Nadadores empedernidos, rescates y rescatistas heroicos, obsesivos del entrenamiento, superadores del dolor. Todos ellos coinciden en desafiar los límites a cambio de una compensación enorme: el goce y la gloria. Federico Bianchini reunió en un volumen las atrapantes crónicas de hombres y mujeres que desafían al cuerpo y suelen superarlo.
› Por Angel Berlanga
Un hombre de 28 años nada en el río 88 kilómetros en ocho horas y diecisiete minutos y establece la marca más rápida de la historia en el maratón acuático internacional Hernandarias-Paraná. Otro, de 59, al que operaron ocho veces del corazón, es un adicto al deporte capaz de esquiar 15 kilómetros, correr 22, hacer 10 en kayak y pedalear otros 40 en mountain bike, todo en unas seis horitas y media para ganar en su categoría el tetratlón de Chapelco. Una mujer que perdió una pierna a los cuatro años cuenta a sus 45 de sus experiencias como nadadora en las aguas heladas del Beagle, del Báltico, de Malvinas, de la Antártida. Otro tipo, de 36, a lo largo de una década recorrió en bicicleta casi 90.000 kilómetros a través de 70 países. Estos son los datos duros de algunas de las crónicas que componen Desafiar al cuerpo, un puñado de historias de deportistas en las que los esfuerzos físicos, con sus correspondencias mentales, exploran sus límites mientras experimentan músculos que van haciéndose de goma o de piedra, temperaturas bajo cero, vómitos, comidas en plena competencia y riesgos, riesgos de heridas graves o de muerte. Federico Bianchini, editor de la revista digital Anfibia y autor de este libro, entrevistó a fondo a los protagonistas de estos textos y en varios casos además los acompañó para asistir de cerca a detalles y voces de sus persistencias, horas estoicas para subrayar voluntades forjadas en días y años de entrenamientos, dietas, vocación de competencia con los otros y sobre todo con ellos mismos.
“En general al deporte se lo suele cubrir de una manera bastante básica, hablando de resultados, de entrenamiento, sin centrarse en qué les pasa a esas personas –dice Bianchini–. Yo tomé el deporte extremo y me interesé por bucear en el dolor, en las sensaciones y en las decisiones de por qué hacen esto estas personas, por qué en algunos casos se arriesgan de ese modo, y profundizar en estos aspectos. Así fueron surgiendo cada una de estas historias, con personajes encantados con lo que hacen, que tienen también al desafío como hilo común. Entonces me pareció, desde ahí, que la historia del rescatista de alguna manera cubría el otro lado de ese extremo; aunque en ese caso específico los chicos que fue a rescatar estaban haciendo una excursión por las montañas, es la muestra de qué puede llegar a suceder en estas situaciones riesgosas.”
Bianchini refiere a la experiencia de Ramón Chiocconi, que el 1º de septiembre de 2002 socorrió a un grupo de estudiantes de educación física arrastrados por una avalancha en el cerro Ventana, Bariloche, en lo que se considera la peor tragedia del andinismo argentino: murieron nueve chicos. Otros siete fueron rescatados.
Los diez textos del libro van componiendo un artefacto que pieza a pieza varía elementos: la historia del rescatista es presentada al lector tras la de un rescatado, un hombre que en medio de una carrera de aventura se perdió en la noche, cayó a un barranco y por suerte fue a parar a una cornisa del tamaño de un banco de plaza en el que pasó 42 horas con vistas a un precipicio de 150 metros y a unos cóndores que lo revoloteaban. Está también la historia de un tercer rescate, con dos argentinos que tras escalar el Everest socorrieron a tres españoles varados en el Lhotse, de 8516 metros, otra de las montañas más altas del mundo, también en el Himalaya. Por los caminos de las crónicas de Bianchini va configurándose además un paisaje de parafernalia al servicio de sostener físicos en la adversidad, botellas de oxígeno comprimido, parches antiinflamatorios, dispositivos electrónicos, geles energéticos, trajes especiales por su liviandad, su abrigo, su aerodinámica. “Lo que me permitió esta serie fue conocer no solo personajes, sino también lugares, porque todos estos deportes se llevan a cabo en escenarios muy particulares, increíbles –dice Bianchini–. Fue entrar en un mundo con el que antes no tenía ningún tipo de contacto, algo totalmente desconocido. Creo que eso es una de las cosas más divertidas que tiene tanto la crónica como el periodismo en general, cómo vos podés ir saltando de un registro a otro e ir variando los temas que tratás de una manera casi brutal.”
Para varios de sus textos Bianchini entrevistó a sus protagonistas el día de la carrera y también en las jornadas previas o siguientes; a algunos los vio en varios tramos de la competencia, a otros los acompañó en sus travesías: eso le fue útil para incorporar a sus textos voces, ambientes, encrucijadas. Estas herramientas le fueron útiles para componer las voces de sus personajes, que en algún caso aparecen narrando en detalle y en primera persona toda una crónica. “Lo que yo quería transmitir era qué sentía Damián Blaum mientras nadaba ocho horas y media –explica Bianchini–. La cuestión está entre lo que sería el fluir de la conciencia y la primera persona; traté de construir una especie de artificio narrativo que permitiera entender qué iba sucediendo. Creo que a Damián le quemé la cabeza entrevistándolo; y él tenía un registro muy minucioso de lo que había sentido.”
“Una de las cosas que descubrí es que a la mayoría de ellos la vida que llevaban les parecía aburrida, en un punto –dice Bianchini–. Y en esto encontraron una veta que salía de lo común. La mayoría tiene una buena posición económica, y por eso pueden hacer este tipo de deportes, que de algún modo les permite escapar de sus rutinas y de cierta monotonía cotidiana.” Parece significativo que el escape a la monotonía sea hacia prácticas que, en buena parte de su desarrollo, dependen de sostener mecánicas que casi se repiten (velocidad crucero, leve aceleración) durante horas. “Sobre todo en los entrenamientos –apunta Bianchini–. Lo que dice la nadadora María Inés Mato: ‘Si entrenaba seis horas en una pileta me iba a volver loca. Así que con técnicas de concentración y de repetición de mantras fui generándome una realidad paralela’. Eso, contaba, la sacaba del tedio. Por otra parte vi que todos llegaron a un punto en el que es muy difícil parar, como que el cuerpo les exige hacer deportes. Empezás a hacer deportes y a recibir oleadas de endorfina, que es placer puro, y a medida que hacés más la llegada de ese placer puro se demora. Mato dice que muchos, cuando el cuerpo no les da, terminan en la droga como forma de suplir esas oleadas. Ella dice que pudo sustituir eso con meditación, que así recupera las sensaciones de cuando nadaba en la Antártida. A la vez, son personas que tienen una disciplina y una constancia increíbles. Cuando tienen que entrenar no les importa si llueve, ni el dolor; si se sienten excesivamente mal, no, pero si hay un dolor dicen que hay que seguir, que en algún momento va a dejar de estar, que no puede uno detenerse a reflexionar sobre el dolor.”
¿Se tentó, Bianchini, con ponerse a entrenar, con encarar para esas zonas de dolor y de gloria? Que no, dice. Y recuerda cuatro días de entrenamiento militar previo a un viaje que hizo a la Antártida (en estos días trabaja en un libro sobre la Antártida). El domingo hizo los diez kilómetros de una carrera en 54 minutos: “Al último kilómetro lo sufrí, pero bueno, había que llegar”, cuenta. “Estas personas entrenan todos los días durante horas, a la mañana y a la tarde, y de algún modo están pensando todo el tiempo en eso –dice–. Hay que tener un interés y unas ganas de las que yo estoy bastante lejos. De hecho antes de hacer estas crónicas me parecía casi delirante que alguien se pase ocho horas y media nadando. Lo que a mí me gusta es estar, ver, y luego entrevistar, escribir. Eso es lo que me apasiona.”
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