EN FOCO > MICHEL ONFRAY
Niño terrible del pensamiento francés y, por extensión, europeo, Michel Onfray se lanza a un ambicioso proyecto llamado “Enciclopedia del mundo”, del cual Cosmos sería el primer volumen. Su propuesta de una ontología materialista busca reconstruir una base filosófica para los hábitos más arraigados del consumo y el mercantilismo.
› Por Fernando Bogado
Michel Onfray quizá sea el único representante de algo que él mismo denomina “ontología materialista” y que tiene en Cosmos, su último libro, el primer tomo e intento de establecer lo que el autor denomina una Breve Enciclopedia del Mundo, la cual continuará en dos tomos ya anunciados y por venir: Decadencia y Sabiduría. ¿Cuáles son las principales proposiciones del trabajo? En principio, frente a una filosofía que pone el “logos” en el centro, la palabra como saber y el Ser como problema central. Onfray busca volver a lo que él denomina una filosofía popular, una filosofía de la vida y el saber vivir que tiene como asunto el mundo tal cual se presenta en las cosas que hacen a las actividades cotidianas y el disfrute a través de los sentidos. Por eso, promediando el libro, afirma que su ontología materialista se basa en un “epicureísmo trascendental”, esto es, algo que entiende a lo trascendental en contra del pensamiento de la trascendencia. ¿Qué sería la “trascendencia”? Aquel tipo de pensamiento que pone siempre a Dios, los dioses o el Ser como lo que constituye sin ser constituido. “Trascendental”, si bien se acerca peligrosamente a esta definición, debe ser entendido como lo que va más allá de lo que se percibe pero que encuentra su límite y su capacidad de generalidad en la acción concreta del hombre, lo que podríamos llamar un “saber vivir” que persiste en cierta tradición del trabajo o en lo que entiende Onfray por “epicureísmo”. Este epicureísmo no sería, precisamente, el de Epicuro, sino el de Lucrecio; digamos, un epicureísmo a la romana. que boga por el disfrute del mundo y la atención a deseos que pueden ser satisfechos siempre y cuando no nos produzcan malestar.
Michel Onfray es considerado por muchos el “filósofo terrible” del ámbito intelectual francés. Por un lado, parece ir a contramano de todo lo que la tradición filosófica continental postula, recuperando lo que las dicotomías de la metafísica occidental deja de lado. Por ejemplo, si Heidegger retoma la división Ser/ente para poner en evidencia cómo la filosofía perdió el camino del Ser al pensarlo como ente, dejando de lado las “cosas” presentes en su sentido más ingenuo, Onfray va a decir que su principal ocupación es lo ente, lo que se puede sentir y disfrutar en su más absoluta individualidad. No por nada el primer capítulo del libro, “Las formas líquidas del tiempo”, es un largo catálogo de las diferentes sensaciones que produce la ingesta de diversas cepas de champagne, teniendo en cuenta que el vino se reduce a un “presente del estar ahí”, jugando con las definiciones que provienen tanto de la fenomenología de Edmund Husserl como de la ontología de Heidegger.
Onfray quiere meter en esas discusiones una lectura crítica que termina en lo banal, ya no en la idea del disfrute de la existencia, sino en un catálogo de enólogo profesional que poco tiene que ver con lo popular en un sentido acrítico del término. Para ponerlo en términos locales: ese tipo de acercamientos filosóficos puede llegar a resultarle atractivamente polémico a un catador con intereses filosóficos de Palermo, pero poco tienen que ver con la vida cotidiana, laboral, de un empleado de fábrica del conurbano.
Lo que nos lleva, en definitiva, a otra de las afirmaciones del libro: el rescate de la vida epicúrea, del tiempo “virgiliano” (el tiempo de la cosecha, el tiempo del trabajo sobre la tierra), por sobre el mundo de la ciudad, del filósofo que vive en un mundo de edificios y de asfalto y que sólo se concentra en el detalle de la letra, en la recuperación y crítica de un texto. ¿Hasta qué punto es lícita esa división? ¿No es, muchas veces, lo contrario? Por ejemplo, la idea del mundo agrícola como un mundo más puro, más verdadero y legítimo, es ya un lugar común de la filosofía, hasta el punto de que el propio Heidegger, el que se presenta aquí como “enemigo”, podría haber suscripto.
Cosmos: Una ontología materialista es un libro cuyas proposiciones centrales parecen querer resumir todo el proyecto filosófico de Onfray. Fundador de la Universidad Popular de Caen y de la Universidad Popular del Gusto en Argentan, su cuidad natal, Onfray siempre ha pregonado la necesidad de devolver la filosofía al mundo del que insiste en retirarse, entendiendo que es posible una filosofía de la vida más allá de las fronteras de las academias y su tendencia a lo puramente textual. El problema que tiene esta propuesta es que desconoce de antemano la capacidad crítica de la filosofía y mantiene como afirmación implícita la idea de que el mundo puede vivirse sin las mediaciones que la historia y sus avatares han propuesto: ¿se puede hacer filosofía, así porque sí, en un mundo entregado al consumo, a la mercancía, al mito de lo agrícola como verdadero encuentro con la vida que tiene en sus aspectos más consumistas los principales defensores?
Cualquier crítica filosófica de la ideología encuentra que este “mito” es el principal sostén de un mundo de postergaciones para los más relegados, esos que Onfray dice defender. Si bien hay hallazgos en el libro, como una prosa cuidada que da un “Prefacio” exquisito, en donde se recuerda la muerte del padre del autor, este conjunto de buenas intenciones filosóficas (como ir en contra del cristianismo y sus derivados o tratar de volver a conectar al hombre con la vida en el sentido más optimista del término) queda solamente en eso: la mención de una serie de proyectos que terminan siendo consustanciales a un mundo de tristeza, sometimiento y postergación. En definitiva, el camino al infierno intrascendente está plagado de las mejores y las más útiles intenciones.
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