Dom 01.12.2013
libros

UN MUNDO EN RUINAS

Mircea Cartarescu pertenece a una tradición de literatura fantástica desmedida y alucinada, cerca de la influencia universal de Borges y Cortázar, y también de su país, Rumania, con Mircea Eliade. Nostalgia es muy representativo de su estilo detallista y pleno de climas difusos, pero en él se encuentran sin dudas algunos de sus mejores relatos.

› Por Ariadna Castellarnau

El poeta, ensayista y narrador de origen rumano Mircea Cartarescu desgranaba en un artículo aparecido en octubre de 2013 en The Philadelphia Review of Books los clichés que al día de hoy siguen dividiendo el territorio europeo más o menos de esta manera: Europa del Este, Europa Central y Europa Occidental. En esta divisoria, los países de Europa Occidental provocan una sensación difusa, a medio camino entre la confusión geográfica y la desconfianza: ¿Serbia se sigue llamando Serbia o cambió de nombre? ¿Albania está en Europa o se considera ya de otro continente? ¿Qué hay en Rumania además de vampiros? Nacido en Bucarest en 1956, Cartarescu es uno de los gigantes de la literatura europea contemporánea. Su obra abarca todos los géneros literarios: poesía, narrativa, ensayo, teatro. En Francia y Alemania lo leen con devoción, y los críticos lo ponen al nivel de Kafka. En las fotos luce un aspecto rústico, primitivo, y tiene la misma mirada salvaje que uno imagina en los ojos de un otomano: de Solimán el Magnífico, pongamos por caso. Aunque Cartarescu sostiene que rehúye de los clichés y las referencias de color local, de modo que es probable que lo de los ojos de otomano no le cuajara del todo.

El lector que se acerque a su obra esperando encontrar algo rumano de verdad, algo que le inocule literariamente la historia de ese país que desconoce por completo por exótico y lejano (invectivas contra Ceaucescu y el socialismo soviético, gitanos, orfanatos y niebla, por poner ejemplos de aspectos “razonablemente” rumanos), se va a llevar una decepción. En los años ’80, cuando Cartarescu arranca su carrera como escritor, el Partido Comunista controla la actividad literaria del país. Es en este entorno donde los censores son una pieza indispensable para la publicación de la generación que irrumpe, en la que se incluye Cartarescu: un joven colectivo que aspira a enlazar la literatura rumana con la literatura europea y norteamericana del momento, y también con la generación de los vanguardistas rumanos de antes de la Segunda Guerra Mundial (nada más y nada menos que Tristan Tzara y Eugène Ionesco, entre otros).

Nostalgia, editada por primera vez en Rumania en 1993, es considerada por muchos la obra maestra de Cartarescu. Este libro incluye un conjunto de cinco relatos que avanzan lentamente a través de una prosa sobrecargada, intensa y detallista hasta la última puntilla del vestido de la protagonista, hasta el último olor que desprende el corazón de una manzana olvidada en el cenicero.

Cartarescu se detiene infinitamente en los juegos infantiles. En cierta manera, el libro entero desarrolla una poética sobre la infancia, pero no como un paraíso perdido sino como un lugar en ruinas. El territorio literario de Cartarescu está delimitado por la libre expresión del juego y a la vez por la tiranía de sus normas, las pequeñas crueldades que surgen entre sus participantes, la sustancia pegajosa del subconsciente que aflora en cada rito, en cada ceremonia infantil. Todo esto adquiere ante el lector una dimensión terrorífica, de inminente desastre. “Ahí donde el niño juega, el adulto construye fantasmas”, decía Freud. Y precisamente de fantasmas o fantasmagorías está cargada la prosa de Cartarescu. El autor nos arrastra hacia una peculiar cartografía repleta de seres improbables, que poseen una sabiduría descomunal, de ocasos excesivamente rojos, de neblinas fosforescentes, de paisajes inhóspitos, de ciudades subterráneas, de lugares que se deshacen igual que se pudren los cuerpos.

“El Ruletista”, que se publicó primero de forma independiente, narra la historia de un pobre hombre al que nunca le ha sonreído la suerte, pero que, sorpresivamente, hace fortuna participando en letales sesiones de ruleta rusa. Un ser sin nombre, rescatado de las cloacas de la sociedad por los “patrones” (los contratistas) del juego para que subaste su alma en cada jugada. “El único hombre al que le fue concedido vislumbrar al infinito Dios matemático y luchar cuerpo a cuerpo con él.”

“El Mendébil” y “REM” (sin duda los mejores relatos del libro) se encuadran en la larga tradición de la literatura fantástica rumana, que comienza con Eminescu y tiene como gran representante a Mircea Eliade. En el caso particular de Cartarescu, esta vena literaria tiende puentes con Borges y Cortázar. El Mendébil es un niño anómalo, que vive en un barrio de Bucarest con monoblocs terroríficos, y que encandila a sus compañeros de juegos con sus alucinadas teorías. De acuerdo con su singular taxonomía, hay cuatro tipos de humanos: “Los que no han nacido, los que viven, los que han muerto, los que ni han nacido, ni viven, ni han muerto. Estos son las estrellas”.

En “REM”, Nana, una mujer madura, teje y desteje para su joven amante una crónica onírica sobre su infancia. La historia principal se alimenta de otras historias que a su vez se alimentan de otras historias, sumergiendo al lector en un laberinto literario que, como dice Edmundo Paz Soldán en el prólogo, nos deja la sensación “de haber leído un cuento de hadas alucinógeno”. REM es un trasunto del Aleph borgeano. Un sueño que incluye todos los sueños, o según la melancólica conclusión de Nana: “Un estremecimiento del corazón en la ruina de todas las cosas y, tal vez, la nostalgia”.

Nostalgia. Mircea Cartarescu Impedimenta 375 páginas

La maestría de Cartarescu se percibe en todos los relatos del volumen, incluso en “Los gemelos” y “El arquitecto”, posiblemente los menos logrados. También de ellos se desprende la luz rara de lo grotesco, de las obsesiones, de los recuerdos sombríos, el vacío que se abre ante nosotros cuando apenas rozamos la idea de que la existencia es algo desquiciante.

Todos los años, Cartarescu aparece en la lista de los posibles candidatos al Premio Nobel. De llegar a confirmarse, sería el primer escritor rumano en obtenerlo (si se la exceptúa a Herta Müller, escritora rumano-germana). Pero al autor no se le mueve un pelo. La promesa más bien lo fastidia. Prefiere hundirse en su lírica oscura, bellísima, pero profundamente triste. “No merece la pena fatigarse siquiera con la idea de llegar a ser un pobre gran escritor, un desdichado escritor genial. Toma los mejores libros escritos jamás. Apenas son algo mejores que los libros mediocres. Todos son fundamentalmente libros, nada más. Te proporcionarán, cuando los leas, un placer estético algo más intenso. Como un café un poco más dulce. Los soltarás al cabo de 30 páginas para prepararte un bocadillo o para ir al baño”, dice uno de los narradores-escritores de estos relatos.

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