Como los reventados de Asís pero mucho más organizados, en los bordes del sistema pero profesionalizados. Así podría definirse a los personajes creados por Rogelio Demarchi en Sociedad anónima, una dura y estilizada novela social que llega de Córdoba. Novela negra que excede largamente los límites del género, plantea en forma candente un estado de la imaginación en el paso de un siglo a otro, en una sociedad fuertemente presionada por la violencia y los deseos no satisfechos de sus seres más desprotegidos.
› Por Claudia Piñeiro
En Sociedad anónima, su primera novela, Rogelio Demarchi –nacido en Córdoba en 1961, licenciado en Letras Modernas, crítico literario– mezcla con virtuosismo política y literatura ofreciendo al lector un texto que excede los márgenes del policial. La clásica pregunta del género –“¿quién lo mató?”– deja de tener relevancia, se subvierte. En esta historia no importa quién mató al remisero: importa quién va a cargar con ese muerto. Y el objetivo último no será hacer justicia, sino conseguir el mínimo costo político en tiempos de elecciones. El resultado: una historia que centrifuga palabras, personajes y trama con un ritmo tal que el único deseo es seguir leyendo.
Demarchi se mete en ese lugar en que se dan la mano delincuencia, corrupción y política para conformar una sociedad anónima que financiará lo que haga falta de la manera que sea necesario. Un mundo como el que Chandler describe en El simple arte de matar para pedirle al escritor de relatos policiales realistas que de eso hable, “en el que los gangsters pueden gobernar naciones (...), en el que los propietarios de hoteles, bloques de pisos y restaurantes de moda han obtenido su dinero regenteando prostíbulos, (...) y el afable vecino de al lado es el jefe de una red de apuestas ilegales, un mundo en el que un juez con bodega repleta de bebidas de contrabando puede mandar a alguien a la cárcel por tener una botellita en el bolsillo, donde el alcalde de tu ciudad puede haber perdonado asesinatos por dinero”.
Así también es el mundo que narra Demarchi, aunque probablemente algunos escalones más abajo en la escala política y social.
Pero muy por delante del crimen y la violencia, la novela de Demarchi se puede leer como una novela de personajes. La trama es la excusa para contarlos a ellos. Entendiendo quiénes son El Yeso, El Perro, Torquemada (jefe de la policía), Luis Miguel (intendente), El César (gobernador), por sólo nombrar a algunos de los protagonistas, se logra componer la historia. Los personajes de Demarchi podrían ser los descendientes de los de Jorge Asís en Los reventados. Los de Asís se mueven en la Argentina del ’73, arman negocios menores, son torpes y tienen resultados fallidos (desde vender cheques en blanco, hasta conseguir fotos de Perón en Madrid con los que hacen posters que no le pagan a la imprenta y que luego van a vender a Ezeiza el día que termina en masacre). Los de Demarchi, instalados en el paso del siglo XX al XXI, ya aprendieron de los errores de quienes los precedieron (no en vano entre unos y otros el país transitó la dictadura militar y la década menemista). Así es que los nuevos reventados saben armar mejor “el negocio”, se profesionalizaron y ya no se mueven en los bordes del sistema, casi cayéndose fuera de él como los de Asís, sino que tienen un lugar fundamental dentro del mismo, porque ahora son un engranaje más. Mientras el sistema los necesite; si no, a mejor vida.
La novela está estructurada en tres partes, cada una dividida a su vez en tres capítulos que dan cuenta de cada uno de los personajes principales de la historia. Pero la trama no va hacia adelante en forma lineal sino que avanza y retrocede. Y lo hace sin darle aviso al lector, confía en él, no se preocupa por dejar claro al comienzo de un capítulo si lo que se narra sucedió antes, después, o está sucediendo en el mismo momento en que transcurría el capítulo anterior. El lector se dará cuenta a medida que lea. Porque al cambiar el punto de vista, el narrador no se hace cargo de qué se contó hasta ahora y qué no. La lectura entonces se siente circular, y ése es uno de los mayores logros de esta novela.
Demarchi arranca con la historia de El Yeso y cuenta lo que le sucede en el presente narrativo de ese capítulo: El Yeso pasó la noche encamado con una chica, tan chica que es menor de edad (La Pendeja), se despierta por el llamado del Batman, un policía que lo cita para pedirle explicaciones sobre la muerte de un remisero mula que llevaba droga de un lado a otro de la ciudad. Pero el lector no terminará de entender quién es El Yeso hasta varios capítulos más adelante. Durante un tiempo sólo puede ir juntando pistas para componer cada personaje, incluso los secundarios (Tetitas de Oro, Cara ’e Tuna, Pinocho, el Títere). Mientras tanto debe suponer, confiar y dejarse llevar por la prosa impecable de Demarchi. Unos terminarán de entender antes, otros después. Recién en el capítulo dedicado a El Perro, se podrá leer con claridad: “El Yeso maneja las putas del hermano después de que unos pendejos lo mataron”. Porque Demarchi nunca cae en la tentación de pasar información en boca de un personaje que no tiene ninguna necesidad dramática de decirla. El narrador cuenta sólo lo que sabe el personaje al que sigue en ese capítulo.
Dos menciones especiales. Una para las escenas eróticas; en un tiempo en el que cierta literatura erótica edulcorada parece haberse puesto de moda, las escenas de Demarchi remiten a lo mejor del género. Otra para el final; la resolución de la novela merecería un párrafo aparte si no fuera que en este tipo de nota no está bien visto que uno hable de los finales.
Dice Daniel Link en El juego silencioso de los cautos, que la literatura funciona como una máquina que procesa o fabrica percepciones, “un ‘perceptrón’ que permitiría analizar el modo en que una sociedad, en un momento determinado, se imagina a sí misma. Lo que la literatura percibe no es tanto un estado de las cosas (hipótesis realista) sino un estado de la imaginación”. Yo no sé fehacientemente si esta novela representa la realidad, pero me imagino que sí. Y lo mismo les pasará a muchos de quienes la lean. Sociedad anónima transcurre en Córdoba y aunque en el texto no estuviera dicho no cabría duda, porque el manejo del lenguaje de Demarchi da cuenta de ello. “Estoy sin dormir, escuchando a diez culiados que me tiran del forro del culo por esto y vos...”, dice el Batman. Perceptrón o realidad, bien sabemos que culiados hay en todas partes, pero sólo en Córdoba saben nombrarlos como se debe.
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