Escritora del sur, Luisa Peluffo se las arregló para ganar premios literarios y dar a conocer una obra caracterizada por el oído atento a las voces de una humanidad diversa. Mujeres, niños, escritores y campesinos que, en Se llaman valijas, viajan por los territorios de la imaginación.
› Por Mercedes Halfon
Se llaman valijas es un libro de cuentos caracterizado por un perpetuo movimiento entre paisajes. Algunos de los relatos transcurren en la pampa, muchos en la Patagonia, uno incluso en Estados Unidos. Espacios que sus protagonistas cruzan para realizar un aprendizaje que se da como insinuación, presentimiento o certeza retrospectiva. Los cuentos están construidos en una amplia paleta de voces que en los tres primeros parecieran ir en un in crescendo de edad: el inaugural, que da título a todo el libro, es un sorprendente relato contado por un niño que recién empieza a hablar; de ahí una primera persona que se enreda con las palabras y que a la vez permite una serie de juegos de contraste entre la comprensión del niño de las situaciones que atraviesa su familia y la que el lector puede sospechar. En el segundo, la protagonista es una nena de ocho años de cuna terrateniente que se ve enfrentada con la crudeza de la vida en el campo: los pollos que mueren, los caballos condenados al malacate, las tareas ancestralmente divididas entre hombres y mujeres, y también la atractiva posibilidad de transgredirlas. En el tercero, una adolescente distraída rinde un examen de geografía, justo cuando la confusión extrema de su cuerpo y de su mente la convierten en mujer.
La insistencia en los climas y paisajes del sur de nuestro país se deben a la residencia de Luisa Peluffo, la autora: instalada desde mediados de los setenta en San Carlos de Bariloche (si bien con viajes y valijas encima) es en ese lugar que se inscribe su literatura. Entre otras menciones obtuvo el Premio Emecé en 1989 por su novela Todo eso oyes y en 2008 el Premio único a Novela inédita de la Ciudad de Buenos Aires por Nadie baila el tango.
Otro eje de los relatos es la tarea del escritor. Con mucho humor y conocimiento del paño, la autora construye situaciones donde sus antiheroínas escritoras se debaten en una vulnerabilidad extrema, fobia, vanidad mal disimulada y a la vez, una capacidad natural para reírse de sí mismas. En un relato vertiginoso escrito en una larguísima y única oración, una escritora asiste a un encuentro literario en Viedma, donde es acechada por sus inseguridades y otros escritores pretenciosos; en otro, vemos las peripecias de los 2500 ejemplares del primer libro que una poeta imprime esperanzada y la acompañan, intactos, a lo largo de su vida.
El último cuento, narrado con el lenguaje campesino de una muchacha del sur es, por su riesgo, donde Peluffo mejor demuestra la solidez de su escritura. Niños, escritores, madres, campesinos: a través de su pluma se vuelven transparentes, su humanidad brilla con una sencillez reveladora.
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