Dom 17.08.2003
libros

CICLOS

El lenguaje es un virus

En su ciclo “La mesita de luz”, Luisa Kuliok incita a leer por placer. Radarlibros la acompañó en varios encuentros y habló con la actriz sobre el goce de dejarse llevar por un libro.

por Mariana Enriquez

“¡Hoy tengo menos luz o yo ya estoy ciega!”, exclama Luisa Kuliok mientras se acomoda los anteojos para poder leer en voz alta el cuento “La resurrección de la carne” de Angélica Gorodischer, sobre una mujer que abandona la sensatez y se entrega a los Jinetes del Apocalipsis y un rubio en Harley Davidson. Desde el primer miércoles de junio, la mujer que fue La extraña dama, la heroína más famosa de las telenovelas argentinas, está al frente de un ciclo de la Dirección General del Libro en la Biblioteca Centenera. La mesita de luz la tiene como anfitriona, y ella fue la encargada de elegir a los invitados.
La lista es bien heterogénea: el primer convocado, en junio, fue Arnaldo André; en julio Vanina Oneto, la “leona” capitana del seleccionado argentino de hóckey sobre césped, en agosto el bailarín Maximiliano Guerra, y faltan Lola Berthet, la joven actriz de Costumbres argentinas, Gustavo Cordera y Juan Subirá, del grupo de rock Bersuit Vergarabat y la cocinera Blanca Cotta (5/11). “La idea era que no fueran escritores”, dice Luisa Kuliok. “Se me ocurrió que teníamos que convocar gente mezclada, gente que fuera significativa para el público. A todos les encantó la idea, y los halaga que se los vincule con algo que no es específico de su carrera. Yo fui muy ambiciosa, la gente que viene está muy ocupada. Todos son personas descollantes en su actividad, por su disciplina y seriedad. Lo que busco en el ciclo, sin embargo, es una falta absoluta de solemnidad, vergüenza y juicio valorativo. Quiero que cuenten quiénes son a través de lo que leyeron. Es muy privado, y de una gran exposición.”
Arnaldo André es un hombre de perfil bajo, que últimamente prefiere mostrarse poco aunque tenga un rating impresionante con su regreso a la TV en Soy gitano. Pero no podía decirle que no a su compañera de tiras y amiga. “Arnaldo sabe que yo lo habría entendido si me decía que no, pero aceptó encantado. Leímos juntos un cuento de Silvina Ocampo, ‘El crimen perfecto’, que es perfecto porque tiene mucho diálogo; yo hacía la mujer, y él leía el relato. Un cuento maravilloso, con mucho humor negro.” La gente deliró al ver otra vez a la pareja de Amo y señor. “Yo agradezco que la gente de la Dirección del Libro me tenga confianza, porque no es fácil. Sé que muchos me colocan en un lugar frívolo por haber sido tan famosa como actriz de telenovelas. A mí me gusta salir de cualquier casillero, y llevar adelante ese ciclo me da esa posibilidad. Además, hacer telenovelas es un trabajo muy complicado, del que estoy orgullosa. Siempre me gustó contar historias de mujeres que luchaban por su propia integridad e identidad, siempre hice historias de mujeres que no eran víctimas. Sufrían, pero se sobreponían con su temple. Traté de mostrar a la mujer en sus capacidades todas, no como una cosa que se maneja.”
La noche en que la luz baja e intimista del ciclo la obliga a acercar el texto a la cara, Luisa Kuliok está de minifalda de jean, remera negra brillante y una gran flor roja sobre el pecho, espléndida como siempre. La acompaña Maximiliano Guerra, que ese mismo día llegó desde Milán a las seis y media de la mañana, y que aceptó participar de La mesita de luz a pesar de tener una agenda sobrecargada. El clima funciona a la perfección: Luisa lee textos de Griselda Gambaro y un cuento oriental de autor anónimo, y el bailarín explica que le gusta leer sentado y cómodo, y que su sueño es poder leer en una plaza, aunque su fama y actividad frenética apenas se lo permiten. Luisa quiere saber si Maximiliano lee en el baño, como ella; pero el bailarín no se lleva libros al toilet, prefiere fumarse un cigarrillo. La madre de Guerra, que está sentada entre la concurrencia, confirma que cuando su hijo era adolescente le prohibía leer a Freud; Guerra desobedeció y lo leyó igual, a los quince años, aunque no entendió nada. Hoy, sus libros favoritos son El hombre mediocre de José Ingenieros y El arte de amar de Eric Frömm. El primer miércoles de julio, la leona Vanina Oneto confesó que estaba enloquecida con Harry Potter y leyó Carta a mi futura ex mujer de Dalmiro Sáenz, un regalo de su esposo. También confesó que adora los tacos altos, y que la sorprende que la gente piense que se pasa la vida en joggings. Luisa confiesa, en cada encuentro, que es una lectora voraz, que no se imagina un mundo sin libros, y que su familia se la pasa leyendo en voz alta aquellos párrafos que les interesan.
La mesita de luz no tiene ninguna intención de hablar de literatura como si los libros fueran entidades complejas alejadas de lo cotidiano. “No nos sentamos con dos micrófonos a hablar de literatura desde lo académico: hablamos desde el lugar del placer. No tenemos que tomar un libro porque corresponde, sino porque es placentero. Hablamos de la gente, no de la crítica, no hacemos teoría: nuestra intención es el contagio. No quiero que este ciclo enseñe nada: quiero abrir un espacio para que la gente se pueda vincular. Leer es sanador. Cuando leo un buen libro tengo una sensación física muy fuerte, como si mi cuerpo estuviera en un estado de acción. Es una actividad que no tiene nada de sedentaria, y hasta me animo a decir que es riesgosa. A mí me hace correr la sangre por el cuerpo.”

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