Ganadora del premio Tusquets de novela, Años lentos, de Fernando Aramburu, combina el recuerdo sentimental y personal con los destellos de una memoria colectiva que remite a los comienzos de la resistencia en el País Vasco.
› Por Carolina Marcucci
“Yo, señor Aramburu, por las razones que usted conoce, siendo niño pasé nueve años con unos parientes míos de San Sebastián. Y fue de esta manera: que mi pobre madre, desamparada por aquel mal hombre que fue su esposo, al cual me niego a nombrar en este escrito, no podía mantenernos ni a mí ni a mis hermanos.” Así comienza Años lentos, de Fernando Aramburu, ganadora del séptimo premio Tusquets de novela.
El poeta y escritor vasco nació en San Sebastián en 1959 y desde 1985 está radicado en Alemania. Siendo estudiante, fue fundador del grupo surrealista Cloc (Historias de Arte y Desarte), junto al hoy novelista Alvaro Bermejo, y al docente José Félix del Hoyo. Juntos crearon una revista en fotocopias con la que alborotaron San Sebastián allá por el año ’78, plena transición a la democracia española. Según Aramburu, “Cloc” significaba justamente “el ruido que hacen los garbanzos cuando caen desde un octavo piso sobre las cabezas huecas de los transeúntes”. Aramburu conserva el tono irónico de aquel momento cuando escribe y cuando se lo escucha hablar en alguno que otro reportaje del ciberespacio. Su primer libro de relatos se tituló No ser no duele, y lleva ganados premios como el Ramón Gómez de la Serna, el Premio Euskadi, el Premio Mario Vargas Llosa NH y el de la Real Academia Española.
Años lentos está contado desde la perspectiva de un narrador testigo, de ocho años, que le escribe y cuenta su historia al escritor, y un escritor que anota su estrategia de escritura de la novela. Los dos relatos son paralelos y complementarios en una arquitectura de pared doble construida con las historias íntimas y colectivas de una época española oscura: los años ’60 en el País Vasco, momento clave del surgimiento de la ETA.
Los personajes: la tía Maripuy, fiel representante de las mujeres españolas matriarcales sometidas a la doble moral religiosa que intenta a toda costa mantener la apariencia de las buenas costumbres de su familia, aun en las peores condiciones; el tío Vicente, hombre lacónico, sometido a su mujer y al trabajo en una fábrica de jabones que corona el día bebiendo tragos en el bar del barrio; la prima Mari Nieves, quien padece el calvario de las pasiones y los bajos instintos. Como castigo divino, o como metáfora del libro que el protagonista no puede leer, Los sueños de Quevedo, da a luz una hija ciega y deforme de la que ignora quién es el padre. Para guardar las apariencias, la tía Maripuy la obliga a casarse con el retrasado del pueblo. También compone el elenco el primo Julen, unos años mayor que el protagonista, al que llama Txiki (pequeño en euskera). Julen, héroe adolescente, duerme con la bandera vasca bajo el colchón, y alecciona al primito Txiki cómo deben ser las cosas, es decir, los comienzos de la militancia etarra. No menos importante es el cura Don Victoriano, adoctrinador del primo Julen y el que se encarga de captar a los muchachos del pueblo manipulando con su poder sobre las confesiones al resto de las familias. El escritor –quién otro– anota su culpa desde su vida personal: “Me han contagiado el odio que le profesa a él y a su familia mucha gente en el barrio por causa del hijo supuestamente colaborador de la policía. Me ve, me saluda. En lugar de corresponder a su saludo le clavo una mirada de fuego. Comprende. Sin decir nada vuelve la cara hacia otro lado. De entonces acá han transcurrido cuarenta años. Me gustaría pedirle perdón, pero no vive. Así y todo me gustaría pedírselo y además públicamente, y ya sólo por dicho motivo debería escribir la novela”. Esa novela finalmente es Años lentos, una reflexión sobre el sometimiento, la violencia y la culpa.
El jurado Tusquets manifestó el mérito de una “narración dickensiana” y el trasvase “entre recuerdo sentimental y memoria colectiva”. Y es cierto, por momentos con su ironía particular Aramburu le da voz al protagonista para narrar su propia historia personal. Que es también colectiva.
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