En mi nombre cuenta la vida de Manuel Gonçalves Granada, Angela Urondo Raboy, Macarena Gelman García Iruretagoyena, Leonardo Fossati Ortega y Jorgelina Paula Molina Planas. Se trata de historias de identidades perdidas y recuperadas, nudos fragmentados de memoria, historia y lazos familiares. Angela Pradelli habla acerca de la génesis del libro y también explica su intención de que sea destinado a las generaciones futuras como narrativas de agitación y reflexión, más que pedagógicas.
› Por Luciana De Mello
Una pulsera de hombre, un canastito de mimbre, un gesto particular de la boca al sonreír, un dibujo con tinta china, la foto de un bebé a upa de un extraño, una tarjeta de Navidad hecha con plasticola de colores, un vestido de egresada, un poema para los amigos, una manera de llevar el pañuelo en la cabeza, la foto de un campamento. Fragmentos que llegan de las manos de otros y se vuelven parte viva de una memoria en construcción. El más mínimo detalle cuenta, y cuenta mucho. Hay que hacerle un lugar, ubicarlo en una fecha, en un nombre, en un espacio. Agregar un detalle es darle densidad, color, textura, olor, sonido, imágenes preciadas a ese universo –siempre endeble y sin embargo tan vivo– que es la memoria de la infancia. Hoy son ciento diez las personas que han podido recuperar su identidad, ciento diez veces que, como sociedad, hemos celebrado el reencuentro de los nietos con sus familias, que leemos y seguimos en los medios sus historias, que contestamos las preguntas de nuestros hijos cuando en la escuela les hablan sobre la última dictadura militar durante las semanas de la memoria, la verdad y la justicia. Sin embargo, todavía hay un camino muy largo por delante, no sólo porque aún quedan casi cuatrocientas identidades que restituir, sino también porque cada una de estas historias contiene, como un camafeo, la complicidad civil, el amor incondicional, las casualidades ¿milagros? de la vida, la complejidad humana en todo su abanico.
Ya hace años que los relatos de los nietos, de los hijos, atraviesan la sociedad manifestándose de maneras y lugares muy diversos y En mi nombre. Historias de identidades restituidas, de Angela Pradelli, viene a aportar otra reflexión sobre la posibilidad de narrar estas historias. “La narrativa no es pedagógica sino agitadora”, anota Pradelli, recordando la cita de Jerome Bruner. “Al narrar el pasado, la memoria le da densidad. Cuando escuchamos, leemos o contamos una historia, los hechos nos atraviesan el cuerpo y algo de la viscosidad y concentración de los acontecimientos se expresa también hoy en cada uno de nosotros.”
Fue una noche fría pero acompañada en las calles de Comodoro Py. Protagonistas, militantes y mucha gente de a pie saltó, lloró y se abrazó cuando el tribunal se definió con estas palabras: “No hacer lugar a los planteos de prescripción penal interpuestos por las defensas, por tratarse los hechos juzgados de delitos de lesa humanidad implementados mediante una práctica sistemática y generalizada de sustracción, retención y ocultamiento de menores de edad, haciendo incierta, alterando o suprimiendo su identidad en ocasión del secuestro, cautiverio, desaparición o muerte de sus madres, en el marco de un plan general de aniquilación que desplegó sobre parte de la población civil, con el argumento de combatir la subversión, implementando métodos del terrorismo de Estado durante los años 1976 a 1983 de la última dictadura militar, artículo 118 de la Constitución”. Desde el contenido hasta la sintaxis de esta enunciación hace que no se pueda repetir de corrido sin que nos falte el aire. La importancia de este “pronunciamiento” radica en la forma en la que se nombran los hechos, las palabras que denotan la verdad. En 1985, durante el Juicio a las Juntas, no se había logrado probar que el robo de bebés hubiese sido una práctica sistemática. Hubo que esperar hasta el año 2012 para que la Justicia se pronunciara no sólo por los casos de nietos restituidos, sino por los que aún no lo están. “No están ni vivos ni muertos”, había dicho el dictador, y en 1985 la defensa usó los mismos argumentos: al no saber si los niños están vivos, tampoco está probado que hayan sido apropiados. Los niños, como los padres, simplemente no estaban. La palabra de la Justicia nombró por primera vez, les dio entidad jurídica a los quinientos hijos y nietos sustraídos por la dictadura. La condición de posibilidad de poder narrar en mayor escala estas historias de manera colectiva comienza en el 2002, cuando Néstor Kirchner pide perdón en nombre del Estado argentino. Más tarde, en el 2012, ese espacio narrativo que significan los juicios, las escenas de los juicios, es el que está abriendo y legitimando la historia hacia el resto de la sociedad, para que pueda comenzar a relatar, a hacer memoria, a desentrañar lo que fue el punto culminante de lo siniestro durante los años de plomo.
Las historias que se cuentan en En mi nombre son las de Manuel Gonçalves Granada, Angela Urondo Raboy, Macarena Gelman García Iruretagoyena, Leonardo Fossati Ortega y Jorgelina Paula Molina Planas. Y no es un dato menor que Angela Pradelli haya elegido Paidós para publicar: “Yo quería que el contexto que acompañara estas historias fuera un contexto que tuviera que ver con la educación y con la escuela”, señala, y luego comenta que Rosa Rotemberg, editora de ensayos, ya había tomado la decisión de publicar el libro aunque no existiera colección donde enmarcarlo. Es así que En mi nombre es el primer libro de narrativa que edita Paidós. El primero de una lista que seguramente irá creciendo con el tiempo, porque lo que llama la atención y luego a la reflexión apenas se leen las primeras páginas del libro son las notas al pie donde se explican términos como “Robo y apropiación de niños”, “Desaparecido”, “Equipo Argentino de Antropología Forense”, “Montoneros”, “Leyes de Punto Final y Obediencia Debida”, “Conadep”. A simple vista, la lectura evidencia que En mi nombre es un libro hacedor de memoria para estos tiempos y para las generaciones que vienen, cuando el origen de cada uno de estos términos remita a un punto ya muy lejano en la historia. “El conocimiento de la verdad tiene un sentido incluyente, y no al revés. La verdad no se impone porque no es autoritaria. Las evidencias, como las pruebas, los testimonios y los documentos nos van llevando hacia la verdad, la enriquecen, la sostienen, pero la memoria es más, es una construcción subjetiva y social de la que todos somos responsables”, anota Pradelli en el prólogo del libro. “Quizás alguien acerque un hilo que se desconocía, un hilo colgante que pueda atarse a otros cabos de las historias, y la memoria entonces hará nuevos desplazamientos. Con la incorporación de nuevos nombres y fechas, la memoria, que compone con varios instrumentos en su búsqueda de la verdad, se moverá otra vez y las biografías seguirán creciendo.”
La reconstrucción de estas identidades es, para sus protagonistas, una labor de amor y de alegría más allá del dolor y el horror del pasado que encarnan. Saber que nadie los abandonó, que sus padres los amaron y sus abuelas los buscaron dejando la vida en ello, representa uno de los relatos de amor más conmovedores de nuestra historia. Manuel, cuando habla de su abuela, reconoce que tuvo con ella una relación desbordada: “Era tanto lo que yo sentía por ella que no podía siquiera demostrárselo. Para ella significaba mucho verme, y saber que yo estaba bien le dio cierta calma. Pero para mí eso no era nada. Ella me buscó, me encontró y yo me preguntaba a mí mismo, ¿y ahora vos qué hacés? Pero yo sentía que no podía hacer nada comparable a lo que había hecho mi abuela”.
¿Qué hacer con lo que se ha encontrado, con lo que representa el hallazgo de la verdadera identidad –no sólo para los nietos– sino en la vida de los otros que los rodean? Esta es una de las primeras preguntas que cada uno de los protagonistas se ha hecho al conocer la verdad. Muchos de ellos trabajan con Abuelas, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, han escrito libros, expuesto sus pinturas, son actores, bailarines, científicos, madres y padres de niños a los que les han podido contar, poco a poco, quiénes fueron sus abuelos, por qué ahora llevan otro apellido, cómo era en otros tiempos este país donde viven ellos ahora.
Hace muchos años que Angela Pradelli viene siguiendo estas historias en los medios, historias de una complejidad en términos de trama, personajes, fechas y giros que la mayoría de las veces sentía que no llegaba a comprenderlas del todo. Esa fue la motivación, el origen de la necesidad de contarlas. “Yo me quedaba siempre afuera de las historias. Siempre había algo que no entendía. Tenés una página y a veces media para contar una historia muy complicada. Por ejemplo, la de Jorgelina. Yo había terminado el libro y veo en el canal Encuentro su historia. Es un micro de quince minutos para cada historia. Y no entendía nada. Es muy compleja la de Jorgelina para contarla en quince minutos. Ella misma me dijo que cuando la vio no entendió. La primera entrevista que hicimos con Manuel estuvimos no sé cuántas horas. Me contó que cuando va a las escuelas a contar su historia le cuesta mucho avanzar porque siempre algún chico le dice: ¿pero cómo, no era que tu mamá tal cosa, o que tu abuela tal otra? No la puede terminar de contar. En general son muy difíciles de entender. Y de contar para que el otro lo entienda. Yo lo que hacía era dársela a gente cercana para que la leyera y les pedía sobre todo que me dijeran si la habían entendido. Si había algo que faltara para terminar de comprender.” Durante el proceso de escritura del libro, Angela fue corrigiendo junto con cada uno de ellos, quería que no hubiese un solo dato errado. Recuerda una vez que Leonardo la llamó por teléfono para corregirle algo: la carpeta con todos los datos de su caso no se la habían entregado las Abuelas, sino que se la había dado el juez. Leonardo le pedía disculpas a Angela porque era un dato menor, que no hacía a la historia –le dijo– pero que sin embargo, para él, era muy importante. La autora recuerda las palabras de él del otro lado del teléfono y todavía se emociona: “Por dos cosas te lo digo, primero porque creo que esto lo van a tomar en los juicios, como material. Y segundo porque yo se lo tengo que regalar a todos los conocidos, familiares y amigos a los que todavía no les pude contar la historia”. A pesar de que hoy Leonardo dirige la sede de Abuelas en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos que funciona en la ex ESMA, mucha gente no sabe algunos detalles, o sólo saben que es el hijo de Leonardo Fossati e Isabel Ortega, que nació en una comisaría de La Plata y que después lo encontraron, como hitos de esa historia, de esa narración, de esa vida, que no tiene demasiados pliegues respecto de lo que él sufrió, de cuánto tardó en encontrarla. Para Angela es muy interesante cómo, al conocer la verdad, los nietos fueron cambiando respecto de cómo tomaban esa historia personal, cómo la sentían, cómo ha sido el proceso del cambio del nombre, que en muchos casos se fue dando de manera progresiva.
Es posible, reflexiona Bruner en La fábrica de historias, pensar que la ficción no se refiere a ninguna cosa específica del mundo, sino que sólo le otorga su sentido a las cosas. Y ocurre que, sin embargo, es justamente ese sentido de las cosas, que suele provenir de la narrativa, el que hace posible a continuación la referencia a la vida real. Quizá sea por esto mismo que Pradelli eligió este epígrafe de Rodolfo Walsh con el que abre el libro, y que no puede ser más pertinente como faro que alumbra, de manera fragmentaria pero constante, la lectura de En mi nombre: “El testimonio y la denuncia son categorías artísticas por lo menos equivalentes y merecedoras de los mismos trabajos y esfuerzos que se le dedican a la ficción. En un futuro tal vez se inviertan los términos y lo que realmente se aprecie en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o del documento que, como todo el mundo sabe, admite cualquier grado de perfección. Evidentemente, en el montaje, la compaginación, la selección en el trabajo de investigación, se abren inmensas posibilidades artísticas”.
El trabajo narrativo que encierra este libro es de un gran valor literario, y no sólo por el hallazgo de las voces, cinco voces bien diferenciadas, sino también por los silencios que contiene. Por momentos hay párrafos de los que el lector se cae, queda suspendido, no puede continuar con la lectura porque la misma escritura no lo permite. La narración de las historias recrea esos fragmentos de las que están hechas. La elección del tiempo, de la persona, de los saltos en la cronología de la historia hace que En mi nombre se vuelva un relato personal para el lector, no es posible que lo que se está leyendo pase inadvertido y quede “afuera” de uno cuando se cierra el libro. Y los retratos de Martina Bertolini hacen su parte, porque revelan, a través de la imagen, esos haces de luz que la palabra muchas veces no alcanza a evidenciar: las manos francas de Manuel, la mirada luminosa de Josefina y Leonardo, la sonrisa vehemente de Angela y Macarena. Son importantes estos registros, porque hablan también de la alegría que resulta de conocer el propio origen. Para entender cómo escribir la historia de cada uno, Angela supo, desde el comienzo, que su herramienta más importante era el oído: “Lo que me importó fue escucharlos. Porque escuchándolos iba a surgir el modo en el que yo tenía que contar esa historia. Yo sabía que si los escuchaba bien, y no me refiero a la parte objetiva, en algún momento de esa narración el protagonista, en su manera de contar, me iba a dar la clave y eso podía surgir en los primeros cinco minutos o al día siguiente, después de escuchar varias veces la entrevista y el testimonio”.
“Hace mucho que lo que más me interesa es la escritura, no la literatura. A veces la escritura es literaria, pero muchas veces no lo es y a mí me interesa tanto como la literaria. Yo tenía una apertura respecto de esto, y sin embargo aun así me sucedió que los límites de la ficción se me desacomodaron todos. Es esa concepción de ‘lo que sucedió tal cual se escribe no es ficción’, ‘¿pero eso pasó? Entonces no es ficción’. La gente me pregunta: ¿Pero es ficción o no es ficción? Bueno, depende a qué se llama ficción. Yo llegué a la conclusión de que el primer elemento ficcional es la voz, no es lo que pasó o no pasó sino la reconstrucción de la voz. Pero no porque la voz sea ficticia, sino porque la construcción forma parte de la ficción. Qué palabras usa, el silencio, la melodía en la que el otro habla. Es algo en lo que yo ya venía trabajando mucho, pero este libro fue como una confirmación de eso que se me venía cruzando: que la mayor construcción en una narración no es la trama sino la voz. En ese sentido, este libro fue el que más me enseñó a escribir.”
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