El humor en sus más variados registros y las despedidas como metáfora y cifra de una narrativa futura son dos de las arcas más notables de los cuentos de Mauricio Koch.
› Por Angel Berlanga
El humor parece de arranque el rasgo más notable de estos diecisiete cuentos que componen el primer libro de Mauricio Koch, un egresado como técnico electromecánico nacido en 1974 en Villa Ballester, San Martín, conurbano bonaerense, y criado en Hernández, Entre Ríos, 1790 habitantes según el censo de 2010, el año en el que empezó a trabajar como corrector de textos en la revista Para Ti. Notable, en principio, por el atractivo abanico de matices de humor, desde las disquisiciones y derivas cómicas de sus narradores ante la novia que lo deja por otro (“Estrategias para un futuro promisorio”, que abre el volumen) o ante la perspectiva de encarar a la mujer más linda de una fiesta (“Herna o el amor como urticaria”), hasta los naturales tics costumbristas de tíos y tías, el ritual dominguero de tres señoras que visitan el cementerio junto a un par de huérfanos de madre (“A la hora de las iguanas”), las obsesivas instrucciones de un señor que le indica a su sobrino cómo salir de la Terminal Retiro y moverse por la ciudad (“La llegada”), o el vaivén de otro caballero que tras morir tiene la costumbre de resucitar (“Gregorio, el indeciso”). Lo grotesco también asoma de diversas formas en otros relatos, como en la acumulación de fracasos de un tipo que quiere liquidarse (“El suicida”); o en el parte seudopolicial de un cana que allana una casa de la que sale un olor nauseabundo, en la que viven un matrimonio y un hijo, ellos muy prolijos y trajeados, ella bastante alcohólica y desaliñada (“Lamentable episodio familiar”); o en el viaje mañanero en un colectivo sobrecargado de pasajeros tras imaginar una compañera ideal (“En compañía de Brenda”).
Esa diversidad de matices de humor lleva a pensar en la plasticidad y la fluidez de la prosa de Koch, y en cierta apariencia de sencillez que signa una sofisticación nada estridente, en la que no hay ninguno de esos efectos especiales de violencia conmocionante. En un par de relatos, “Dinámica” y “Justina y Adán”, el humor es una tela de fondo sobre la que se proyectan escenas de tensión de la vida conyugal, asperezas del amor, uno de los temas del libro. La paleta de registros incluye también cuentos en los que se abre paso una melancolía de ensueño o de bruma, como en la decisión a tomar en torno de un colchón en el que pasó sus últimos días una madre consumida por la enfermedad (“Cenizas”), o en la aparición quizá de la muerte en forma de una mujer extraña, durante una siesta calurosa, mientras duerme una abuela enferma (“La visita”). Y ése es otro de los temas del libro, explicitado en su nombre: las despedidas campean aquí en diversas formas, en los muertos que resisten de un modo u otro ausentarse, en rupturas amorosas, en viajes, en cambios de estado o percepción.
El lugar de las despedidas puede leerse también como novela fragmentaria, con algunos guiños que camuflan o quizás trafican lo autobiográfico: los relatos dan cuenta de ese par de escenarios, la gran ciudad y el pueblo (del viaje entre ambos, incluso), y la voz que narra (singular en su variedad de registros) parece nutrirse de ese entrevero de imaginarios clase media entre el aquí y allá, y viceversa. La electricidad vital de los personajes, las mecánicas entre ellos: Koch es técnico. En una contratapa justificadamente elogiosa, Liliana Heker cita para hablar de este libro al gran narrador y humorista Isidoro Blaisten: “El humor es la penúltima etapa de la desesperación”. Y hay en la escritura de Koch un tono y un talante que lo emparientan con Blaisten, que también nació en Entre Ríos. A este volumen le dieron el segundo premio en el Concurso Nacional de Narrativa Eugenio Cambaceres: en el jurado estaban Hernán Ronsino, Luis Gusmán y Luis Chitarroni. ¿De qué se despide Koch, aquí, en este primer libro? ¿De sus historias de infancia, de juventud, de primera adultez? Ojalá que no de ese inusual sentido del humor, que puede poner en charla a un antihéroe que en tren de levante y para romper el hielo habla de Good bye Lenin con una chica fascinada con un ser de luz llamado Norberto, reencarnación directa del Yogui Ramacharaka.
–Que casualmente me habló de vos.
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