Es probable que para la mayoría de los lectores el nicaragüense Sergio Ramírez, además de un líder político, sea esencialmente un escritor de novelas. Flores oscuras demuestra también el peso de su obra breve, recorriendo el espinel desde la revolución sandinista hasta sus consecuencias sociales y los desafíos del nuevo siglo.
› Por Sergio Kisielewsky
¿Qué sucede luego de una revolución? ¿Qué queda del viejo orden y cómo se construyen los nuevos pilares de una sociedad? Es difícil saberlo del todo, pero si el que escribe ficciones es Sergio Ramírez, quien integró el Frente Sandinista, fue vicepresidente de su país en plena confrontación con Estados Unidos y puso el cuerpo y la palabra en innumerables batallas, algunos indicios de ahora en más tendremos sobre el estado de una sociedad que cambió radicalmente a partir de 1979. Su escritura es una manera de tender un puente con lo que ocurre cuando antiguos preceptos vuelan por los aires y lo que ofrece es el presente, rico y pleno de significados en cuanto a la realidad social y también a los hechos simbólicos, las nuevas subjetividades y las demandas de nuevas generaciones.
Flores oscuras ofrece un conjunto de relatos que giran alrededor de estas cuestiones. En “Las alas de la gloria” un ex revolucionario muere en una riña callejera; lo matan con la misma bayoneta que utilizó en los combates contra la guardia nacional de Somoza. La temática se asemeja a la de “La colina 155”, donde las huellas de la insurrección se advierten entre las andanzas de un cartonero (al que en principio se acusa de haber cometido un delito) y un hombre postrado en una silla de ruedas. La colina a la que alude el título era la que debían tomar las fuerzas del Frente Sur del sandinismo y esos dos hombres, hoy entrados en años, fueron esos dos jóvenes que treparon la cuesta empinada en esa batalla. Las tramas se basan en hechos policiales, pero lo que ilumina ambos relatos es la manera en que el escritor bucea en las marcas que deja el paso del tiempo sin caer en lugares comunes. En las acciones que se despliegan, en el modo en que los personajes se reencuentran, muestra que no todo está perdido cuando de narrar una épica se trata. Es más, el sustrato del libro cambia por completo, pues Ramírez en los otros relatos apela a cierto lenguaje jurídico que en la búsqueda de resultar jocoso impregna de un aire solemne las historias. En cambio “Las alas de la gloria” y “La colina 155” parece despeinarse en la producción de una escritura múltiple de afectos sobre la vida de hombres que pusieron todo su coraje en un momento crucial de la historia.
En “Abbott y Costello” el conflicto y su resolución si bien otros se sitúan en un hecho puntual sucedido en los primeros años del siglo XXI: Natividad Canda (aunque su nombre despiste de entrada se trata de un hombre) muere a causa de 197 mordeduras causadas por dos perros rottweiler ante la pasividad del dueño del inmueble (todo indica que Canda entró a robar). Si, como afirma Ricardo Piglia, dos historias deben surcar un cuento, “El autobús amarillo” cumple con creces con la sugerencia del autor de Respiración artificial. Embarazada de cinco meses, una mujer ve cómo su esposo la saluda entre las olas del mar. Por supuesto, el hombre no saldrá nunca más del agua y lo que se cuenta es la espera (que desespera) de esa mujer que sólo quiere un banquito para sentarse y volver a ver a su marido. Su estructura es lo que se denominaba un “cross a la mandíbula”, un golpe que parte en dos y aturde. Esa mujer esperará durante varias lunas y soles que el mar le devuelva al padre de su hijo. Pero si la ternura tiene de por sí un peso específico en el punto de vista del narrador, “El mudo de Truro, Iowa” derriba todos los castillos de arena construidos hasta entonces. Un hombre promete no hablar en su vida una sola palabra de inglés pero se enamora de una norteamericana con la que tiene tres hijos anglosajones que por su educación y comportamiento ven a su padre no como una persona sino como a una planta de interiores. Explorar los hechos de una familia donde había vida y sólo quedan muebles, más las preguntas sobre qué lugar ocupan los seres entrañables que se fueron, como en el caso de los relatos “Angeles, el petimetre y el diablo” y “No me vayan a dejar solo”, muestran que Ramírez tiene recursos de sobra para explorar nuevos mundos narrativos.
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