Todos pueden hacerlo y todos pueden no hacerlo. Quienes sí lo hicieron y han consagrado su vida a los libros tienen secretos, fórmulas y recetas para ser revelados. Una guía útil y apasionada para introducirse en el temido oficio de escribir.
› Por Sergio Kisielewsky
El liso y llano amor por las palabras. La disposición de las palabras en un texto; las numerosas y enrevesadas estrategias para crear tramas verosímiles. La tarea de comunicar de manera sencilla una idea y la presencia del lector en el texto o en la fábula son algunos de los tópicos que recorren una obra amena con diversidad de miradas, las que provienen de profesionales de distintas disciplinas.
En Cómo escriben los que escriben hay voces de los diplomáticos, abogados, escritores, periodistas, científicos y docentes, muchos de ellos mixturan profesiones y perspectivas. Los une la acción de los dedos sobre el ordenador, la presión de la mano sobre la lapicera en el cuaderno nuevo y el cerebro exigido al máximo para transmitir con claridad ideas o ficciones. Muchos apelan a metáforas culinarias como Carlos Zozaya y Julián Meza; otros, como Armando Pereira, se detienen ante el mito de la angustia o el temor ante la página en blanco que se le atribuye a Mallarmé o la obsesión de Hemingway por sacarles punta a sus 27 lápices antes de enfrentar su rol de corresponsal en la guerra civil y escribir en Cuba Por quién doblan las campanas.
El brazo comienza a calentarse cuando Marta Lamas –feminista y periodista o viceversa– comienza a plantear nociones que pueden ser muy útiles para ejercitar en el ámbito de un taller literario. Las sugerencias no tienen desperdicio: respetar el torrente de la escritura, dejar decantar unos días (¡o meses!) lo escrito y compartir con otros la producción. El efecto de la escritura, advierte, es un comunicar un estado de ánimo y para ello hay que esforzarse más en sacar que en poner palabras. En general, es bueno retener la idea de que en el ejercicio de la escritura es más que recomendable sacarlo todo y luego sustraerlo, pulirlo y encauzarlo.
Para Nora Pasternac, licenciada en Letras, el modo de encarar el oficio de las letras se define sin vueltas con una metáfora famosa: la literatura es según el cristal con que se mire. Y hay más. Mientras que Vargas Llosa la encaró como un matrimonio, para Onetti, en cambio, era el encuentro furtivo con una amante. Para Foucault escribir equivale a leer. Para Borges las figuras de los tigres que vio en su infancia en una enciclopedia sobreviven al amor y a la propia sonrisa de una mujer, es decir, hay algo del origen y de la biblioteca primigenia en la experiencia de la literatura.
La docente y periodista Denise Dresser se lleva las palmas cuando rinde tributo a México a través de la crítica (“la política es la organización sistemática de los odios”, según señala) y evoca grandes personajes de novela que conforman su imaginario, como Sandokán, El Quijote o Ana Karenina, los seres atormentados de William Faulkner pelean contra “la complicidad con el desastre”, como definió a la escritura la ensayista Susan Sontag.
La cocina. La intimidad. Lo que está oculto pero puede ser revelado y ser bello, y útil. Buscar un objeto útil en un armario lleno de cachivaches y discutir para incorporar el gusto por la crítica es lo que apasiona en el estudio de estos autores. Así como descubrir la escritura en la potencia de un diario íntimo puede ser una forma de acceder al secreto que esconden las palabras.
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