Por fin empieza a conocerse en castellano la extraña obra de Joy Williams y el desembarco comienza con Los vivos y los muertos: una novela entre el realismo y el fantástico –con toques de humor– donde tres adolescentes se mueven por un territorio gótico y devastado.
› Por Rodrigo Fresán
A veces pasa y no es la única ni última vez que ha sucedido o sucederá: un gran nombre demora demasiado tiempo en cruzar a otro idioma y llegar a quienes no pueden disfrutarlo en la lengua original. De acuerdo, hay muchos y muchas. Y Estados Unidos suele producir excelentes escritores con perturbadora frecuencia. Tal ha sido pero por suerte ya no es el caso de la norteamericana Joy Williams (Massachusetts, 1944) quien –recién ahora y con su última novela hasta la fecha– aterriza entre nosotros con la elegancia y extrañeza de un objeto volador no identificado pero de inmediato inolvidable.
Por lo que se impone una veloz puesta al día: Williams ya fue nominada para el National Book Award con su primera novela (State of Grace, 1973), muchos de sus cuentos recopilados en cuatro volúmenes ganaron importantes premios (para finales de este año se anuncia la desde ya imperdible recopilación de toda su larga carrera en la corta distancia The Visiting Privilege: New and Collected Stories), sus muy poco ortodoxos ensayos ecologistas reunidos en Ill Nature: Rant and Reflections on Humanity and Other Animals (2001) fueron candidatos al National Book Critics Circle Award de crítica, y Los vivos y los muertos (2000) optó por el premio Pulitzer. Williams es también autora de una muy personal guía turística de Los Cabos, intrincado mapa que parece conocer como las líneas en la palma de su mano o de su garra. Por el camino, su prosa oscura y la extrañeza de sus tramas (que la acercan a “raras” como Carson McCullers, Flannery O’Connor, Jean Rhys, Djuna Barnes, Silvina Ocampo, Jane Bowles, Clarice Lispector, Angela Carter, Mary Gaitskill y Lydia Millet) fueron celebradas por fans y colegas del calibre de Ann Beattie, Raymond Carver, Jim Harrison, William Gass, Harold Brodkey, Tom McGuane, Rick Moody, James Salter, George Plimpton, Don DeLillo y la recién llegada Karen Russell quien, con títulos como Tierra de caimanes y Vampiros y limones sigue su densa estela por las ciénagas de Florida.
Aceptado y asumido el error, todos aquellos que recién la encuentran ahora descubrirán en Los vivos y los muertos una perfecta puerta de entrada para bajar a sus altillos o subir a sus sótanos. Aquí, tres adolescentes desmadradas y sin madre –la bella Corvus, la entusiasta Alice y la obsesiva Annabel– se mueven por un territorio devastado y gótico donde los adultos se confunden con los fantasmas y los cadáveres son preservados como piezas de un museístico freak show donde caben vagabundos poseídos por la memoria de un mono, niñas formidables, jardineros budistas, pianistas suicidantes, cazadores aburridos, enfermeras despóticas y metafísicas y espectros de madres resentidas. Y un ciervo salta una verja y se zambulle en una piscina, porque aquí los animales saben y presienten todo aquello que los hombres prefieren ignorar. Y alguien cita a Lucrecio. Y se venden sacos de arena como “pedazos del Sahara”. Y otro advierte de que “los muertos están regresando”. Y regresan, claro. Y ya están aquí, confundiéndose con los vivos.
Puristas de forma y género acusarán a Williams de saltos bruscos, sorpresivas elipsis, espasmos entre el realismo y lo fantástico; pero lo que acaba imponiéndose es su formidable sentido del diálogo, su genio para reproducir la lengua con que se comunican los jóvenes curtidos por huracanes y desgracias (a los que, aquí como en Breaking and Entering, de 1988, vuelve tan inmediatamente verosímiles por encima de sus más que inquietantes particularidades), su muy personal sentido del humor, y una endiablada habilidad para tejer atmósferas onírico-despiertas y paisajes entropistas y un lirismo vencido pero encandilador que en más de un momento remiten al mejor David Lynch o al gran J. G. Ballard o al formidable Denis Johnson.
Bret Easton Ellis –otro de los muchos admiradores confesos de Williams y a quien, se sabe, no le tiembla el pulso para poner en letras a psychos varios– escribió que Los vivos y los muertos se trata de “un tipo de ficción que empieza y termina en sí misma. Una enervante visión de un mundo que es genuinamente shockeante en su impiadosa claridad y cómica desesperación: lees cautivado cada una de sus oraciones y a menudo, en un mismo párrafo, te descubres sin aliento y horrorizado y al mismo tiempo riendo histéricamente. No hay modo de atrapar todos sus oscuros y ricos misterios en una primera lectura, pero estoy demasiado asustado como para leerla otra vez”.
Pues eso.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux