Escritor y personaje de la literatura latinoamericana, Efraim Medina Reyes viene construyendo una obra original, que se suele caracterizar por apelaciones tremebundas al mundo de la televisión y el pop, generalmente al margen de la alta literatura. Hace rato que no publicaba. En esta entrevista habla de sus tiempos y motivos para escribir y de Lo que todavía no sabes del pez hielo, su último libro, donde regresa al territorio de la imaginaria Ciudad Inmóvil.
› Por Sebastián Basualdo
Escribir sólo cuando verdaderamente se tiene algo que decir. Bien podría ser ésta una de las convicciones, acaso la regla de oro que defina al escritor colombiano Efraim Medina Reyes. Ajeno a todo tipo de modas y mundillos literarios, más allá de ser dueño de una prosa tan descarnada como avasallante, si algo lo ha ubicado entre los autores más originales de la actual narrativa latinoamericana a partir de la publicación de Erase una vez el amor pero tuve que matarlo es su manera particular de ver el mundo. El estilo no es otra cosa que una consecuencia de ello. El autor de Sexualidad de la Pantera Rosa pertenece a esa raza de escritores que parecen mirarte a los ojos mientras escriben. “No tengo y nunca tuve una relación profesional con el hecho de escribir, con nada, en realidad. Por eso dejé la medicina, si de ti depende una vida tienes que ser lo más profesional posible, pero escribir es algo íntimo y nadie va morir porque escribas o dejes de hacerlo. Los escritores suelen ser muy patéticos cuando hablan de su oficio. Imagino que hacer algo cuya condición esencial es no tener ninguna importancia les crea una apremiante necesidad de dársela. A Messi, por ejemplo, le basta con hacer lo que hace. No tiene que añadir un adjetivo, sus jugadas y goles son una ciencia exacta. El escritor, en cambio, debe arrastrarse por ahí intentando convencer a todos de que su libro vale la pena, que no ha sido fácil escribirlo, que todos deberían leerlo y agradecer que lo haya escrito. A mí el hecho de que escribir signifique en términos objetivos tan poco me produce una refrescante sensación de libertad y no voy a cometer la estupidez de adoptar una actitud profesional”, dice quien al momento de la entrevista, a propósito de la publicación de su reciente novela, Lo que todavía no sabes del pez hielo, se encontraba en un festival de música y literatura en Cerdeña. Y eso es lo que nos ocupa ahora. Porque luego de algunos años de silencio, Efraim Medina Reyes retoma su ya mítica Ciudad Inmóvil para contar una maravillosa historia que linda sin límites precisos con lo trágico y lo absurdo, a partir de la sonrisa lastimosa que surge de la comicidad encarnada en un joven de veintisiete años llamado Teo, que quiere ser un artista de la talla de Lenny Bruce. Centrada en una familia de clase media con un padre abandónico y una abnegada madre que ignora gran parte de la vida privada de sus otros hijos, la novela transcurre entre la realidad y el mundo existencial del joven Teo, quien por sufrir de lupus pasa la mayor parte de su tiempo encerrado en su cuarto, imaginando historias como un modo de instalar su lugar en la utopía y así liberar sus miedos y obsesiones. Sólo que un día conocerá a una enigmática mujer llamada Lena, que a su vez le hará conocer lo que alguna vez dijera Wilde sobre aquello de que las personas lo perdonan todo menos el talento.
“En la novela –dice el escritor– quería expresar lo incómodo e inapropiado que me siento en cualquier circunstancia, la dificultad que me produce seguir esa mecánica pantomima que los otros llaman diálogo o relaciones humanas, también el aislamiento voluntario que he padecido en diversos períodos de mi vida y lo complejo y raro que me resulta hasta hoy tener sentimientos y ser parte de una familia. Me pareció justo crear una historia para reflexionar sobre estas cuestiones y otras que me obsesionan y sentí que un chico enfermo de lupus, en el centro de una normalísima familia disfuncional, que sueña con ser comediante, podía representarme bien.”
Si un escritor publica demasiado, suele recaer sobre él una sombra de sospecha, pero también si publica muy de tanto en tanto. ¿Cómo funcionan en tu caso los tiempos de escritura y publicación?
–No existe una relación directa entre escribir, publicar y vender libros, y cuando digo publicar me refiero estrictamente al mercado editorial y al nada subjetivo hecho de que un editor X compre aquello que has escrito, lo edite, publique, distribuya y venda al menos diez mil copias de dicho producto. Si no es así más te valdría dedicarte al tráfico de cocaína y dejar de hacer el pendejo creyéndote escritor. Los escritores que tienen la fortuna de vender millares de copias y lograr eso que llamamos “éxito” finalmente pueden dejar de escribir y dedicarse con todas sus fuerzas a publicar libro tras libro para cumplir, llenos de dicha, las exigencias del mercado. Quien publica un libro cada seis o doce meses recurre a una técnica genial e infalible que consiste en saltar esa aburrida fase del negocio editorial que es escribir el libro y dedicarse velozmente a llenar páginas y mandarlas a su agente. No hay nada de sospechoso en esto, es absolutamente legal. Lo que me parece una idiotez en que alguien empiece a escribir teniendo como objetivo fama y celebridad. Escribir es un oficio marginal, un refugio de perdedores con ínfulas de grandeza, de ceros a la izquierda con sobreproducción de granos en la cara y adjetivos que los justifiquen. En mi caso no hay caso, estudié medicina y mis sueños fueron ser campeón mundial de boxeo o decadente estrella de rock. El resultado son 14 combates con igual número de derrotas (mi único record perfecto) y todavía estoy aprendiendo a tocar el bajo. Para escribir sigo mi propio ritmo.
La novela transita en una zona interesante entre lo que es público y lo que debiera quedar en lo privado. En Ciudad Inmóvil, este lugar que elegís para liberar a tus personajes, pareciera que debieran juzgarse los hechos por sus intenciones y no por sus consecuencias.
–Hay una frase en la novela: “No es la distancia sino la proximidad lo que nos hace invisibles”. Cartagena de Indias, la ciudad donde nací, es una bella postal caribeña y al mismo tiempo un pequeño laboratorio del infierno. Para empezar, el ochenta por ciento del turismo que llega a la ciudad viene exclusivamente por drogas y sexo con menores (la mayoría de estos turistas son españoles e italianos de mediana y avanzada edad). Supongo que todas las ciudades en el mundo son más o menos así, pero es la belleza arquitectónica y los increíbles paisajes marinos de Cartagena lo que hace todo más melodramático. Sucede igual cuando el encanto de una mujer nos anestesia, haciéndonos olvidar por un tiempo que también el amor es un lujo y lo pagas porque lo pagas. Teo, el protagonista de mi novela, vive en una especie de burbuja hasta que descubre que ni el golf es un deporte ni amar a la madre es algo natural.
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