o de nuestros seres queridos, la libertad de construir la vida que deseamos, nuestra soledad existencial y la ausencia de cualquier sentido obvio de la vida.

“Una excelente representación de mis sesiones puede verse en la serie In Treatment”, elogia Yalom al programa que adaptó la TV pública bajo el nombre literal de En terapia. “De hecho, lo venía viendo y me venía gustando, así que me sorprendí positivamente cuando escuché mi nombre mencionado en una de las sesiones por la supervisora del terapeuta. Luego, los autores de la serie me escribieron y me dijeron que mi trabajo los había influido mucho.”

El enigma Spinoza. Irvin Yalom Emecé 290 páginas

VIVIR ES MORIR UN POCO

En sus libros, Irvin Yalom habla de todo un poco: de sus pacientes, del amor, de las inseguridades más arraigadas de la humanidad pero, sobre todo, habla de la muerte porque la muerte, según dice, es el hilo común de las épocas y las sociedades, el miedo más fundante y, acaso, el más infundado por ser irreversible. No hay libro de Yalom que no haga alusión a la muerte, al miedo a la muerte, incluso tiene una obra especialmente dedicada a sus pacientes obsesionados por el miedo a morir. El libro en cuestión se llama Mirar al sol y debe su título a una máxima de François de la Rochefoucauld: “Ni el sol ni la muerte se pueden mirar de frente”. Una máxima que él mismo desdecía en el interior de su obra al afirmar que “mirar a la muerte a la cara, acompañados por alguien que nos oriente, no sólo aplaca el terror sino que vuelve la existencia más rica, intensa y vital. Trabajar con la muerte nos enseña sobre la vida”. Pero, además, Yalom dedicaba un capítulo entero de este libro a hablar de su miedo personal a la muerte, algo que hizo también en muchas entrevistas anteriores, pero quizá no tanto en este diálogo por mail: “No podemos eliminar el miedo a la muerte, está profundamente arraigado a nosotros. De hecho, el subtítulo de mi libro Mirar al sol es superando el terror a la muerte y describe mi enfoque hacia pacientes que se preocupan todo el tiempo por la muerte. Una idea útil, creo yo, para pensar este tema es que cuanto menos vivida está nuestra existencia, mayor es el pánico a morir, es decir, cuanto más lamentemos no haber vivido de manera intensa nuestra vida, mayor será el miedo a la muerte”.

De alguna forma, la idea de Yalom remite a un pensamiento que muchos tienen acerca de otro gran miedo familiar, el de la muerte de un ser querido. Una idea según la cual los que más sufren la pérdida de una persona cercana son, por ejemplo, aquellos que no lograron establecer un buen vínculo con la persona que se fue. Como sea, en Verdugo del amor Yalom también se refiere al tema y cita a Woody Allen (“No le tengo miedo a la muerte, sólo que no quiero estar allí cuando suceda”) y a Spinoza. Para Yalom, “en una edad temprana, mucho antes de lo que creemos, nos damos cuenta de que la muerte ha de llegar, y de que no hay forma de escapar”. No obstante, según Spinoza, “todo se esfuerza por persistir en su propio ser”. En el fondo de cada uno de nosotros, dice Yalom, “se debate el perpetuo conflicto entre el deseo de seguir viviendo y el conocimiento de la muerte inevitable”.

Ahora, precisamente, luego de haber escandalizado al mundo psi con sus casos de diván (se sabe que Argentina es uno de los países más psicoanalizados del mundo), luego de haber hecho llorar a Nietzsche y de haber usado a Schopenhauer como un tónico para recuperar las ganas de vivir, Yalom decidió vérselas con Spinoza en un cruce muy interesante con Alfred Rosenberg, el ideólogo de la solución final.

NO HAY ROSAS SIN SPINOZA

El enigma de Spinoza –libro en el que, acaso, encontró la homeostasis perfecta entre el psiquiatra y el escritor–, Yalom zigzaguea entre dos épocas y dos territorios: la primera transcurre en Amsterdam, en 1656, cuando un joven judío que otrora era considerado el mejor alumno del rabino empieza a ponerse a todo el mundo en contra con preguntas, por lo menos, desubicadas: ¿Con quién se casaron los hijos de Adán y Eva si sus padres fueron los primeros hombres de la humanidad? ¿Cómo hizo Moisés para escribir acerca de su propia muerte? Este genial pero arrogante terrible enfant del mundo judío advierte que la Torá está llena de contradicciones, mitos y falacias, por eso decide descubrir en total soledad las verdades esenciales de la religión que no dependen de intenciones políticas, prejuicios sociales o convenciones teológicas, a tal punto que termina excomulgado de la comunidad judía.

La segunda transcurre en pleno siglo XX, los días escolares de Alfred Rosenberg, vanidoso estudiante fascinado con Houston Chamberlain –inglés que promovió la superioridad de los arios y se casó con la hija de Wagner–. En la escuela, el solitario Rosenberg es carne de cañón de la burla de todos sus compañeros y el portavoz de un discurso antisemita que alarma al director de su escuela, quien decide citarlo para tratar de desarmar su teoría. Para eso le propone leer a Spinoza, un filósofo judío a quien, curiosamente, admiraba su máximo héroe literario, el alemán Goethe. En ese sentido, el enigma que, desde sus años no tan tiernos, empieza a taladrar el cerebro de Rosenberg es cómo un judío podía despertar la admiración de un ser superior (y alemán) como Goethe.

Los capítulos dedicados a Spinoza, llamativamente (teniendo en cuenta que se trata de la marca registrada de Yalom) no son los más logrados del libro: demasiados anacronismos y un tono que, por momentos, desafina. Lo más interesante es el juego de simetrías que se va hilvanando entre los dos mundos y, sobre todo, los capítulos dedicados a Rosenberg, que además de resultar muy atractivos ofrecen una perspectiva novedosa sobre un tema tan visitado por la literatura y el cine como es el nazismo. En realidad Yalom lo hace a partir de Friedrich Pfister, uno de los pocos personajes del libro totalmente ficticios, un terapeuta (claro alter ego del autor) a quien consulta Rosenberg en una de sus crisis depresivas. La relación llena de matices que los dos van tejiendo, y ese intento desesperado de Friedrich por detener una bola de nieve imparable, por pisar el huevo de la serpiente, es de lo más logrado en la literatura de Yalom.

¿Cuándo supo que haría un libro sobre Spinoza?

–Intenté escribir sobre él bastante tiempo antes de encontrar, efectivamente, un acceso a su vida. Eso ocurrió en el Museo Rijnsberg, donde me enteré de que los nazis habían confiscado su biblioteca.

Freud, Nietzsche, Schopenhauer y ahora Spinoza. ¿Cuál de esos pensadores es, según su opinión, el más importante?

–Cada uno lo es a su manera, aunque creo que Spinoza envejeció mejor que los otros. Allanó el camino a la Ilustración, el Estado democrático liberal, y al nacimiento del mundo secular. Nos mostró que todo obedece a las leyes de la naturaleza.

Después de tantos años de práctica, ¿cree realmente que la terapia puede ayudar a la gente?

–Sí, al menos eso pasó con la mayoría de mis pacientes.

¿Cuál cree que fue su mayor logro y su mayor fracaso como terapeuta, con sus pacientes?

–Mis mayores logros están en Verdugo del amor, y las mayores dificultades que afronté, las mayores resistencias por parte de mis pacientes, las volqué en este libro, en el personaje de Rosenberg.

Un detalle: una de las recomendaciones que llenan la solapa de su libro es del actor Anthony Hopkins, quien asegura que El enigma Spinoza es la novela más apasionante que leyó en mucho tiempo. ¿Lo conoce?

–Sé que están planeando hacer una película sobre mi novela Desde el diván y Anthony Hopkins ya aceptó desempeñar un papel. Según dijo, leyó y disfrutó mucho de mis libros.

Y según parece, Norma Aleandro también.

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