Dom 16.03.2003
libros

Más moderno que todos los modernos

Del diario (1945-47) Pier Paolo Pasolini

edición bilingüe
trad. Esteban Nicotra
Brujas
Córdoba, 2002
96 págs.

› Por Daniel Link

por Daniel Link

La dificultad que ofrece Pasolini (y lo que garantiza su grandeza) es esa obsesión por lo sacro que recorre toda su obra, desde sus poemas juveniles en Casarsa hasta sus grandiosas películas romanas.
Para nosotros, lo sagrado (se trate de Dios, el sexo, el amor, la vida, la amistad, la naturaleza o la Razón) no juega ya ningún papel porque repugna a las relaciones de intercambio de las que nos hemos convertido en meros epifenómenos. Así como hay un mercado de la vida y de la muerte, hay también un mercado de Dios y del deseo.
Para Pasolini, esa pérdida de lo sagrado era el fin. No de otra cosa hablaba Petróleo, ese monumental texto póstumo e inconcluso que nos legó, el mejor regalo que un grande puede legar a quienes lo sobreviven. Es justo que haya muerto como una víctima sacrificial.
Porque había que sostener lo sagrado, Pasolini insistió a lo largo de su obra (infantilmente, para muchos, y tienen razón, porque lo sagrado es la in-fancia de la humanidad) en un puñado de temas y motivos: Narciso, Edipo, lo líquido, la contradicción (social), el poder devastador de los cuerpos, la juventud, la extranjería, el desierto: aquello que, porque nos devuelve la imagen de lo que no somos, nos habla del valor sagrado de la diversidad.
Pasolini era, además, muy exigente, y por eso podía sostener a la vez su sed de absoluto y los rigores categoriales del marxismo. De ahí, también, su dificultad actual y la necesidad de volver a él como se vuelve a las verdades primeras, a los clásicos, aun cuando (robo palabras de Carla Benedetti) no hay nada más resistente a la clasicidad que el arte de Pasolini, en esto, como en tantas otras cosas, opuesto al arte de Calvino, que desde el comienzo se pensó como un monumento y un modelo de legibilidad.
Si Pasolini es para nosotros un clásico, es un clásico de la desesperación, y por eso lo amamos (nunca hay que pronunciar su nombre sin el epíteto “el amadísimo”), y por eso lo necesitamos.
Hasta ahora Pasolini había recibido en la Argentina la atención de los mejores traductores (Enrique Pezzoni, Arturo Carrera, Delfina Muschietti). A ese grupo de fieles se suma ahora Esteban Nicotra, quien ha traducido para la editorial cordobesa Brujas Del diario (1945-47), el primer libro de poemas de Pasolini, que se expresa ya fuera de los estrechos límites del simbolismo en el que realizó sus primeros ejercicios líricos (Poesía a Casarsa, 1942) y que marcó a su generación. Si hay todavía citas de Baudelaire y de Rimbaud en los versos de Del diario, están sin embargo puestas al servicio de algo que no es la religión hermética del arte propuesta por los poetas finiseculares.
En Pasolini todo está siempre dando sus primeros pasos: la poesía, la novela, el cine, la teoría, la política. Qué “inocente” nos resulta hoy el pensamiento de Pasolini, y cuánta fuerza seguimos encontrando en esa inocencia, en esa infancia de su poesía, cuando no existía ninguna contradicción –o, al menos, no existía la desgarradora conciencia de la contradicción. ¿Qué otra cosa si no “religioso” (un religioso sin dogma) y “comunista” (un comunista sin partido) podría ser alguien a partir de una conciencia semejante?
Como marca de un punto de inflexión, los poemas de Del diario son la voz de un Narciso que ya ha dejado de mirarse en el espejo (“como un cielopuro/ en torno a mí se extiende mi pasado”) y marcha desesperanzado, resignado, casi desesperado sin ser todavía un mártir (“¿Gritaremos aún a tiempo/ Yo no sé más hablar?”), en la dirección que le marcan los horrísonos vientos de la historia.
En Poesía en forma de rosa (1964), Pasolini irá ya “por la Tuscolana como un loco,/ como un perro sin dueño por la Apia/ (...) más moderno que todos los modernos, buscando hermanos que no existen más”. Pero el amadísimo Pier Paolo Pasolini puede descansar en paz, porque en la pluma de Esteban Nicotra, que ha traducido y prologado con inteligencia y sutileza sus poemas, se adivina al hermano y al amigo. Y gracias a él, lo que hay de sagrado en el arte de Pasolini nos alcanza, nos toca y nos salva.

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