Autora de dos libros de cuentos, en su primera novela Giselle Aronson aborda la despareja realidad de la mujer de un hombre poderoso de provincias, para hacer una incursión de fondo al corazón de la soledad.
› Por Sebastián Basualdo
Según las costumbres y las convenciones que al fin se están poniendo en entredicho, pero que no están superadas ni mucho menos, afirma Berger, la presencia social de una mujer es de un género diferente de la del hombre. La presencia de un hombre depende de la promesa de poder que él encarne. Si la promesa es grande y creíble, su presencia es llamativa. El poder prometido puede ser moral, físico, temperamental, económico, social o sexual, pero su objeto es siempre exterior al hombre. Cuando piensa en la mujer, en cambio, opina que su presencia expresa su propia actitud hacia sí misma. De esta manera su presencia se manifiesta en sus gestos, voz, opiniones, expresiones, ropas, alrededores elegidos, gusto; en realidad, todo lo que ella pueda hacer es una contribución a su presencia. Y agrega, para dejar bien claro su crítica a una sociedad donde impera la ideología machista: nacer mujer ha sido nacer para ser mantenida por los hombres dentro de un espacio limitado y previamente asignado. Y es justamente la asignación de ese espacio limitado lo que se pone en cuestión en Dos, primera novela de la escritora santafesina Giselle Aronson –autora de los libros Cuentos para no matar y otros más inofensivos (2011) y Poleas (2013)– donde logra, por medio de un delicado y sutil entramado narrativo, irrumpir de lleno en la crisis existencial de Carmen Sarthel, una mujer que de pronto comprende hasta qué punto se abandonó a sí misma por acompañar a su marido en su carrera profesional, tan incondicional como una sombra. “Es la esposa de Sergio Foglia, primera dama de la ciudad y su imagen debe corresponder con eso: una mujer distinguida, prolija, culta, arreglada, agradable. Esa es la figura que adoptó desde que Sergio asumió como intendente la primera vez y también la segunda; lo mismo que fue forjando a través del tiempo, en su historia con él, en toda su carrera judicial y política.” Un pequeño descubrimiento aparentemente trivial será el motivo de quiebre para que Aronson retome con las características propias de la contemporaneidad aquellos temas que eternizaron a Nora en Casa de muñecas de Ibsen. Si el deber ser de la mujer sigue relegado en muchos aspectos al ámbito de lo privado, en Dos cada detalle de la cotidianidad, con sus quehaceres domésticos y familiares, cada mínimo gesto de una clase social acomodada y enriquecida por la actividad política se convierte en un agobio, un pequeño infierno personal del que hay que liberarse cuando se ha comprendido algo tan revelador como imposible de poner en palabras.
Dos tendrá un punto de inflexión interesante en relación con el tratamiento que realiza Giselle Aronson con respecto a la violencia de género y sus múltiples aristas: las consecuencias que surgen de una vida signada por la mirada de los otros. La irrupción de un segundo personaje femenino, Silvia, a la que Carmen, la protagonista, conocerá de manera casual, le dará un giro inesperado a la novela, desarraigándola de cualquier asomo de literatura costumbrista. Porque lo real no está conformado solamente por lo tangible sino también por los sueños y los deseos inconfesables. Se paga un precio muy caro por conocerse a sí mismo. “¿Cuántas personas se pueden ser en una sola vida?”, se preguntará Carmen, inmersa ya en un clima de agobio y desesperación que la llevará a cometer actos que jamás habría imaginado. Por medio de un estilo depurado, apelando siempre al detalle preciso y mediante una interesante técnica narrativa que permite cambios constantes de narrador y perspectiva, Giselle Aronson ha escrito una novela profunda y descarnada que se mantiene tensa como las cuerdas de un arpa hasta su necesario final, que tal vez no sea más que el principio de algo mucho más terrible y determinante. A fin y al cabo, como diría Marechal, con el número dos nace la pena.
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