CORTáZAR POLEMISTA
Progresivamente, Cortázar abandona la imagen de artista puro para adoptar la piel del intelectual comprometido en los debates de su tiempo. De esa mutación dan cuenta las polémicas en las que Cortázar intervino a lo largo de su vida, algunas de las cuales se recogen en esta síntesis.
Al menos cuatro fueron las
polémicas en las que Cortázar se vio envuelto. Siempre contra
su voluntad porque, según decía, a él no le gustaban las
polémicas (y daba un argumento etimológico: polémica
viene de polemos que significa guerra). Con todo, y vistas en conjunto,
las polémicas tienen un sabor entre amargo e inquietante, cuando no es
la sorpresa la que domina: ¿esta clase de cosas se discutían con
tanto fervor?, podría preguntarse alguien con un dejo de nostalgia
incluso luego de contemplar el terreno yermo de las discusiones actuales.
Lo seguro es que en cada una se ve al campo político metiéndose
en el campo intelectual y por momentos devorándolo.
Hacia fines de los 60, Cortázar discute con el escritor peruano José
María Arguedas a propósito del mejor modo de retratar paisajes,
regiones y habitantes. Para Arguedas había que convivir con la propia
tierra para lograrlo; Cortázar completamente argentinizado en París,
en cambio, afirma que el telurismo me es profundamente ajeno por estrecho,
parroquial y hasta diría aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes
no alcanzan, por razones múltiples, una visión totalizadora de
la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor de zona,
pero me parece un preámbulo a los peores avances del nacionalismo negativo
cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias
culturales, se obstinan en exaltar los valores del terruño contra los
valores a secas.
En ese ir y venir de argumentos, Arguedas publica un adelanto del primer capítulo
de su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo en el que separa tajantemente
las aguas de la intelectualidad entre indigenistas y europeístas. Del
lado de Arguedas quedan Rulfo, Onetti y Guimaraes Rosa; Carlos Fuentes, Vargas
Llosa, Lezama Lima y Cortázar juegan para el otro equipo, mientras García
Márquez alterna. Todos somos provincianos, don Julio. Provincianos
de las naciones y provincianos de lo supranacional, le espeta Arguedas.
Literatura
y política
Dada la seriedad y el esfuerzo que se vislumbra en su extensa respuesta, la
polémica que Cortázar mantuvo con el escritor colombiano Oscar
Collazos polémica número 2 parece ser de las que se
tomó en serio. En un artículo que publicó la revista uruguaya
Marcha en 1969, Collazos había atacado el distanciamiento que se operaba
entre algunas novelas latinoamericanas de los escritores del boom (había
palos también para Vargas Llosa, pero con Cortázar fue especialmente
furibundo) y la realidad. En concreto, el desprecio de toda
referencia concreta a partir de la cual se inicia la gestación del producto
literario. Collazos también dice entre muchas cosas
que la por entonces recientemente editada novela 62, modelo para armar es un
intento de dar como válida esta dicotomía, esta escisión
del ser político y del ser literario, en definitiva, una excesiva
estetización de lo real. Collazos ponía en entredicho el excesivo
vanguardismo de la obra cortazariana. A la hora de la respuesta, en un artículo
sugestivamente titulado Literatura en la revolución y revolución
en la literatura: algunos malentendidos a liquidar (también publicado
en Marcha), Cortázar se defiende indicando que Collazos insiste
en tomar por un `divorcio con la realidad lo que en escritores como el
que habla es precisamente la búsqueda de una fusión más
profunda del verbo con todas sus posibles correlaciones; y explica que
la función del escritor como crítico es distinta y no debe ser
confundida con el problema de la creación en sí. Y más
adelante: ¿Olvido de la realidad? De ninguna manera: mis cuentos
no solamente no la olvidan sino que la atacan por todos los flancos posibles,
buscándole las venas más secretas y ricas. En la siguiente
intervención de Collazos (Contrarrespuesta para armar), el
colombiano tal vez emocionado se va a baraja, arría bandera,
calla y otorga, todo junto, mientras no se cansa de llamarlo compañero
Julio.
¿Tres?
Con Osvaldo Bayer, Cortázar no tuvo exactamente una polémica pública.
Pero según parece (al menos así lo cuenta el autor de La Patagonia
rebelde en el filme de Eduardo Montes Bradley titulado Cortázar: apuntes
para un documental) Bayer le exigió a Cortázar una actitud ante
la dictadura que el autor de Rayuela no pudo satisfacer. En un momento, cuando
en Buenos Aires se iba a dar el traspaso del mando de Videla a Viola (1980/1981),
Bayer le propone a Cortázar encabezar un charter de intelectuales en
vuelo sorpresivo a Argentina y Cortázar se excusó dice Bayer
porque andaba muy enamorado de Carol Dunlop, su última mujer, y además
temía que le metieran un balazo en la cabeza.
Muy
lilianamente
Cortázar también polemizó con Liliana Heker. O algo así.
Porque en realidad fue Heker quien recogió el guante de una ponencia
del año 1978 en la que Cortázar se despachó a gusto
sobre el ser de los exiliados argentinos y le contestó en duros
términos. Cortázar luego escribe una Carta a una escritora
argentina, en la que ciertamente no parece haber tomado muy en serio los
argumentos de Heker. Pero que mejor lo cuente la autora de Diálogos sobre
la vida y la muerte única escritora que quiso brindar testimonio
sobre el asunto a Radarlibros: En ese escrito que levanta la revista colombiana
Eco, que sin duda Cortázar pensó para los exiliados, había
algo valorable: Cortázar sostenía que el exilio no debía
ser un disvalor sino todo lo contrario, debía convertirse en un hecho
positivo. Cosa con la que yo coincidía, y lo señalé. Lo
que cuestionaba es que, por un lado, Cortázar se llamara a sí
mismo un exiliado político cuando él no lo había sido (se
fue en 1951). Aunque lo defendiéramos de cierta izquierda que se quejaba
de que él vivía en París, no me parecía que Cortázar
debía transformar ese vivir en París material insoslayable
para el desarrollo de su literatura en un hecho político. El problema
es que además desde París decretaba que la literatura en Argentina
estaba aniquilada. Y él no podía decir eso por el solo hecho de
que allá recibía menos obras de escritores argentinos. Yo decía:
primero, que no había posibilidad de mandarlas a Francia, y otra, que
tal vez para los jóvenes escritores los referentes eran otros, y no Cortázar,
que ya era más bien un escritor sagrado. Otro punto que yo le cuestionaba
es que postulara al exilio como una praxis, y yo creía que el exilio
era una fatalidad, no una praxis revolucionaria, no algo que se pudiera planificar.
Si uno se va, bueno, algo tiene que hacer con ese exilio, pero no se puede recomendar
a quienes trabajaban como podían contra la dictadura, intelectuales o
no, que se fueran. Cortázar veía nada más que a los escritores
exiliados y no veía lo que estaba pasando acá, y juzgó
en bloque: la literatura argentina está ocurriendo en el exilio
y `en la Argentina la literatura está aniquilada. Fue un error
que incluso Cortázar luego reconoció.
¿Cómo recuerda a Cortázar, 20 años después
de su muerte?
Cortázar, tengo que decirlo, era un escritor al que admiré
muchísimo, al que conocía, con el que nos carteábamos.
Tengo cartas hermosísimas de él; y para mí fue uno de los
maestros, un tipo querible, y eso es inalterable para mí. Y es que la
polémica es una confrontación de ideas, que no puede hacerse con
enemigos. Uno no puede polemizar con Videla, digamos, no hay polémica
posible, es un asesino y no se pueden confrontar ideas. En cambio, con un escritor
con el que se comparten muchas cosas, en una contingencia particular se puede
polemizar. Me pareció que en el contexto de la dictadura era un momento
oportuno, y que la polémica tuvo sentido.
En un reciente artículo de la revista Punto de vista, Alberto Giordano
sostiene que Cortázar en realidad se negaba a polemizar en serio, porque
estaba más bien ocupado en la celebración narcisista de
su figura de escritor comprometido.
Es un poco duro, ¿no? Cortázar, como todo el mundo, pero
de un modo más evidente, buscaba mucho que lo quisieran. Y a veces utilizaba
un lenguaje que sabía que iba a causar simpatía; yo también
creo que Cortázar no quería saber nada de polémicas. La
que habló de polémicas fui yo. En su carta Cortázar se
dirige a una joven simpática, y un poco tarada, pero que no era yo, nunca
cita mis palabras. Dice Liliana, en el fondo estamos de acuerdo,
pero no era cierto, no estábamos de acuerdo. Me trata con cierta benevolencia,
pero al mismo tiempo yo siento que no discute ninguno de los conceptos que yo
había pensado. En el momento para mí fue terriblemente irritativo,
te aviso que caminaba por las paredes, y en mi respuesta se nota ese enojo.
Pero, a la distancia, ya lo cuento como una anécdota.
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