Dom 29.02.2004
libros

RESEñA

Clínica sucia

Hay lo que hay.
Diálogo e intimidad
Ariel Jarach

Libros del Zorzal
Buenos Aires, 2003
Prólogo de Luis Hornstein

Por Cecilia Sosa

¿Qué diría la teoría de Mijail Bajtin puesta a trabajar en pos de la revitalización de la práctica clínica actual? Ariel Jarach, médico especialista en salud mental y ex jefe de la residentes de Psicopatología del Hospital Italiano, hizo la prueba y obtuvo como resultado su primer libro, Hay lo que hay. Diálogo e intimidad. El diagnóstico: el vínculo analista-paciente está anquilosado y la práctica clínica debe ser refundada. Y resulta que la culpa (¡al fin!) no responde a las resistencias de quienes arrojan sus corporalidadades retorcidas al diván (o a la sillita equivalente), sino a quien ocupa el sillón del que “sabe”. La posición abstinente del clínico, sentencia Jarach, es el refugio de una teoría inmóvil. “El psicoanálisis ha perdido su presencia dialógica al convertirse en narración univocal”, concluye el autor.
Así, y siguiendo la intuición freudiana (luego retomada por Deleuze) de que el inconsciente no está estructurado sino en constante producción, Jarach emprende un interrogatorio a la práctica clínica para ponerla en movimiento y, por qué no, abismarla. La meta: crear un espacio adecuado para el advenimiento del diálogo, esa suerte de intimidad que se sitúa en los límites del lenguaje, intervenir en el discurso clínico para generar una nueva intimidad. Sin embargo, advierte el autor, el riesgo contenido en la empresa no es menor: encontrarse al otro (al paciente, claro) como presencia hablante. Y allí, el psicoanalista deberá tomar la difícil decisión de poner su palabra en juego para intentar convertir la instancia del análisis y el mismísimo vínculo con ese otro en un “extraño tipo de amistad”. Contra la escucha monológica, Jarach propone una “clínica de la intimidad”.
Con estos postulados, Jarach extrae una definición de la cura. Lejos de eliminar el problema, la cura estaría situada en el enriquecimiento de la trama narrativa y de la expresión de la desdicha del paciente. No tanto deshacerse del problema, sino hacerlo más interesante.
Para defender su propuesta “dialoguista”, Jarach apela a ejemplos surgidos de su experiencia en la práctica clínica, pero también a la política, al cine, y hasta esas incómodas preguntas que, dicen los padres, hacen los hijos.
En el altar de Jarach están Freud, Bajtin y Deleuze y sus maestros locales, los psicoanalistas Santiago Dubcovsky y Luis Hornstein. Pero el autor es también baterista aficionado y un espectador apasionado del cine de autor. Tal vez ese espíritu ecléctico sea el responsable de una propuesta clínica que no apunta a la “transparencia”, sino que por el contrario se instala en su polo apuesto, una clínica “sucia”.
Recurriendo a la teoría bajtiniana como herramienta que excede la estructura lingüística, Jarach propone la reinvención del diálogo psicoanalítico. Hay lo que hay no rinde culto a la falta, sino que se propone “buscar las producciones de sentido en los puntos más insensatos, más alejados de la regularidad discursiva heredada”.

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