En el último Premio Alfaguara, la escritora chilena Carla Guelfenbein plantea una trama de suspenso alrededor de la figura enigmática de una escritora que convoca amor, pasión y odios tras un accidente que la deja al borde de la muerte. Un inteligente contrapunto literario que también adolece de algunos excesos narrativos.
› Por Juan Pablo Bertazza
“Contigo en la distancia” es el tema más conocido que escribió el guitarrista y compositor cubano César Portillo de la Luz en 1946, cuando tenía veinticuatro años. “No existe un momento del día/ en que pueda apartarte de mí/ el mundo parece distinto/ cuando no estás junto a mí”, empieza diciendo el bolero, uno de los más versionados en estilos tan diversos como los de Luis Miguel, Christina Aguilera, Caetano Veloso, David Bisbal o Plácido Domingo, entre bastantes otros. El propio autor confesó alguna vez que un poco le molestaba el hecho de que su creación hubiera pasado por tantas manos, sobre todo por las variaciones que atravesó no solo en el ritmo sino incluso en la letra, como sucedió con Luis Miguel, que cambió “ya nada me conforma” por “ya nada me consuela”.
Ahora se agrega a esa extensa lista la escritora chilena Carla Guelfenbein, que usó también el nombre de ese bolero para bautizar su última novela, que se alzó con la última edición del Premio Alfaguara, combo de una cifra importante (175 mil dólares), y una interesante difusión del libro en todos los países hispanohablantes. El jurado, presidido por Javier Cercas, destacó que “es una novela de suspense construida con gran eficacia narrativa en torno de un memorable personaje femenino y al poder de la genialidad”.
Basta repasar algunos de los anteriores premiados (Sergio Ramírez, Manuel Vicent, Elena Poniatowska, Tomás Eloy Martínez, Andrés Neuman y Leopoldo Brizuela, por ejemplo) para ver el contraste con esta novela y el perfil de su autora, que además de haber escrito antes El revés del alma, La mujer de mi vida, El resto es silencio y Nadar desnudas trabajó como publicista, directora de arte y editora de la revista Elle. La fórmula postbestseller sería más o menos así: conquistar nuevos públicos en todo el continente sin perder, en lo posible, profundidad literaria.
La idea que estructura Contigo en la distancia es buena y hace un esfuerzo terrible por sostener ese equilibrio: la internación de la aclamada escritora de culto Vera Sigall luego de caerse de las escaleras de su casa repercute hacia atrás y hacia adelante en la vida de otras tres personas que más que personas son satélites: el poeta Horacio Infante, que tuvo una intensa historia de juventud con ella; una joven estudiante llamada Emilia, que se propone hacer una extraña tesis sobre la relación entre las novelas de la escritora y las estrellas, y Daniel, joven vecino que va a visitarla cada día al hospital y es el primero en poner en duda si en verdad la caída se debió a un accidente. La inversión da sus frutos: la agonía de Vera Sigall desnuda la carencia de los demás personajes: Horacio con respecto a su propia obra literaria, Emilia que termina cambiando el tema de su tesis y Daniel, consciente de la irreversible crisis con su esposa.
Sin embargo, esa primera buena intención empieza a quedar relegada por una cadencia perjudicial para la novela: el atractivo de que las novelas de Sigall aporten claves acerca de su relación con Infante (lo más interesante del libro es cuando se muestran las influencias entre los poemas de uno y la novela de la otra, casi en términos de la guerra de los géneros), termina encerrándose en un vértigo poco amable donde no faltan las sorpresas pero tampoco un precipicio narrativo que impide asimilar el argumento.
Es como si el libro se moviera más rápido de lo que su propia caja de cambios le permite, generando tantos vínculos melodramáticos entre esos cuatro personajes que funden la propia historia.
Uno de esos momentos cruciales sucede cuando en un episodio digno de Gordon Lish y Raymond Carver a Hurtado le terminan aceptando la publicación de sus poemas en la mítica revista Sur, pero gracias a una intervención ajena que, en cierto punto, tiene múltiples consecuencias. Un insignificante cambio de palabras que, sin embargo, termina dando brillo y profundidad a una serie de poemas que, al parecer, no lo tenían.
“A lo largo de su vida Vera se rodeó de enigmas y en las escasas entrevistas que aceptó, solía escudarse tras la misma respuesta ‘mi gran misterio es que no tengo misterio’.” Ese es también un poco el misterio de esta novela, que pese a tomar la gran referencia de Clarice Lispector para construir el personaje de Vera (de hecho se menciona a Benjamin Moser, que hasta hace poco era uno de los pocos estudiosos de su obra) y de mencionar otros grandes hitos literarios, como la habitación 205 del hotel Chelsea, donde Dylan Thomas empezó a escribir su record etílico, no logra imponer su propio enigma.
Más bien es el producto de un trabajo impecable, minucioso, pulido a varios niveles, correcto y muy bien disciplinado pero que, a diferencia de muchas otras ediciones de este premio, no logra conmover ni cambiar ningún orden de cosas.
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