Se identifica con una nueva generación de historietistas que buscan contar escenas de la vida urbana, tan moderna como neurótica. En esta línea, su personaje Monsieur Jean –creado a dúo con el también dibujante y guionista Philippe Dupuy– trata sobre el vacío de la inmadurez, el miedo al compromiso, la melancolía de vivir. De paso por Buenos Aires, Charles Berberian presentó su primer libro con edición local y aprovechó para seguir arrastrando su spleen por la avenida Corrientes.
› Por Martín Pérez
Cada vez que les preguntaban de qué se trataba su historieta Monsieur Jean, a Philippe Dupuy y Charles Berberian les gustaba decir que era sobre la nada. En la casi decena de álbumes que componen la saga de desventuras cotidianas de su personaje, sus dos autores fueron poniendo cada vez más en evidencia sus miedos a crecer, a asumir compromisos, a compartir su vida con otra persona, componiendo así una suerte de mapa de las neurosis de la vida urbana contemporánea. Es decir, en términos de aventura, la nada misma. “Por eso, cuando vi el capítulo de Seinfeld en que sus protagonistas intentan vender un programa sobre sus vidas y le explican al ejecutivo de televisión que tienen enfrente que el suyo sería un show sobre la nada, sentí que no éramos dignos –se ríe Berberian, sentado ante una cerveza y un plato de maní en un bar de la tan porteña avenida Corrientes–. Porque nosotros lo dijimos en las entrevistas, pero nunca nos atrevimos a ponerlo en boca de nuestros personajes.”
Junto con Dupuy, Berberian es el autor de una serie que funciona como el eslabón perdido entre la clásica escuela franco-belga de aventuras, y una nueva generación de historietistas, dedicada a contar sus vidas. “Nosotros siempre nos sentimos solos, generacionalmente hablando –confiesa–. Porque cuando empezamos, la historieta francesa era una tierra baldía. Las librerías especializadas vendían más medias y corbatas del Corto Maltés que libros de historieta”, recuerda Berberian, evocando el momento en que la revolución de los ’70 había pasado de largo, y el mercado era amo y rey, con cada vez menos revistas y más álbumes. “Muchos de mis amigos dibujantes se dedicaron a la ilustración y la pintura. Pero yo me quedé porque me gusta contar historias. Y porque siempre había soñado con dedicarme a la historieta, y no era cuestión de abandonar ese sueño.”
Los sueños de Berberian con la historieta comenzaron en su Bagdad natal, donde fue un niño criado sobre la base de libros en francés y en inglés, como parte de la comunidad extranjera afincada allí. Hijo de un padre de sangre armenia nacido en El Líbano, y una madre de antepasados griegos nacida en Jerusalén, el niño Charles se crió leyendo superhéroes como Superman y Batman, pero nunca los de la Marvel, imposibles de encontrar en los países árabes. “Porque eran demasiado judíos”, asegura Berberian, que cuando creció se fue a estudiar a Beirut, pero se mudó a Francia con su familia a mediados de la década del ’70, cuando todo estalló en Medio Oriente. “Mis padres iban tristes en el avión, pero con mi hermano estábamos felices: íbamos a la tierra de las historietas.”
Además de esas ganas de contar historias, Berberian confiesa que una de las razones por las que empezó a dibujar historietas fue poder ampliar su colección sin necesitar gastar un dinero que no tenía. Fanático de Lucky Luke y –especialmente– de Blueberry, empezó a imaginar sus propias continuaciones para esos álbumes esquivos que tanto costaba conseguir. “Aún hoy dibujar historietas me permite ampliar mi colección gratis: mis editores me dan todos los libros que yo quiero”, bromea un autor que abrazó la cultura pop muy en serio, recorriendo naturalmente un camino que comienza con los superhéroes pero termina en Seinfeld. “Hay más de una generación que ha crecido identificándose con las canciones de Bob Dylan y las películas de Woody Allen. Es una cultura que ha atravesado fronteras, y creado una tierra común. Una contracultura popular, eso que emerge cuando nadie se lo está esperando, y es reconocible como propio no importa donde estés. Porque si no ¿cómo es posible que un adolescente de 14 años que vivía en Beirut se haya sentido tan identificado con las películas de Woody Allen? Es una de las mejores cosas que nos ha legado el siglo XX.”
El granito de arena que Berberian –junto a Dupuy– ha agregado a esa cultura es Monsieur Jean, un personaje que ha ido creciendo libro tras libro. “La idea siempre fue que viviese lo mismo que nosotros vivimos en nuestras vidas –explica–. Dejamos de hacerlo cuando estuvo casado y feliz, con una hija en los brazos. Pero tardamos quince años en llevarlo hasta ahí.” Aunque en el mercado francés los libros de Monsieur Jean son superventas, y sus autores han ganado el premio mayor de Angouleme por ellos, aquí han llegado azarosamente. Durante su breve visita porteña, Berberian se tomó el trabajo de presentar el hermoso volumen que compila los dos primeros tomos que ha editado Liniers en su editorial, y que permite al menos empezar a recorrer su historia en orden desde este lugar del mundo. Claro que aún estamos esperando el segundo tomo. Y que, mientras tanto, los tiempos han cambiado para todos. “Hace cuatro años que no hacemos nada juntos con Dupuy, y no tenemos nada planeado en el futuro cercano –confiesa Berberian–. Tenemos nuestros propios proyectos, y también diferentes formas de lidiar con nuestra vida cotidiana. Así que no sólo sería difícil encontrar un momento en común para trabajar juntos, sino también un sentimiento en común. Pero nunca se sabe.”
A los 55 años, Berberian asegura que sigue disfrutando de contar historias. Por eso confiesa que está regresando a la historieta. En los últimos años, no sólo se ha dedicado a la ilustración sino también a la música. Y ha ido perfeccionando un acto al que cada vez se dedica más: dibujar en público. Tiene su propia banda, y la mitad del último año –calcula– lo ha dedicado a tocar y dibujar sobre un escenario. Y también participa de un programa musical de la televisión francesa, dibujando a los músicos mientras tocan. “Lo difícil en la historieta es mantener el ritmo en cada página. Es un trabajo duro. Tenés que ser como un atleta y estar en buena forma. El placer de dibujar se recupera sólo cuando hacés dibujos grandes, como los que hago en los shows. Así, cuando volvés a la página, conservás ese placer. Si hiciese sólo historietas, perdería el placer de dibujar. Y si bien a mí siempre me ha gustado contar historias, también me gusta dibujar.”
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