El extranjero
HEY NOSTRADAMUS!
Douglas Coupland
Bloomsbury
Nueva York, 2003
244 págs.
THE BURNED CHILDREN OF AMERICA
Zadie Smith (ed.)
Hamish Hamilton
Londres, 2003
298 págs.
He aquí una gran novela americana a la que no le preocupa en absoluto ser una gran novela americana: Hey Nostradamus! –octavo libro de ficción de Douglas Coupland– es una rareza incluso dentro de la obra de un escritor acostumbrado a escribir libros raros. Otra vez, el tema de Coupland (no en vano nacido en una base de la fuerza aérea canadiense en Alemania, en 1961) es la desorientación de la juventud viajando hacia la madurez, el jet lag y la fatiga de materiales de quienes recuerdan de dónde vienen y no saben a dónde van. Pero ahora narrados con un curioso eco distorsionante, una distancia clínica, como si se escribiera desde otro planeta.
Aquí, Jason –uno de los más logrados personajes de Coupland hasta la fecha– tiene perfectamente claro cuándo fue que todo comenzó a torcerse. Jason es uno de los sobrevivientes de una masacre a la Columbine en su colegio secundario. Esa terrible mañana, Jason fue un héroe, pero todos prefirieron pensar que había sido un monstruo. Desde entonces, desde 1988, Jason vegeta sonámbulo como un existencialista sin dogma, atormentado por el recuerdo de su novia/esposa/embarazada muerta en el tiroteo, por su padre fanático religioso (un monstruo sensible) y por un mundo que no cree en él. Y no es tan grave: Jason tampoco cree en el mundo.
Puede pensarse en Hey Nostradamus! –el título funciona como reproche al célebre anticipador del futuro cuando, en un tramo de la novela, se le reclama su incapacidad para profetizar las cosas con claridad y sin tanto símbolo y metáfora críptica– como una suerte de destilado del mejor Coupland: aquí están los slogans de Generación X, la comedia familiar negrísima de Todas las familias son psicóticas, la claridad lírica para analizar el estado de las cosas de Polaroids, el toque justo de espiritualidad elegantemente new age cuya abundancia irritaba en La segunda oportunidad (caprichosa traducción de Girlfriend in a Coma),
el desprecio educado a los mayores de Planeta Shampoo y –tal vez lo más importante– la contraparte práctica a todas las teorías religiosas enunciadas en La vida después de Dios, acaso su mejor y más inquietante libro. Hey Nostradamus! –como Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugeniades o el mega-bestseller con violada de ultratumba Desde mi cielo de Alice Sebold– es otra de esas novelas donde se nos muestra y demuestra cómo los meteoros de los adultos acaban destruyendo el mundo de los adolescentes. Y donde todos –unos y otros– terminan siendo devorados por el más negro de los agujeros.
Y no hay mención alguna al angelical y luminoso Coupland –o Bret Easton Ellis, su perfecta contraparte oscura y diabólica– en el prólogo de Zadie Smith a su antología The Burned Children of America. Aquí, la sobrevalorada autora de Dientes blancos y The Autograph Man –la chica que es a Kureishi lo que Arundathi Roy es a Rushdie– ensambla un logrado y atendible producto que funciona muy bien como económica embajada de la literatura que se está haciendo ahora mismo en el Imperio Bush. Aquí estánvarios de los mejores “niños quemados”, profetas sin esperanza que le cantan a la Tierra Baldía de un país sin alma. Aquí están –en relatos que en su mayoría no han sido nunca recopilados en sus respectivos libros– Rick Moody, David Foster Wallace, George Saunders, Dave Eggers, Jeffrey Eugenides, Jonathan Lethem, A.M. Homes, Jonathan Safran Foer, Shelley Jackson (y siguen las firmas). Y un prólogo de Zadie Smith donde –con mirada y extrañeza de exploradora extranjera– se pregunta de dónde ha salido tanta dulce tristeza, tanta sonrisa amarga en estos jóvenes que “se encuentran al otro lado de la potente América de Bellow o de la furia gozosa de Roth”. Leer la antología es hundirse en uno de los infiernos mejor y más graciosamente escritos de los que se tenga memoria. En resumen: uno de esos contados rejuntes que –más allá del talento de los que reúne– parece una de esas cápsulas de tiempo que se niegan a ser enterradas. O tal vez lo que ocurra es que ya no quede espacio libre para enterrar nada.
En cualquier caso –insisto– sorprende la ausencia de Coupland en el prólogo de la Smith y, también, en el canon de estos “chicos quemados” reuniéndose, en su mayoría, al calor del fuego de la revista y editorial McSweeney’s comandada por Dave Eggers. Después de todo, Coupland (y, otra vez, Easton Ellis) viene a ser algo así como su hermano mayor, el tipo que estuvo allí primero, que anticipó la pesadilla, que llenó el horror vacui con palabras y que volvió para contarlo y leerlo. Tal vez lo que ocurra es que Coupland tuvo la culpa de inventar un slogan y una etiqueta -”Generación X”– y que semejante éxito a la hora de ser absorbido por un planeta ávido de etiquetas y slogans suele pagarse caro en los círculos literarios. Y no es que Moody, Eugenides, Foster Wallace y –sobre todo– el más que astuto Eggers no puedan también ser considerados “productos”; la diferencia es que a Coupland parece importarle algo más que la literatura y que escribir bien. Algo que, por momentos, lo acercan tan encantadora como peligrosamente al territorio del gurú o del chamán o del médico brujo: Coupland como alguien verdaderamente preocupado por sus lectores, preocupado por lo que les pasó, les pasa, lo que puede llegar a pasarles. Alguien que todavía cree en un futuro sin jóvenes en llamas. Y así –a propósito o sin darse cuenta, para bien o para mal–, Douglas Coupland se ha convertido en el escritor en idioma inglés más “sensible” desde que Jerome David Salinger decidiera decir adiós a todo esto, cerrar la puerta con llave y quedarse del lado de adentro.
Rodrigo Fresán