Escritora tan productiva como aventurera, Margo Glantz encaró varios viajes a la India entre 2004 y 2010, como una inmersión en su fabulosa diversidad, su aterradora superpoblación y su violencia sin fin hacia mujeres y marginados. El resultado es Coronada de moscas, un libro que presenta un diario de viajes de la autora que se completa con las magníficas fotografías de su hija, Alina López Cámara.
› Por Violeta Serrano
Un odre. Esa es la descripción de la parte por el todo, la visión en la que fija su mirada Martín Caparrós para empezar el capítulo dedicado a la India y, más concretamente, a Calcuta, en El hambre. Es uno de los lugares al que más espacio dedica. Tal vez hubiese podido ser incluso un libro aparte. Eso pensó precisamente Margo Glantz al publicar Coronada de moscas. Ella, que lleva una vida entera escribiendo una autobiografía basada en sus más de 50 años de viajes, pensó que ese país podría funcionar perfectamente de forma autónoma y que, de hecho, debía exponerlo así, por insólito, por monstruoso, por fascinante, por único.
Si bien la multipremiada escritora, traductora y ensayista mexicana ya había entregado varios fragmentos de lo que es hoy este libro a varias publicaciones mexicanas en forma de artículos, como son La Jornada y Saña, el formato que presenta aquí es una suerte de homenaje compacto que no puede servirse sólo de la escritura y debe, por lo tanto, venir acompañado de material visual. Describir la India es el paradigma de lo que ella afirmó el año de la aparición de este libro a la revista Gatopardo: “La realidad es tan enorme que es imposible resumirla, tienes que escoger algo de esa realidad, y transformarlo en lo que escribes”. Por eso, este libro, que bien podría ser catalogado como un diario de viaje es, en todo caso, una ficción, una reconstrucción de la inmensidad de lo que sus ojos vieron, de lo que sus papilas gustativas captaron, de lo que su olfato sintió. Algo así como una mixtura entre olor a mierda y obnubilación ante colores y géneros textiles que rozan lo maravilloso.
Coincidiendo con los diez años de su creación, la editorial Sexto Piso amplió su flota creando una nueva colección, llamada Realidades, en el año 2012: este libro fue entonces su pieza inaugural. En Coronada de moscas consiguieron una joya editorial en la que los textos desordenados y caóticos, dispuestos como episodios narrativos sin una medida predeterminada, funcionan como una metáfora de la esencia misma del país al que aluden. La India es, según la escritora mexicana, un monstruo que horroriza y fascina al mismo tiempo, uno de esos amores que sabiendo que nos dañan, nos empeñamos en reavivar. Por eso, Margo Glantz viajó a la India no una sino tres veces, entre los años 2004 y 2010. La primera lo hizo en compañía de otros que no quisieron repetir: varios amigos, entre los que se encontraba el también escritor mexicano Mario Bellatin, y sus dos hijas. Una de ellas, Alina López Cámara, fue quien mientras su madre escribía lo que sentía y veía en un simple cuaderno de notas con una caligrafía horrible que luego le costaría horrores descifrar, según confesión de la propia Glantz, se dedicó a sacar fotos. Decidió plasmar en 52 instantáneas su propio resumen de la India. El diálogo entre una parte y otra del libro no está fuertemente marcado y, en realidad, podría perfectamente existir un formato sin el otro pero, de hecho, la suma de ambos mejora sin duda el producto final.
Lo que el texto de Margo Glantz ofrece es, sí, un viaje por la cultura y los principales centros turísticos de la India, pero siempre salpicado por la tremenda erudición de su autora que trae a colación, por supuesto, desde Octavio Paz hasta V. S. Naipaul pasando por E. M. Forster, aunque en realidad el libro que verdaderamente le sirvió de inspiración fue Aroma de alcanfor, del cuentista Nayer Masud, que se centraba en los olores de la India, algo capital en ese país. Pero en esta obra hay además una confesión soslayada. Resulta más íntima de lo que pudiera parecer y, tal vez por ello, no duda su autora en considerarla autobiográfica. Hay sí, una alusión a textos externos, una necesidad de explicar lo visto por boca de lo que otros han dicho, porque efectivamente viajar es conocer con los ojos propios lo que otros han podido describir. Pero entre líneas se excede el viaje profusamente documentado, ya sea de un modo más emotivo y testimonial que poblado de datos duros. Para comprender qué subraya aquí la autora hay que imaginarla. Verla en su casa de Coyoacán luchando hacia la consecución del deseo. Según ella misma afirma, el viaje es uno de los mejores propiciadores de ese sentimiento –más allá del amor pasional, que dice, a estas alturas de la vida, quedarle un poco lejano–. Por eso lo busca incansablemente como forma de mantenerse viva. Pero ahora cuesta cada vez más ganar la partida. Su perra negra Hilaria, tras el ventanal que da al jardín, sabe, mientras ve a su dueña tomando café con poca leche, como a ella le gusta. Saben, ambas y ahora también nosotros, que la vida de Glantz se va acabando. No sorprende entonces que el poema que abre este libro tan ligado a su conciencia de la cercanía de la muerte sea un tributo a la poeta peruana Blanca Varela, que lo escribió, también, en el ocaso de sus días, siendo ya una anciana. Basándose en el mito griego de Io, la joven mujer que se entregó a Zeus y fue convertida en una ternera blanca como consecuencia de los celos de Hera y condenada a la insistente y dolorosa picadura de un tábano, Varela creó un poema que evoca directamente el paso de la vida y la llegada de la muerte.
Tampoco es menor que la picadura del tábano vaya a molestar precisamente a una mujer. Si México tiene un doctorado en feminicidio, la India, según Glantz, actúa como maximizadora de este mal de su país de origen. Y el libro no elude las comparaciones: “Día Internacional de la Mujer, leo en un recorte de un periódico que traje de la India: adolescente de catorce años violada y asesinada por una pandilla de jóvenes en Lucknow, Uttar Pradesh; en un lapso de quince días treinta y ocho mujeres fueron violadas en esta provincia (...) Otra noticia: la ONU insta a México a tipificar el feminicidio como delito agravado. Estado y sociedad cierran los ojos ante la vergonzosa realidad de los maltratos”. Los 113 millones que habitan México se convierten en la abrumadora cifra de 1200 millones en la India. Y así como el número de habitantes, también aumentan los desmanes hacia las mujeres y los parias. Margo Glantz calcula unos 40 millones entre mujeres y mendicantes en la India. Pero los datos numéricos no son lo que daña el cuerpo. Lo terrible del monstruo es la naturalidad con que acepta su forma de existir siendo, además, un escaparate, una manifestación colosal de su verdad, de la auténtica cara mostrada a su público sin descanso: la inmensa cantidad de población hace que la intimidad desaparezca por razones tan simples como la falta de lugar.
En India lo público desaparece. Su verdad degradada sale a la luz y muestra su organización social sin máscaras. Castas, moribundos en las calles, viudas, tumores a la vista como trofeos a los que aludir para conseguir una limosna. La India es tan bella como insolente y su rostro más detestable se ceba sobre todo con ellas, con las que están condenadas a la picadura del tábano, con las que son consideradas heroínas si deciden quemarse vivas sobre la pira en llamas de su marido muerto.
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