De promesa del comunismo a escritora desplazada por el partido por sus devaneos fantasiosos y femeninos, Fina Warschaver tuvo un singular derrotero secreto en la literatura argentina. La reedición de El hilo grabado permite el rescate de su figura y de una escritura vigente en su afán de ruptura.
› Por Mara Laporte
“Mamá era un ser raro, de la estirpe de las amazonas. Como mi abuela y mi bisabuela, afectadas por la fatalidad de su destino femenino”, dice Amós, alter ego de Fina Warschaver, cuya voz resultó injustamente silenciada por esa doble mordaza coyuntural que fueron la censura política y de género. Porque esta brillante escritora nacida en 1910 no sólo fue mujer, madre, hija de inmigrantes ruso-judíos y feminista, sino que también fue militante del Partido Comunista y esposa del dirigente Ernesto Giudici, con quien compartió ideología, censura partidaria, clandestinidad y olvido. “Leí su libro. Apreciación sintética: bueno. Si se tiene en cuenta que ha sido escrito por una mujer: muy bueno.” Con estas palabras, pretendidamente elogiosas, Elías Castelnuovo valoraba La casa Modesa, segundo libro de Warschaver. Y develaba, punzante como una daga, el doble muro –ideológico y de género– al que debería enfrentarse la escritora desde entonces. Porque si Castelnuovo, a su manera, la “celebraba”, los comisarios culturales del partido, verdaderos legitimadores de lo discursivamente aceptable por entonces –con alguna digna excepción como Gerardo Pisarello, Simón Contreras o Bernardo Verbitsky– acabarían relegando su obra, por sus “desviaciones formalistas y burguesas”. Y de nuevo encontraría Warschaver en su lejana genealogía la fuerza de su rebeldía: “Allá, en los orígenes de una aldea de Rumania llamada Tatarbunar (pueblo de tártaros) busco alguna explicación de mi propio ser”, escribió. “Aunque los sucesores de esos belicosos tártaros fueran después pobres campesinos judíos, algún parentesco debían tener: su espíritu indomable y levantisco.”
Esa voz indómita, junto a la de otras tantas escritoras de su generación, forma parte hoy de la colección Narradoras Argentinas de la editorial cordobesa Eduvim, una verdadera misión de reparación editorial, dirigida por María Teresa Andruetto, Carolina Rossi y Juana Luján ante la ausencia irreparable –casi todas han fallecido– de sus creadoras. Y en este punto tal vez resulte apropiado, desde la perspectiva de nuestro momento histórico, replantear la revisión de su obra en tanto escritura femenina y abrir la lectura hacia un lugar que, sin obviar la cuestión genérica, la trascienda. Porque si bien, tratándose de Warschaver, el marco biográfico resulta gravitante, lo cierto es que ni ella ni ninguna otra escritora, por el hecho de ser mujer, se acerca a la literatura ex abrupto o por generación espontánea, sino a través del bagaje de sus propias lecturas y, por ende, de modelos retóricos determinados. Quizá, también, como una forma de reivindicar el lugar que la propia Fina Warschaver reclamaba para sí con lucidez: “En mi obra sigo [...] a la forma verbal como centro de la creación. Todo lo que yo creía objeto de mi estado de angustia, de mis estados psíquicos, tienen entonces su razón de ser en las reglas mismas del pensar”.
El hilo grabado, publicado originalmente en 1962, es un conjunto de relatos que viene a demostrar que el enorme talento de esta creadora –Warschaver fue narradora, dramaturga, poeta, ensayista y compositora– encuentra en la forma breve su nivel más exquisito. Con un excelente y abarcador prólogo a cargo de Elsa Ducraroff, la mayor divulgadora de Warschaver, despliega en cada uno de los relatos que lo componen la maestría narrativa de su autora. Porque, lejos de confirmarse como “el nuevo Arlt” –así la había bautizado el partido en 1947 a propósito de El retorno de la primavera, su primera novela, celebrada, entonces sí, por su poder didáctico y “realismo comprometido”–, Warschaver propone aquí todo un despliegue de recursos técnicos que la aproximan a las vanguardias. Avida lectora, de sólida formación intelectual, la actitud revolucionaria que de ella se esperaba la traslada al lenguaje y, a partir de unas pocas obsesiones –el tiempo, la condición femenina, la reflexión sobre la escritura, la opresión o la culpa– construye sus ficciones. Relatos deshilvanados, retazos de historias en ocasiones incompletas, contundentes en su sutileza; cuentos que refieren grietas. El hilo grabado reúne dieciséis historias y un elemento en común: el relato de la otredad. Pinceladas de personajes singulares, extraños, que desafían las convenciones de la lógica social y se recortan exhibiendo las diferentes caras de lo innombrable. Lo monstruoso cotidiano, lo señalado o ignorado, otros y otras ante quienes la sociedad se taparía los ojos si pudiera. La galería de personajes que recorren estos relatos –adolescentes en su despertar sexual, mujeres maldecidas, empleados humillados, obsesivos justicieros, esposas aburridas– son narrados en su mayoría por las voces de algún otro personaje que los observa y atestigua. Narradores testigos que en el cruce con los otros se reencuentran.
Redescubrir a Fina Warschaver es recobrar la certeza de que, una vez cada tanto, surge un escritor o una escritora que se impone con luz propia más allá de las sombras del contexto y sus decretos. Y leer El hilo grabado es percibir, allá en el fondo, a Katherine Mansfield. Es revivir las sensaciones puntuales de los libros que conmueven: la primera lectura de Pizarnik, de Thénon, de Lispector.
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