Después de dirigir un documental sobre fundamentalismos religiosos, el marfileño –radicado en Francia– Karim Miské pasó cuatro años escribiendo Arab Jazz, una novela negra ambientada en un barrio peligroso de París, donde el crimen de una mujer adquiere ribetes místicos en un escenario lleno de sectas, drogas sintéticas y profetas desquiciados.
› Por Fernando Krapp
La última página de Arab Jazz, Grand Prix de Literatura Policial 2012 y novela debut de Karim Miské, documentalista nacido en Abiyán (Costa de Marfil), radicado en París, de padre mauritano y madre francesa, tiene como yapa o sugerencia un play list. No sólo son los temas que aparecen sampleados a lo largo de su novela como guiños o caprichos musicales que le permiten desanudar conversaciones entre sus personajes, marcar el tempo de sus emociones o bien sobrevolar temáticamente las situaciones, sino que parecen ser los temas que, suponemos, Miské escuchó repetidas veces durante la escritura para encontrar un determinado ritmo, el swing (dirían los jazzeros) o bien su flow (marcarían lo raperos, y no es casual el término, ya que la novela abre con una cita a un tema de hip hop francés, género que hace furor en la tierra de Balzac). Escuchados y repetidos una y otra vez, en random, durante los cuatro años que le llevó escribir esta novela después de haber hecho un documental sobre fundamentalismos religiosos, permiten configuran un posible mapa de lectura con banda de sonido: desde Patti Smith, Dinah Washington y The Rolling Stones, hasta Booba y Public Image Limited, canciones que hablan de la magia, la simpatía por el demonio, la gloria, la falta de hogares, la religión y la comodidad de no hablar mucho cuando se tiene una pistola en la boca.
Y la música está muy presente ya desde el título, aunque esconde una trampa sin fondo. Cualquiera podría pensar que se trata de jazz árabe, pero el título refiere a White Jazz de James Ellroy, que a su vez se explica en el cuerpo mismo de texto: el jazz blanco –aquella anomalía cool de la costa oeste– poco tiene que ver con la temática del libro. White Jazz significa algo así como “un plan retorcido montado por unos blancos”, en alusión a la expresión all that jazz. Ese plan retorcido versión Miské se dispara, gracias a las convenciones del género, cuando una azafata aparece muerta en un departamento de uno de los barrios “más peligrosos” de París: el distrito 19. Claramente, la idea de peligro en París está condicionada por la cantidad de inmigrantes ilegales que intentan abrirse paso en la complicada sociedad francesa (sobre todo cuando se trata de recibir con las puertas abiertas a la gente indocumentada). Arab Jazz, de todos modos, no se adentra en esos temas, aunque sí haya dealers amantes del hip hop y demás minucias callejeras, sino que se mete de lleno con la religión como, parafraseando a Marx, opio de los pueblos. Miské utiliza la metáfora de pueblo chico infierno grande aplicada a un barrio: como si el mundo entero entrara en unas pocas cuadras, o bien, como si religiones de todo tipo y color se pelearan por una porción de tierra muy pequeña. Algo que suena bastante conocido.
El despliegue de la escena del asesinato, con varias claves relacionadas con sectas y falta de compromiso religioso por parte de la víctima, hija de testigos de Jehová y muchas estampitas intimidatorias, pone en movimiento a Ahmed, su compañero de edificio, quien luego de una larga depresión sorteada con largas lecturas de policiales negros y no tan negros (Hammett, Chandler, MacCoy, Ellroy, Cain, Chase, casi no quedan autores por nombrar en la biblioteca de Ahmed), rompe el silencio de su bovarismo y se lanza a la aventura de resolver un caso sin confundir nunca un molino con un arma. Casi en paralelo, la investigación avanza oficialmente en manos de Jean Hamelot y Rachel Kupferstein, quienes tendrán que dejar de lado su pasado y diferencias para resolver un caso que a medida que avance, al igual que en la reciente serie True Detective, se hará más y más oscuro e intrincado, más místico y delicado. Desde sectas fundamentalistas hasta dealers religiosos, desde nuevas drogas sintéticas raras hasta profetas desquiciados, Miské se toma al pie de la letra la idea de la religión como un pasatiempo peligroso en función de revelar la cara más viciosa de los fundamentalistas como proveedores de salvaciones sintéticas en la Tierra. No por nada, como señaló el propio escritor en una reciente entrevista durante su visita promocional en el Festival Ban! de Novela Negra en Argentina, muchos de los fieles a las religiones más extremas son recuperados de las drogas; como si existiera un pasaje directo de un estado a otro.
En la búsqueda por desentrañar la verdad, Ahmed y la pareja de investigadores descubrirán –siglo XX de por medio– que el Mal no es un hecho positivista que se volvió negativo y que los investigadores deben extirpar limpiamente como cirujanos muy dotados. Sino que, como una simple cebolla, o como en las novelas de James Ellroy, en especial L. A. Confidential (cuya saga de tres novelas culmina justamente en White Jazz), el mal se disemina capa a capa, se vuelve transparente, o para usar un término musical bastante caro al jazz (post 1958), el Mal modula de una tonalidad a otra sin dejar de tocar la misma melodía. Y son las altas cúpulas funcionales al sistema y asociadas a extrañas sectas y agrupaciones extremistas –cualquier parentesco con los misiles dirigidos a Gaza es responsabilidad de Miské– las que mueven los hilos de sus intereses, ahí donde nosotros, simples y condenados mortales, debemos vivir día a día metiendo un playlist en nuestros iPads que nos deje sordos ante las bombas y los tiros que resuenan en nuestros barrios.
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