Dom 07.03.2004
libros

ANTICIPO

Testigo en peligro

Recién salido de la imprenta, Zona urbana de Martín Kohan es un riguroso ejercicio de relectura de la obra de Walter Benjamin. A continuación, Radarlibros reproduce algunas páginas como anticipo exclusivo.

Por Martín Kohan

1. Café Morgana
El 6 de noviembre de 1934, Theodor Adorno le escribe una carta a Walter Benjamin. Esa carta es parte de un intercambio epistolar bastante fluido entre ambos, y en ella Adorno comenta con aprobación el propósito de Benjamin de hacer un viaje a San Remo. En un tramo determinado de la carta, y después de hacer diferentes consideraciones acerca de los proyectos críticos de Benjamin, Adorno –que ha vivido algunos meses en San Remo hacia 1927– se permite hacerle una recomendación a su amigo: “Le recomiendo que tenga a bien elegir el Café Morgana, bien afuera sobre el mar, como lugar de trabajo”. Un buen café es, para Adorno, ante todo un buen lugar de trabajo (y no un lugar de sociabilidad o de seducción, como lo habían sido para Benjamin las cafeterías del zoológico en Berlín; ni un lugar para detenerse a descansar, como lo habían sido los cafés de Moscú; ni un lugar donde entregarse a la lectura de los diarios, como en París).
La preocupación de Adorno consiste aquí en procurarle a Benjamin un ámbito que le asegure una dedicación al trabajo sin injerencias externas, un ámbito que le asegure esa condición de autonomía que era para Adorno, desde un punto de vista específicamente teórico, toda una exigencia acerca de la posición social de los intelectuales. Por eso Adorno –que firma su carta en “Oxford, Merton College”– le aconseja a Benjamin que concurra a trabajar a ese café llamado Morgana, cuya particularidad es que se encuentra muy afuera sobre el mar, lo que implica decir, lo uno con lo otro, que se encuentra muy afuera de la ciudad. Esta carta de Adorno contiene una definición bastante precisa acerca de las condiciones de trabajo que él, que está en el Merton College de Oxford, propicia para Benjamin: un café, sí, pero un café que se convierte en un lugar de trabajo en la medida que lo sacará de la ciudad y le permitirá contar con un grado estricto de aislamiento (un aislamiento en el sentido estricto de la palabra: un lugar solitario, casi en medio del mar).
Benjamin le responde a Adorno, desde San Remo, con una carta fechada el 30 de noviembre de 1934. En ella se percibe ya el tono de resignada contrariedad, que de aquí en adelante no hará más que acentuarse, por la inexorable discordancia, que tampoco hará más que acentuarse, entre lo que Adorno quiere que Benjamin haga y lo que Benjamin puede realmente hacer en las circunstancias en las que se encuentra. Escribe Benjamin desde San Remo: “Su recomendación del Café Morgana me ha llenado de melancolía. Porque me parece, en efecto, que por su ubicación ha tenido que ser un lugar incomparablemente apropiado para trabajar. Por lo demás, aquí los cafés le fallan a uno más que el más pequeño refugio de montaña italiano. Pero –para ser breve– el Morgana ha quebrado y está cerrado”.
Si la carta de Theodor Adorno es la expresión cabal de su concepción teórica acerca de la posición social de los intelectuales, la respuesta de Walter Benjamin es por su parte una expresión cabal de las condiciones de trabajo en las que de hecho se encuentra. Unas condiciones que, con el tiempo, no sólo no le ofrecerán alguna forma de autonomía en el sentido de Adorno, sino tampoco las más mínimas garantías de tranquilidad y seguridad. Pero la carta de Benjamin expresa también, con la noticia del cierre de ese café que iba a llevarlo bien afuera sobre el mar, hasta qué punto no podría él sustraerse, ni tampoco sustraer su trabajo, del entorno urbano; hasta qué punto ese trabajo pertenecía a la ciudad en la que Benjamin se encontraba, incluso cuando esa ciudad fuera San Remo, y no una de las grandes capitales europeas.

2. La ciudad, las ciudades
Hay algo de equívoco en cualquier consideración que se haga sobre la cuestión de la ciudad en Benjamin, porque Benjamin no ha construido un único modo de pensar las ciudades, ni tampoco se ha ocupado de una única ciudad. Esa tendencia a la unificación implica fatalmente unasimplificación del asunto. Es, por cierto, más que sabido que en la obra de Benjamin hay una ciudad que se constituye en la ciudad por excelencia para su interés en el análisis de la modernidad, y que esa ciudad es París. El gran proyecto crítico de Benjamin, el de la Obra de los pasajes, estaba dedicado a París, tanto que, de hecho, en 1935 trocó su nombre por el de París, capital del siglo XIX. Benjamin redactó diversos textos preliminares para ese gran proyecto, que quedaría trunco: “París, capital del siglo XIX” (1935), “El París del Segundo Imperio en Baudelaire” (1938) y “Sobre algunos temas en Baudelaire” (1939). Pero ya entre estos tres textos, todos ellos referidos a París en términos de una vasta indagación acerca de la prehistoria de la modernidad, se verifican apreciables diferencias, ajustes metodológicos y cambios de enfoque, y sería un error pensarlos como una única formulación. Es decir que no sólo no hay en Benjamin una teoría de la ciudad, sino que ni siquiera hay una única aproximación crítica a la ciudad de París. Muy a menudo, sin embargo, se han tomado determinadas nociones de estos textos de Benjamin (la de flâneur, la de fin de la experiencia, la de la ciudad como laberinto, la de shock) y se las ha extendido con toda decisión, no ya a la mirada urbana en general de Walter Benjamin, sino a la obra de cualquier otro autor donde aparezcan una gran ciudad, una multitud, un caminante (cosa que, como se comprenderá, ocurre con toda frecuencia).
Los textos sobre París son, desde luego, centrales en la teorización de Walter Benjamin acerca de la ciudad; pero no son los únicos, ni son homogéneos, ni suponen una sola manera de considerar la cuestión de “la” ciudad. Ciertamente ajeno a esta inclinación por lo uniforme, Benjamin dispone un mapa diverso con ciudades distintas. Y él mismo proporciona las coordenadas de ese mapa. En el Diario de Moscú, con fecha de 15 de diciembre de 1926, Benjamin anota: “Una zona recién se conoce cuando se la ha experimentado en lo posible en muchas dimensiones. Hay que haber ingresado a una plaza desde los cuatro puntos cardinales para poder poseerla, y haberla abandonado también en esas cuatro direcciones. De lo contrario, se le cruza a uno en el camino de la manera más inesperada tres, cuatro veces, hasta que se está preparando para tropezar con ella. Un estadio más y se la busca, se la usa como orientación”.
Puede decirse, entonces, que hay en Benjamin un orden espacial bien delimitado; pero ese orden espacial no se define en una sola ciudad, ni siquiera en París, sino, en todo caso, en una “ciudad” imaginaria e imposible que integra y contiene al menos cuatro ciudades. Susan Buck-Morss ha señalado cuáles son esas cuatro ciudades, y las ha situado sobre los cuatro puntos cardinales que Benjamin consideraba imprescindibles para “poseer una plaza”, para conocer una zona: “En lugar de un simple `camino hacia Moscú’ –dice Buck-Morss–, este orden incorpora los cuatro puntos cardinales. Hacia el Oeste está París, origen de la ciudad burguesa en el sentido político-revolucionario; hacia el Este, Moscú marca el final en el mismo sentido. Al Sur, Nápoles ubica los orígenes mediterráneos, la infancia arropada en el mito, de la civilización occidental; al Norte, Berlín representa la infancia, arropada míticamente, del propio autor”.
Si hay “una” ciudad en Benjamin, es esta ciudad múltiple e inexistente, esta “zona” compuesta por otras ciudades. Para poseer tal zona hay que entrar en ella, y salir de ella, por los cuatro puntos cardinales, que aquí son esas cuatro ciudades reales en las que Benjamin ha estado y ha escrito: París, Moscú, Nápoles, Berlín. Estas ciudades definen cuatro momentos históricos decisivos: dos formas de origen histórico (uno social, el de la civilización de occidente; uno personal, el del propio Benjamin) y dos formas de ruptura histórica (una revolución de la burguesía, la revolución francesa; una revolución proletaria, la revolución rusa). Estas ciudades definen además, en la escritura de Benjamin, cuatro variantes genéricas: los textos críticos (París), el diario de viaje (Moscú), la “reseña de turista” (Nápoles) y los textos autobiográficos (Berlín). La multiplicidad de las referencias urbanas se resuelve también, por lo tanto, en la multiplicidad de los registros del discurso y en la multiplicidad de posiciones y miradas del sujeto. Esa multiplicidad, que muchas veces deriva en contradicciones o en ambivalencias, no debe diluirse, por mucho que se hable de “la” ciudad en Walter Benjamin.

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