ALEJANDRO CáNEPA
A contrapelo de la idea de que el rugby es únicamente un deporte de la elite y de muchachos bien de San Isidro, las crónicas de Alejandro Cánepa rescatan relatos del otro lado de la cancha: equipos de la villa, de las divisiones más marginales, del conurbano, de la cárcel. Un puñado de historias con bandidos, héroes anónimos y conflictivos terceros tiempos.
› Por Angel Berlanga
El morochaje también juega al rugby. Y los judíos. Y los presos. Y los villeros. Y las mujeres. Epa: esto se fue contaminando por demás. ¿No era un deporte exclusivo de rubios varones de la elite? Este paquete es uno de los posibles sentidos que destila Fuera de juego: Crónicas sociales en la frontera del rugby, una serie de nueve textos que muestra que aquella pregunta signa una pretensión caduca, un lugar común, un espejismo para necios. Las recorridas de Alejandro Cánepa por esos territorios enfocan en experiencias individuales y construcciones colectivas, procesos, dificultades, disfrutes; no le interesa centrarse, plantea, en “multicampeones” o en “perdedores en sí”. “Fui por algunos años referee de rugby y lo jugué por muy poco tiempo -apunta en la apertura el autor, periodista y docente-. Quizá por esas circunstancias me resultó relativamente simple despojarme de tabúes y exponer en el tablero de las letras lo que muchas veces se cuenta, pero sólo como susurros”.
Cánepa parte desde un partido por el descenso a la última división entre Campana y Sociedad Hebraica Argentina, pero apenas se interesa por las alternativas del juego o el resultado y deriva hacia los comienzos del equipo de rugby del club judío narrado por uno de los fundadores, los insultos que solían recibir por esa filiación (“¡Judíos de mierda!”), el detalle de un árbol en un ingoal que las autoridades se negaron a sacar (¡se jugaba con el árbol ahí!), la incorporación al equipo de uno que practicaba lucha grecorromana y que, con los años, haría de El caballero rojo y de Yolanka en la troupe de Martín Karadagián y que, con más años, se convertiría en taxi dancer. Otra de sus crónicas se centra en el Museo del Rugby, en San Isidro: su encargado, Jorge Luccioni, que asistió junto a Mario Firmenich, Carlos Ramus y Fernando Abal Medina al Nacional Buenos Aires, que conoció allí al padre Mugica aunque él participaba en la Juventud Estudiantil Católica, que fue policía en los ‘70, cuenta que un compañero suyo murió en un atentado y que tiene un hermano desaparecido, al que torturaron ante sus padres: “Yo me enojé mucho con Dios”, dice. Otro de sus textos enfoca en un equipo de la Villa 31 de Retiro, El Campito; una de las voces que cuentan, aquí, es la de Illich Lenin Maldonado, gasista matriculado, estudiante de la Licenciatura en Higiene y Seguridad, nacido en Oruro, jugador y entrenador de infantiles. El Campito, compuesto por mayoría de jugadores de la villa y algunos ex miembros de Champagnat, ganó un Torneo Empresarial en segunda categoría y llegó a semifinales del de primera. Cuenta Illich que nadie compartía con ellos los terceros tiempos, esa promocionada instancia de caballerosidad del rugby: si los organizaban ellos, los otros los dejaban plantados, y si los organizaban los otros, se mantenían a distancia. El único equipo que accedió a compartir un choripán fue el de la Policía Metropolitana: después del partido les dijeron que habían ido armados, “por las dudas”.
Cita Cánepa a Elías Canetti: “Lo más importante es hablar con desconocidos. Cuando esto resulta imposible, ha empezado la muerte”. Sostiene, Cánepa, que este fue su lema de arranque; del diálogo con desconocidos surgen bifurcaciones, derivas, y por ahí se manda muchas veces el cronista, que entrevera la voz circunstancial o el paisaje que aparece por el camino con el desandar de la historia de un jugador, un equipo, un club; es un gesto que parece abarcador de causas y azares, que confía en el dibujo provisorio de un universo que ofrece, con sus aristas, contradicciones, una mano que ayuda y busca construir, una mueca de desprecio, la potencia de un grupo, la fantasía, el accidente trágico, los crujidos sociales. Cánepa cuenta del club Virreyes, en el que entrenan los pibes de Presidente Perón, un barrio modesto de San Fernando; o de cómo recompusieron sus vidas tres jugadores que recibieron lesiones muy severas. Una de las crónicas narra de “Las vikingas”, de Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó, donde se armó, en 1985, el primer equipo de mujeres de la Argentina. Otro de sus textos enfoca en el equipo del Nacional Buenos Aires, en el que jugaron, entre tantos, el ex ministro Carlos Tomada, el poeta Jorge Fondebrider o el periodista de este diario Horacio Cecchi, un ala batallador al que apodaban “Madera”, que dice: “El juego en sí me gustó siempre, lo que no me gustó era la ‘bananería’ de ciertos clubes, en esos partidos nos poníamos más aguerridos”.
Fuera de juego cierra centrándose en Extra Brut: así se llama el equipo de presos de la cárcel de Campana. Es una crónica fundada en varias visitas: en las dos primeras los internos llegaron hasta la cancha con la expectativa de enfrentar al Colegio de Abogados de San Isidro, pero una y otra vez los doctores los dejan colgados, así que resuelven sobre la marcha con un picado. Ahí están el entrenador con su fe en esto de “los valores del rugby” como llave para conseguir “el apego a las reglas”, el preso optimista y el que no tiene expectativa, el que salió en libertad y vuelve a jugar con sus compañeros, y hasta un sobrino del Gordo Valor que jura su inocencia y pasa de armar los sánguches de milanesa para el tercer tiempo a dirigir un partido. Ahí están también las requisas, la carne que no llega a los reclusos porque antes es vendida fuera del penal, el que consigue reencauzarse y el que confiesa que robó toda su vida y que, cuando salga, seguirá en esa. Cánepa abre cada uno de sus textos con citas de Hebe Uhart, CurzioMalaparte, Alma Guillermopietro o Baruch Spinoza; a su última crónica le añade una de Eric Hobsbawm: “Los bandidos pertenecen a la historia recordada, que es diferente a la historia oficial de los libros”. En éste, Cánepa busca entreverar esas instancias, difuminar esas fronteras.
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