Diurnos o nocturnos, sobrios o estimulados, impulsivos o calculadores. Sea como fuere, los artistas de todos los tiempos tarde o temprano han debido enfrentar la encrucijada de cómo llevar a la práctica sus actos de creación. Desde las célebres manías de Kant hasta las paredes revestidas de corcho de Proust, filósofos, músicos, pintores y escritores llevaron adelante sus rutinas de trabajo. Rituales cotidianos, de Mason Currey, es una excelente y por momentos sorpresiva recopilación de costumbres, ritos y horarios detrás de la escena del arte.
› Por Claudio Zeiger
Los vecinos de Immanuel Kant sabían que eran las tres y media en punto porque a esa hora exactamente el filósofo salía de su casa en el pueblo de Konigsberg. Esto no debería llamar tanto la atención ya que hay personas tan puntuales como rutinarias, aunque el poeta Heine fue mucho más allá en la consideración de estos rituales rayanos en la manía. “La historia de la vida de Kant es difícil de describir –escribió–, pues no tuvo ni vida ni historia. Vivió una existencia mecánicamente organizada, casi abstracta, sin casarse nunca, en un callejón tranquilo y apartado de Konigsberg, una vieja ciudad en la frontera nordeste de Alemania. No creo que el gran reloj de la catedral completase su tarea con menos pasión y menos regularidad que su compatriota Immanuel Kant.” Más adelante nos enteraremos de que Heine exageraba bastante, pero lo cierto es que Kant quedó como caso ejemplar del artista o pensador atado a los rituales más severos, a la manera de castigos autoimpuestos para destilar la obra, un repetidor de ceremonias, casi un personaje de La invención de Morel. Los rituales del noctámbulo Proust (¡uno de los pocos en un verdadero mar de escritores diurnos!) también son célebres desde que se encerrara a escribir En busca del tiempo perdido entre paredes de corcho, con el café con leche y las croissants bien calentitas, con el abrigo cubriéndolo y escribiendo en posición casi horizontal. Es de suponer que estas personas creativas cedían a los rituales porque buscaban producir una obra y encauzar la pulsión creativa. El poeta Auden, extremista, se había convertido en un esclavo del reloj, pero tenía claro el objetivo: “La rutina, en un hombre inteligente, es signo de ambición –declaró–. Un estoico moderno sabe que el camino más moderno para disciplinar la pasión pasa por disciplinar el tiempo”. Y él mismo sabría que con sentar la cola en la silla tampoco alcanza.
Con este espíritu, Rituales cotidianos, de Mason Currey, un crítico y periodista norteamericano que llevó un blog del mismo nombre para luego convertirlo en este libro, recopiló hábitos, horarios de trabajo, opiniones sobre la disciplina y la creatividad, pequeñas historias de las invisibles batallas heroicas de escritores, músicos, pintores, filósofos contra la sequedad, la vida disipada y las trampas sociales, manías y algunas rarezas. Como el mismo autor declara, la intención de su registro es más bien superficial, como quien dice sin grandes pretensiones, y tiene algo de autoayuda: quería indagar acerca de “cómo realizar una obra creativa que valga la pena mientras te ganas la vida al mismo tiempo”. Cuenta que una vez estaba paralizado frente a un artículo que tenía que escribir contrarreloj y que en vez de escribirlo, se puso a buscar por Internet en qué horarios trabajaban los artistas. Así arrancó. Pero, tal vez sin quererlo, el resultado traspasa la frontera de la curiosidad y la rutina.
Suponemos que Currey sabe a esta altura que la lectura de su libro de corrido resulta hipnótica, pero quizá no sea tan consciente de que además produce una sensación de shock, algo así como la cachetada metafísica. La procesión de nombres atrae y asusta ¡tan parecidos!, Dickens, Jane Austen, Patricia Highsmith, Proust, Ingmar Bergman, Marx, Thomas Mann, Louis Armstrong, Sartre, Francis Bacon (turbulento y disciplinado a la vez), Erik Satie, Isaac Asimov, Liszt, Darwin...
No es que todos fuesen partidarios de la mañana y la disciplina, pero todos –hasta Descartes, hasta Kant– probaron de la amarga necesidad de disciplinar la pulsión, todos enfrentaron la necesidad de estar solos y de tener una posición frente a los estimulantes, desde el café a la bencedrina, todos bajaron alguna vez la cabeza y frente a la obra en progreso debieron decir: sí, esto es un trabajo. Si no, no hay obra.
Por supuesto, es difícil encontrar aquí héroes románticos, poetas como Keats o Rubén Darío (además no hay un solo ejemplo latinoamericano), intelectuales escindidos entre el fusil y la novela, reos de nocturnidad al estilo Bryce. Pero la lista es larga, variada y sobre todo no se limita a la imagen del escritor adusto y profesional con pipa y planes de tantas palabras al día, aunque desde luego queda claro que muchos hombres y mujeres de letras adoptarían este criterio cuantitativo para mensurar su trabajo y llevarlo hacia alguna parte. Muchos se consolaban con el famoso cálculo de que una página al día al final del año termina en un nada desdeñable volumen de 365 páginas. Pero hay otras variables y extrañezas en juego, y se puede entrar a Rituales cotidianos como a una enciclopedia de datos tan útiles como inútiles. Pero en lo superfluo, lo fútil o trivial o, si se quiere ser más piadoso, en lo más normal de la vida cotidiana al servicio de una causa poco cotidiana, se pretende demostrar que aquí late algo que no es meramente decorativo sino que hace al corazón del arte.
Cada quien puede llegar a la conclusión de qué hacer o no hacer para llevar adelante su vida creativa. El libro pone a los artistas a nivel de la tierra y ese efecto es bastante positivo. Desde luego no hay una evaluación de los resultados de la influencia de horarios, hábitos, alimentos y bebidas ingeridas durante la producción de cuadros, libros y melodías célebres. El muestrario rompe con el mito de la creación como hija del estímulo, pero queda claro que el tema de cómo ir para adelante siempre estuvo presente. ¿Hay algo de espíritu pragmático y de la moral del trabajo en todo esto? Sí. Pero en muchos casos vivido como desgarramientos, momentos cruciales en los que hay que elegir y decidir cómo ser un artista. Si de día o de noche puede ser, a la larga, indiferente para el arte y la literatura, pero es crucial en algún momento para el artista, y de eso se trata este libro que de tan ameno y grato termina por resultar inquietante.
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