Dom 07.04.2002
libros

EL PERIODISMO DE ALFONSINA

Dispuesta a todo

Hace noventa años, Alfonsina Storni comenzaba una obra periodística que espera todavía el reconocimiento del lugar que se merece en historia del periodismo gráfico. Aguda, intransigente, ácida, la Storni periodista denuncia todos los vicios de la sociedad patriarcal.

POR DELFINA MUSCHIETTI

El 4 de abril de 1912, hace noventa años, Alfonsina Storni inauguraba en la revista Fray Mocho una obra periodística singularísima y no valorada hasta hoy en su justa medida. Alfonsina era muy joven y ya escribía con tono irónico y desenfadado sobre la hipocresía de las mujeres de la clase alta en Buenos Aires. El artículo se llamaba “De la vida” y sería el comienzo de una larga serie de textos que conforman una importante obra periodística (que aparecerá próximamente recopilada en el segundo tomo de las Obras completas de Alfonsina Storni en el sello Losada).
Allí, Alfonsina se encarga de contrarrestar minuciosamente el poderoso imaginario social que sometía a la mujer al discurso patriarcal. Ella, “la loba” que se separa de las mujeres disciplinadas, fundará una manera de hacer periodismo para la mujer: forma verbal punzante e implacable ironía, análisis ideológico agudo y desenmascaramiento que nos hacen reír y pensar al mismo tiempo. En la sección “Feminidades” o “Vida Femenina”, que Alfonsina dirigió en el periódico La Nota durante 1919, por ejemplo, utiliza la sección no para reproducir recetas de cocina o para comentar la última moda en París sino para luchar contra el sometimiento legal de la mujer. Lo mismo hará en los “Bocetos Femeninos” que escribirá para La Nación a principios del veinte, y en numerosas colaboraciones publicadas en revistas como Fray Mocho, Atlántida, Caras y Caretas y Mundo Argentino. La voz que habla no se somete a duplicidades: es frontal y audaz en la lucha por los derechos de la mujer (tener patrimonio, derecho al divorcio y al voto); o es burlona y sarcástica a la hora de delatar hipocresías. Ironía y lenguaje muchas veces brutalmente prosaicos, que la acercan a Oliverio Girondo.
En las “Feminidades” del 25 de abril de 1919 leemos: “Correremos desde hoy mismo hacia las tiendas, pediremos muchos metros de tela para hacernos vestidos especiales, usaremos pesado velo en la cara, nos pondremos guantes de dos centímetros de espesor en las manos... Iremos al teatro con aparatos para taparnos los oídos y lentes ahumados... Caminaremos por la calle sin alzar los ojos, no miraremos a ningún lado cuando vayamos por las aceras, e inmoladas en ese púdico sacrificio caeremos víctimas de un auto veloz. ¡Oh romántica y pura muerte de una niña del siglo XX...! Todo esto nos lo ha sugerido una disposición municipal prohibiendo a los bailarines que aparezcan en el tablado con las piernas sin mallas; y una liga de señoras contra la moda y los excesos del descubierto”. Aquí, la parodia sobre el comportamiento custodiado de la niña es desembozada. Y en todos los artículos de la sección una argumentación firme, lúcida y demoladora denuncia la manipulación ideológica a la que se ve sometida la mujer en la trama social, cultural y económica de la sociedad patriarcal. Es por eso que en un reportaje publicado en El Hogar, en 1931, Alfonsina reclamará vivir y ser juzgada con los mismos derechos de “una moral de varón”.
Este trabajo político tiene una continuadora desde fines de los años setenta en la escritura implacable de periodistas como María Moreno, fundadora, en 1983, de la revista Alfonsina: todo un homenaje y un reconocimiento. En un caso y en otro, se trata de revelar las trampas en las que el género atrapa a las mujeres, cortándoles la vía del pensamiento. En el final de “Cuca”, breve texto aparecido en La Nación en 1926, así lo dice Alfonsina: “La cabeza cortada a cercén por las ruedas del auto ha saltado a dos metros del tronco y la cara de porcelana conserva sobre el negro asfalto su belleza inalterada: los fríos ojos de cristal verdes miran tranquilos el cielo azul; la menuda boca pintada ríe su habitual risa feliz y del cuello destrozado hecho un muñón atroz brota amarillo, bullanguero, volátil, un grueso chorro de aserrín”.
En la obra periodística que comienza en 1912 y continúa hasta pocos años antes de su muerte, en 1938, Alfonsina se adelanta también a muchas de las conclusiones de Virginia Woolf, y dialoga inadvertidamente con ella. Podemos leer un mismo humor irónico y deleitarnos con el “Diario de unaniña inútil”, por ejemplo, que detalla el decálogo de toda caza-novios; o leer en cada uno de los análisis reveladores de las condiciones materiales que sustentan el imaginario social de lo femenino una síntesis de Un cuarto propio, el célebre ensayo que Virginia Woolf escribió en 1928. En “La mujer como novelista”, Alfonsina también liga las posibilidades de desarrollo estético del género novela para la mujer, con sus condiciones económicas y su experiencia de vida. Y va aún más allá, por ejemplo, en el develamiento obsesivo y minucioso de la ecuación económica que enmascara la unión matrimonial, detallada en forma hilarante en “¿Por qué las maestras se casan poco?”.
Las múltiples modulaciones de la prosa de Alfonsina (cartas, pequeños relatos y diarios, editoriales, textos fragmentarios a modo de reflexiones o sentencias) incluyen pequeñas piezas magistrales que podríamos llamar acuarelas (al modo de las “Aguafuertes” de Roberto Arlt) o instantáneas (el dispositivo de la fotografía ejercía sobre ella gran fascinación, como atestiguan los Kodak de su poesía en prosa). En estos textos podemos seguir con delicia el sarcasmo que describe el desfile de los “Tipos femeninos callejeros” o el andar de “Las refinadas porteñas crepusculares” que se acercan a las grandes tiendas de la calle Florida, el desapego implacable con el que se describe a una “madre”, el análisis desopilante de la hipocresía de la clase media en “Los regalos de casamiento” o “Las casaderas”. En los “Bocetos femeninos”, desde el doblez del seudónimo Tao-Lao (pareciera que sólo bajo la firma de un anónimo y exótico colaborador chino podía aceptarse esa voz crítica), se vuelve sin frenos y en tonos de un humor agudo sobre la debilidad y la hipocresía de sus pares de género: “¡Temblad, divinas argentinas! No sea que se resuelvan a formar un ejército volante que se llame ‘dé la caza al hombre’ y emigren a estas tierras a arrebataros vuestros lindos muchachos de cintura avispada y lustrosa cabeza, tan copiosos...!”.
La supervivencia de la obra de Alfonsina Storni no estará solamente ligada a su obra poética, fundadora de una genealogía para las poetas mujeres. También su prosa periodística ha de leerse como una escritura que propone siempre el revés del canon y una huella imborrable en la literatura argentina de siglo XX. Parece así haber cumplido acabadamente con el mandato que su nombre propio le impuso: “Me llamaron Alfonsina, nombre árabe que quiere decir dispuesta a todo”.

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