EN FOCO > SHARON OLDS
Ganadora del Pulitzer de poesía en 2013, Sharon Olds se plantea heredera de un linaje que se sostiene en dos pilares fundantes, Walt Whitman y Emily Dickinson, una voz masculina y otra femenina que encauzaron su propia voz. La materia de este mundo reúne ocho libros en un volumen y plantea un recorrido por su obra desde los años ochenta hasta la actualidad.
› Por Mercedes Halfon
Sharon Olds publicó su primer libro de poemas cuando tenía 37 años. Y la experiencia de una mujer que ya se había enamorado muchas veces, había sido madre de dos hijos, había hecho sus lecturas principales, había pensado largamente en su familia de origen, se deja ver en cada verso. Como una voz profunda, ronca, que va a decir solo lo esencial de cada cosa. La complejidad condensada y a la vez limpia de todo atributo superfluo, es la manera en que se expresa Olds, una de las poetas norteamericanas más importantes de la actualidad. Graduada en Stanford, ha realizado un doctorado en Columbia y hoy dicta clases de creación literaria en la Universidad de Nueva York. Olds recibió numerosos premios, entre ellos el The National Books Critic Award y el Premio T. S. Eliot. En 2013 ganó el Pulitzer de poesía por su último libro, Stag’s Leap. Pese a todo se mantenía inédita para los lectores locales, que con su primera traducción vernácula La materia de este mundo (Gog & Magog), saldan con creces su ausencia hasta el momento. El volumen propone un extenso recorrido por su producción desde la década de los ochenta hasta ahora, pasando por ocho de sus libros, en una traducción atenta y de gran sensibilidad realizada por Inés Garland e Ignacio Di Tullio.
¿Cómo describir el camino que esta poeta desarrolló a lo largo de sus libros? Pareciera que desde el comienzo hubo un foco sin demasiadas distracciones. En su primer libro, Satán dice (1980) hay un texto que podría pensarse como presentación y ars poética. El poema Estación. Allí la poeta vuelve a su casa luego de pasar la tarde escribiendo, ve a su marido por la ventana, que la descubre observándolo y de ese choque de miradas separadas por un vidrio, ella anota: “La esposa que se escapa a escribir al muelle ni bien uno de los niños se va a la cama y deja al otro a tu cargo. (…) Nos pasamos un largo rato/ en la verdad de nuestra situación, los poemas/ pesados como presas de una caza furtiva colgando de mis manos”. Curiosamente se trata de un asunto muy parecido al del poema “Cierras la puerta por fuera luego tratas de entrar” de Raymond Carver, en el que el escritor también queda fortuitamente fuera de su casa y ve su propio escritorio iluminado en la noche como si todavía estuviese ahí. La especificidad de Olds, sin embargo, va más allá de la epifanía de verse a si misma como una extraña. Ella se describe a partir de sus vínculos primarios y se define escritora desde ese núcleo afectivo en el que los textos toman forma de animales muertos, cazados con violencia y amor. Muchos de los temas de su obra pueden desplegarse desde aquí. La intimidad de una casa percibida como una escena que se ilumina por su escritura, la trascendencia vital que un paseíto vespertino adquiere cuando ella lo vuelve material de la poesía. No se trata de una domesticidad serena, contemplativa, sino más bien de una que se vive y se escribe como una epifanía salvaje.
Olds suele ser pensada como una poeta del cuerpo. Los nacimientos, las muertes y el sexo abundan en sus versos. Como escribe Victoria Schcolnik en el prólogo de esta edición: “El cuerpo es un laboratorio de sensaciones que nos revela marcas en el ambiente, difíciles de tocar si cuando uno mira ve formas, razonamientos, secuencias”. Es que ninguna de estas cuadraturas mentales o espacio-temporales sucede en Olds. Hasta tal punto es así que en cada uno de sus libros hay poemas que recuerdan a sus hijos cuando eran bebés, a ella misma cuando era una niña, a su padre anciano o a su padre joven y atractivo. Como si la vida fuera un gran globo donde los hechos significativos flotan y se desvanecen mezclados unos con otros. Como si el cuerpo fuera un coctel permanentemente en movimiento y no un espacio donde cada órgano tiene una función.
El cuerpo es el receptor (y no la mente) de modo tal que su traducción en poesía es también material (y no abstracta). Las experiencias privadas se trasuntan con una lengua áspera y concreta que pude decir cosas como: “Ni bien mi hermana y yo salimos de la casa/ de nuestra madre, lo único que queríamos/ hacer era coger, borrar/ su pequeño cuerpo de gorrión y sus patitas de grillo”. En Los vivos y los muertos (1984), al poderosísimo poema sobre su hija púber que cierra: “A la hora de dormir, / cepillo su pelo enredado y fragante, es una vieja/ historia -la más vieja del mundo–/ la historia de una sustitución”, le sigue otro llamado “Madre primeriza” en el que cuenta su retorno a la casa y a su marido luego del nacimiento de esa misma niña: “Todo tú tan tierno, te inclinaste sobre mi, / sobre el nido de puntadas, sobre/ lo rajado y desgarrado, con la paciencia de alguien que/ encuentra un animal herido el el bosque/ y se queda con él, a su lado/ hasta que vuelva a estar entero, hasta que pueda correr de nuevo.” Es esa misma sustancia sensible de los días pasados y presentes, de la que está hecha su poesía. La materia de este mundo.
La lectura de Sharon Olds de la “gran familia” en la que su obra poética se inserta también parece dar cuenta de un mapa de vínculos afectivos. Como ha dicho en alguna entrevista: “La suerte de la tradición poética norteamericana reside en el hecho de que tenemos una madre y un padre formidables, Emily Dickinson y Walt Whitman. Nuestra tradición está firmemente anclada en la unión de dos voces poderosísimas, una masculina y otra femenina. De esa conjunción milagrosa deriva todo lo demás”. Entre las derivas que la incluirían está la de Sylvia Plath, Anne Sexton y Robert Lowell, con la que más de una vez se la ha relacionado, pero si bien hay puntos de contacto con la poesía confesional, la búsqueda de Olds parece diferente. La deliberada apertura de su propia vida en sus textos no tiene que ver con un escape de una lírica culta, acartonada o alejada de la experiencia, tampoco pareciera una catarsis sanadora de los males del mundo. Olds escribe desde su cuerpo en cada etapa de su vida con una libertad y un goce que desconocen poéticas que no se propongan ir de pleno hacia una erótica o hacia un efecto transgresivo. Pero ella no parece preocupada justamente por generar esos efectos. No parece tampoco estar haciendo ninguna clase de concesiones. Por eso su poesía trasmite tanta sabiduría, por eso es tan contagiosa.
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