THOMAS BROWNE
La figura de Thomas Browne y su constante obsesión por los temas del cuerpo, la inmortalidad y el olvido, influiría fuertemente en nuestros contemporáneos, de Borges a W. G. Sebald. En Religio Medici, publicada en la mitad del siglo XVII, se plantea el conflicto entre ciencia y religión a partir de la utilización de cadáveres humanos para la investigación.
› Por Ignacio Navarro
Los siglos XVI y XVII fueron el escenario de algunos cambios drásticos y de largo alcance en la mentalidad occidental. Luego de varios siglos de inmovilidad y repliegue durante el medioevo, comenzó un extenso y aun inacabado movimiento de despliegue del hombre hacia el mundo y el espacio y también del hombre sobre sí mismo: hacia su propio cuerpo. En ese doble movimiento, los encuentros del europeo con alteridades totales en otros rincones del mundo y la escenificación del globo terráqueo en un concierto infinito de astros tuvieron como contrapartida una expedición igual de ambiciosa emprendida sobre el cuerpo humano a cargo de los anatomistas. La aventura sólo fue posible luego de que se desamarraran algunos lastres oscurantistas: a mediados de siglo XVII, e incluso de forma embrionaria algunos siglos antes, las autoridades eclesiásticas comenzaron a permitir el uso de cadáveres humanos para la investigación.
En ese escenario tambaleante y agrietado, en donde la voz de la ciencia se abría paso de manera lenta y firme entre las tinieblas medievales, se inscribe la redacción de Religio Medici de Thomas Browne. Escrito durante un retiro rural, ya en Inglaterra luego de un viaje de preparación por las universidades del continente, este diario es el testimonio confesional e íntimo de un joven médico que busca reafirmar su fe frente a las acusaciones de ateismo que recaían sobre aquella incipiente ciencia médica. Esa tensión, hundida en la prosa de Browne, expresa un estilo trabajoso y rebuscado, plagado de referencias teológicas y explicaciones sobre hechos bíblicos.
Nacido y educado en una familia protestante, Browne entiende que su libre interpretación de los textos y el mundo es una instancia más de la hermenéutica divina guiada por Dios. Que su curiosidad no es una intuición pecaminosa, sino que está guiada provechosamente de manera divina en un mundo que, como las escrituras, merece ser interpretado: “Dos libros nutren mi teología: junto a aquel escrito por Dios, otro de su sierva la naturaleza”. “Estudiamos el orden de las cosas, pero lo que está esbozado en ese orden - dice Browne - no lo concebimos”. Frente a la finitud de la sabiduría humana, Browne contrapone la ubicuidad del conocimiento divino, su aplastante inconmensurabilidad. Representante junto a toda una generación de ese cristianismo reformado que acepta las cosas del mundo como una deriva material ciega e inevitable pero guiada por la providencia, su Religio Medici está plagada de hipótesis y discusiones sobre el Día del Juicio, la existencia de ángeles y demonios, especulaciones teológicas alrededor del infierno y el paraíso, la vida y la muerte. Se trata de un diálogo con él mismo donde “el estilo a la vez intrincado y cristalino refleja la naturaleza de esta conversación, que es tan enrevesada como sincera”, apunta Pablo Maurette en el prólogo de esta edición.
“Es imposible que, dada la flaqueza de nuestro entendimiento, no aparezcan irregularidades, contradicciones y antinomias, ya sea en el discurso humano, ya en la voz infalible de Dios; yo mismo podría mostrar un catálogo de dudas hasta ahora nunca imaginadas ni cuestionadas, según mi saber, que no se disipan con prontitud y no son cuestiones ilusorias ni objeciones en el aire, ya que no puedo admitir que haya átomos en la divinidad”. Así, entre átomos y la divinidad se desarrolla esta parábola. Prosigue: “Yo sostengo que Dios todo lo puede; de qué modo puede producir contradicciones es algo que no comprendo y, sin embargo, no por ello me atrevo a negarlo”. Más adelante agrega: “No discuto que Eva provenga del lado izquierdo de Adán, pues aún no se con certeza cuál es el lado derecho de un hombre, y ni siquiera si tal distinción existe en la naturaleza”.
Escrito en 1635, Religio Medici fue su primer libro. Se convirtió en un clásico de las letras inglesas de su tiempo abriéndose paso de manera subrepticia. Browne solamente lo había hecho circular entre algunos allegados, pero el pase de mano en mano derivó en una publicación apócrifa. Incluso el propio Browne se anoticia de su existencia cuando el libro ya había sido publicado en Londres por el editor Andrew Cooke, el mismo que algunos años más tarde publicaría el fundamental Leviatán, de Thomas Hobbes. La primera edición oficial autorizada por Browne, también editada por Cooke, vería la luz recién en 1642. Cuatro años más tarde publicaría Sobre errores vulgares (Pseudodoxia Epidemica), un catálogo de creencias populares erróneas, que también fue un éxito editorial y vio 6 reediciones en 25 años (volumen que a su vez inspiró El libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges, admirador confeso de Browne). En 1658 llegaría su obra más famosa y la culminación de su estilo: El enterramiento en Urnas (Hydriotaphia: Urne Buriall), un ensayo sobre prácticas funerarias y también una meditación sobre el olvido y el empecinamiento del hombre en combatirlo. En otoño de 1637, Browne se había trasladado a Norwich, en el condado de Suffolk, el meláncolico paraje donde W.G. Sebald, tres siglos y medio después, lo invocaría nuevamente. En el primer capítulo de Los anillos de Saturno, el narrador, postrado en una cama bajo el efecto de los sedantes, mientras espera recuperar la sensibilidad de sus miembros, es asaltado por la figura de Browne. Esa relación entre el más terrenal de los olvidos y la más inasible infinitud que impregna su prosa son obsesiones que también Borges exploró una y otra vez a lo largo de su obra. “Defiendeme, señor…Defiéndeme de mi”, escribió en un bello poema titulado justamente “Religio Medici”, fórmula que cifra el recogimiento de un hombre que, frente a la vanidad, descubre la fatalidad del olvido y la repetición buscona de los seres a través del tiempo.
Ese pensamiento en espiral en torno a la memoria y el olvido, el cuerpo y su lenta e inevitable destrucción, son temas que guían la obra de Browne de principio a fin. En su tratado sobre los ritos funerarios se había preguntado: ¨¿Quién conoce el destino de sus propios huesos, o cuántas veces será enterrado?”. Murió el 19 de octubre de 1682, caprichosamente el mismo día en el cual cumplía 77 años, y en esa cita anticipó el destino de sus restos mortales: en 1840, durante tareas de restauración en la capilla de Norwich donde descansaba, fue sustraída su calavera, que luego de una misteriosa peripecia de años volvió a reunirse con el resto de sus restos recién en 1922.
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