Dom 06.04.2014
libros

AL BORDE DE LA SILLA

En una novela breve y de suspenso dramático, Mariana Dimópulos dispara una trama llena de incertidumbre a partir del momento en que una madre y su bebé pasan la primera noche juntos.

› Por Esther Cross

Después de dos novelas –Anís, Cada despedida– y un reconocido trabajo de traductora, Mariana Dimópulos publica Pendiente, novela breve, de suspenso dramático, que late en una casa porteña, de barrio. Ahí, un joven ruso ordena y hace arreglos mientras lo sigue su mujer, a quien no le llega ninguna oleada de afecto cuando toca a su bebé de pocas semanas de vida. La imagen aceptada de mujer materna y dócil brilla, enseguida, por su ausencia. Las páginas corren solas hacia adelante desde el principio en esta historia pasional donde, curiosamente, fallan las pasiones. Es una apasionante historia en la que importa menos lo que se siente que lo que no.

La mujer y sus amigas pasaron años hablando sobre “el derecho de tener un hijo y la obligación de tenerlo”, sobre otras mujeres, más románticas que ellas, el amor y la amistad, en bares y departamentos que iluminan la ciudad con su corriente alterna. Entre lo que hay que sentir y los sentimientos a veces hay un desajuste. La narradora de esta historia reporta desde ese lugar de tensión. La diferencia entre una cosa y la otra sale disparada como una criatura de los sótanos al prender la luz.

La mujer pasa con Iván y el bebé la primera noche en casa, después de un mes de convalecencia post parto en el hospital. Iván toma decisiones y ella lo sigue, registrando todo. También barre el tiempo hacia atrás y adelante, monitoreando pasado y futuro. Vivió con un profesor y después con una amiga. Hay un primo siniestro que la ronda. Ahora se propuso ser feliz pero pesca simetrías, coincidencias –cosas, frases, gestos– entre esta noche y una noche terrible del pasado. Trata de espantar “la mosca” de esa otra noche pero la mosca vuelve. A donde va se encuentra con un déjà vu, y después con otro. El pasado sigue abierto porque en realidad “cosas pasadas no hay muchas”. Esta primera noche en casa está minada de momentos fantasma, que ella analiza como premoniciones porque va a pasar algo. Adivinen por obra de quién.

No es fácil retratar con justicia esta novela, compleja y rápida como un momento de la vida, que se lee con el corazón en la boca y parece escrita con la mano en el corazón, “sin intención de embellecer” ni agradar, sin trucos de seducción, sin florituras. Claro que, depurada de vueltas y efectos, la novela de Mariana Dimópulos supera el logro de la exactitud. Contada en dominio, limada de adornos y reparos, directa, puede enfocar los carices más sutiles de las relaciones humanas, peligrosas, llenas de misterio, en un lenguaje concentrado y veloz. ¿Qué pasa, más allá de la originalidad y la lucidez del planteo, para que el libro llame como un imán? ¿Qué caminos llevan al lector en su vértigo de oraciones simples y tajantes? La palabra caja, la palabra aire, el nombre Isaac, por ejemplo, dibujan recorridos en el libro como itinerarios de sentido, electrizándolo. Así afina Dimópulos la voz para que hable esta mujer, contracara del ángel de la casa, le da rienda suelta mientras se oye, en sordina, entre renglones, lo que suele pensarse sobre ella.

“Los libros bellos están escritos en una especie de lengua extranjera”, dijo Proust. Es una lengua extranjera especial porque podemos entenderla. Pendiente es uno de esos libros. Se lee al borde de la silla, como si la escritora volviera de un viaje a un lugar prohibido y contara en voz baja lo que vio, mientras nos ve.

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