› Por Mariana Enriquez
William Sansom, uno de los narradores más prolíficos y menos recordados de la posguerra británica, es, además, prácticamente un desconocido en castellano. No mires abajo, la colección de cuentos de Sansom (1912-1976) que acaba de publicar en Argentina la editorial La Bestia Equilátera, con impecable traducción local –de Teresa Arijón– viene a rescatarlo de ese olvido. Lo hace parcialmente, porque Sansom fue cronista, novelista y biógrafo de Marcel Proust y No mires abajo solamente recoge lo más notable de su producción como cuentista fantástico y extraño, influenciado por Kafka y por sus propias experiencias como bombero voluntario (en cuentos de realismo ensoñado como “La pared” o “Los testigos”). Lírico, gran observador, minucioso y peculiar en sus descripciones de una ciudad hermosa, de la agonía o de un rostro (“las huellas de balbuceo, de disculpa, de todas las humillaciones y heridas de una cara que pide perdón por existir”), el Sansom cuentista ubica a sus ficciones en el límite: “La escalera vertical” es un cuento soberbio sobre un joven que, intentando impresionar a una chica, trepa a un gasómetro hasta enloquecer de vértigo, una pequeña obra maestra de tensión y circularidad; “La sábana larga” presenta una fantasía distópica y kafkiana en la que prisioneros encerrados en un dispositivo de hierro, en manos de carceleros sádicos, deben estrujar con sus manos una sábana empapada para, una vez secada, obtener la libertad; “Una habitación pequeña” encuentra a una monja condenada a morir emparedada y “Pansovic y las arañas” a un general de caballería austríaco que sufre de una forma extrema de aracnofobia. El relato más conocido –y uno de los mejores– de esta colección es “Una mujer poco frecuente”, cuento de horror y erotismo que recuerda a su compatriota Robert Aickman, pero también merece ser destacado “Punto de saturación”, cuento cruel, teatro grotesco que incluye a una mujer cortando lonjas de su propia pierna asada. Relatos llenos de imaginación y asfixia de un autor que, en estas elaboradas fantasías oscuras, no entrega –por fortuna– la clave para descifrar su secreto
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