El cosmos del arte contemporáneo, su complejidad teórica y sus ambiciones personales relacionadas con la figuración y el dinero, es un tema que viene concitando el interés de los escritores norteamericanos como una suerte de balance cultural de fines del siglo veinte. En El mundo deslumbrante, Siri Hustvedt aborda el tema recreando la reconstrucción de la vida de una enigmática artista performativa de los ochenta.
› Por Violeta Serrano
Hay quien dice que los mejores narradores son los que empezaron por la poesía. Lo primero que Siri Hustvedt vio publicado con su firma fue un poema en The Paris Review. Era el año 1981 y aún le quedaban cuatro para los 30. En 1983 aparece su poemario Reading to You. Para entonces, la norteamericana de madre noruega –y bilingüe por esa razón– ya había terminado un grado en Historia y empezado el camino para rendir un doctorado en Literatura inglesa en la Columbia University de Nueva York, ciudad a la que se mudó en 1978, tras varios meses de ahorro y trabajo. Fue su incursión en la poesía la que la llevó a conocer a Paul Auster. El encuentro entre ambos –cuando ninguno de los dos era famoso– se dio en un recital y pasó a ser oficial en 1982, coincidiendo con el Bloom’s Day, como no podía ser de otro modo en semejante pareja. En 1992 se publica The Blindfold (Los ojos vendados) y Siri Hustvedt se introduce públicamente en la narrativa. Escribe libros que se pueden catalogar o como novelas o como ensayos o, si se trata de El mundo deslumbrante, como una lábil frontera entre ambos géneros. No es casual, sino un objetivo alcanzado. Si bien el triunfo parece haber sido siempre su zona de confort, es cierto que hubo una clara consagración internacional con su What I Loved, aparecida en 2003 y traída a Latinoamérica por Anagrama bajo el título Todo cuanto amé, hace ahora diez años.
Una de las mayores virtudes que debe poseer un artista es la curiosidad. Esta ha de ser transversal en lo que al ser humano se refiere y, bien lo sabe Hustvedt, no terminar ni mucho menos en el mundo de las letras, sino que debe expandirse y colarse como el agua por todos los ámbitos del saber. Arte y ciencia son una mezcla óptima para comprender el pensamiento de esta autora, por eso no sorprende que la psiquiatría sea una de sus pasiones. Pocas disciplinas aúnan mejor ambas facetas que, por otro lado y como ella misma subraya, no deberían entenderse como compartimentos estancos. El primer éxito de este gran libro es que no se puede catalogar: es híbrido.
Segundo éxito: que no los engañen, no estamos ante la gran novela feminista del siglo XXI. Tal vez sea una de las grandes novelas del siglo XXI pero, desde luego, lo que Siri Hustvedt revela aquí tiene que ver más con lo queer, con la performatividad y con las teorías de la argentina María Lugones, de la Binghamton University de Nueva York, que con el feminismo tradicional. Lugones distingue entre la política de la pureza y la de la separación. Si la primera es la instaurada en nuestra sociedad, la segunda es la que la protagonista del libro de Siri Hustvedt practica. Contra la cultura de la clasificación que sirve para el control y la homogeneización social, la política de la separación se inscribe en las decisiones de los individuos que se rebelan mostrando su heterogeneidad e individualidad.
Tercer éxito: una estructura poliédrica que permite al lector llegar a límites excepcionales en lo que sería la primordial función social del arte: la mímesis aristotélica. Al introducir más de una docena de voces distintas, la empatía con los distintos personajes se consigue en bloque, lo cual roza la sincronía perceptiva: una quimera, sí, pero que se toca con la yema de los dedos.
Cuarto éxito: se trata de una enciclopedia del saber que parte del Humanismo francés y llega a las teorías filosóficas más modernas, sin dejar flecos sueltos y volviendo, sin problemas y para rescatar referencias imprescindibles, a los clásicos. De Dickens a la Biblia sin fisuras que lamentar. El personaje principal, Hurriet Burden, es una reencarnación del Gargantúa de Rabelais. Devenido en mujer, Burden posee un cuerpo alejado de los estándares de belleza femeninos: no es delicada sino enorme. Rabelais creó a sus gigantes, Gargantúa y Pantagruel, en un momento de cambio de paradigma mundial para Europa. Era el siglo XV, lo que es igual a decir Copérnico, Colón, y guerras de religión en todo el continente. Rabelais usa dos gigantes que, con su grandeza, ridiculizan a su mundo y buscan una inversión de valores sociales. Hurriet Burden es también una máscara que busca la revelación en el espíritu del carnaval.
¿Cómo se hace para conseguir semejante arquitectura literaria? Siri Hustvedt recurre a la estrategia del investigador en busca de información para construir una biografía que –advierte– está por salir de imprenta. Se trata de I. V. Hess, quien firma, a la vez, la introducción al libro. Explica que la continuación corresponde a todos los datos que pudo recabar acerca de Harriet Burden. Se incluyen fragmentos de su diario íntimo, entrevistas con distintas personas que estuvieron relacionadas con ella, notas sobre su obra, así como testimonios directos de gente de su entorno. Pero, ¿quién es Harriet Burden y por qué interesa? Se trata de una artista que estuvo casada con Felix Lord, uno de los marchands más importantes del mundo. A su muerte, Harriet, ya madre de dos hijos, ahonda en la que será su gran obra. Su ambición vital es demostrar algo que Siri Hustvedt ya había apuntado hace más de una década: “Las estructuras mentales marcan la forma de percibir las cosas”. Convencida de este hecho, Harriet Burden ansía demostrar que “todas las creaciones intelectuales y artísticas [...] tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando éstas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla o un par de pelotas”. Para hacerlo, crea un proyecto completo titulado “Los enmascaramientos”. Se trata de tres obras individuales presentadas en diferentes galerías de Nueva York bajo la firma de artistas hombres: Anton Tish (1998), Phineas Q. Eldridge (2002) y Rune (2003). La idea de Harriet era hacer creer que ellos las habían creado para, inmediatamente después, decir que, en realidad, la autora era ella, una mujer, a la que nadie había hecho demasiado caso cuando firmó con su nombre en los ’70 y ’80. Pero la traición es una variable que siempre debe tenerse en cuenta.
La idea de Siri Hustvedt nace del concepto de engaño. Si bien en el mundo del arte la estrategia del pseudónimo es algo habitual, el tópico acá es distinto. Harriet Burden no firma sus obras como si fuera un hombre inexistente, sino que pacta con hombres reales que, en un principio, coinciden con ella en la teoría del enmascaramiento (“Los griegos sabían que la máscara que usaban en el teatro no era un disfraz sino una forma de revelación”). Pero son humanos, no invenciones, y por lo tanto actúan libremente. Tish no lo soporta y desaparece, Rune la traiciona, sólo el segundo es leal, pero no es suficiente. El proyecto vital de Harriet Burden fracasa. Al menos hasta el momento en que nosotros leemos el libro de Siri Hustvedt. Tal vez cuando I. V. Hess imprima su trabajo, el nombre de Burden cambie de posición y ese deseo ficcional se traslade a una incidencia en el pensamiento social occidental. Hay que abrir mucho camino para cambiar las estructuras mentales, es cierto, pero este libro es ya un hachazo a la maleza más dura.
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