› Por Martín Pérez
Con el final de la exitosa serie del inspector Wallander, la editorial que apostó al policial sueco –y acertó– parece haberse decidido a multiplicar su presencia dentro de la cada vez más popular vertiente “no anglosajona” del género. En su catálogo asoman las series del griego Markaris, el cubano Padura y el mexicano Elmer Mendoza, autores con la calidad suficiente como para intentar ocupar el lugar de Henning Mankell. Dentro de esa categoría también califica el chino Qiu Xiaolong, cuya serie del Inspector Jefe Chen Cao comenzó a publicarse desde su quinta y sexta entrega, Seda roja y El caso Mao. Editada originalmente en castellano hace un lustro por la editorial española Almuzara, la reedición de su admirable primer volumen permite constatar que todos sus rasgos distintivos estaban ahí en el comienzo. Desde la afición de su protagonista por la comida y la poesía chinas, hasta ese aire de galán educado que le permite ser tan seductor con las mujeres como Marlowe lo era a fuerza de respuestas irónicas. Si Chandler hacía mover a su héroe por una Los Angeles amoral, Xiaolong encuentra el equivalente en una Shanghai en plena reforma económica. Ambientada un año después de la masacre de Tiananmen, la excusa que dispara el argumento de Muerte de una heroína roja es el descubrimiento del cuerpo de una trabajadora modelo. Miembro del partido y ejemplo para la comunidad, la investigación de su asesinato se convertirá en un delicado caso político, que pondrá en evidencia la sorda lucha entre los privilegios de la vieja guardia del partido y los nuevos cuadros reformistas. Con voluntad de describir y comprender antes que denunciar las dificultades de la vida bajo un régimen comunista, Xiaolong logra un fascinante fresco cultural, cruzando viejos poemas con la angustia posrevolucionaria de la China de las primeras reformas capitalistas, sin perder de vista lo que más parece interesarle recordar: la crueldad de la Revolución Cultural de Mao. El resultado es un policial lleno de personajes idealistas y queribles, que se descubre como una novela inesperadamente romántica, y termina funcionando como fascinante y minuciosa autopsia de un paraíso revolucionario que tal vez nunca existió.
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