EL EXTRANJERO
Con Exit Ghost se reedita en la canonizante Library of America la trilogía de Nathan Zuckerman, el obvio alter ego de Philip Roth. Y esto a la espera de su (supuesta) despedida anunciada en castellano para 2008.
› Por Rodrigo Fresán
Acaba de salir, para neófitos y fetichistas, la reedición en la consagratoria e inmortalizante Library of America –cuarto volumen de sus obras completas– de Zuckerman Bound: A Trilogy and Epilogue: antología publicada originalmente en 1985 conteniendo las novelas The Ghost Writer (1979), Zuckerman Unbound (1981), The Anatomy Lesson (1984) rematando con la coda The Prague Orgy. Y todo está como estaba y siguen siendo grandes novelas (en especial la primera de ellas).
Pero lo que ahora importa –con, una vez más, elegante y efectiva portada tipográfica diseñada por el gran Milton Glaser– es la edición de Exit Ghost. La supuesta (nunca se sabe, siempre habrá tiempo y espacio para un Zuckerman Reborn) despedida de Nathan Zuckerman, transparente alter ego de Roth que aparecerá en castellano (Mondadori) en el 2008.
Y aunque a varios críticos no les haya gustado demasiado (de acuerdo, no está a la vertiginosa altura de Pastoral americana o La mancha humana, pero tiene el triste encanto de contemplar a alguien cubriendo o amortajando con sábanas a muebles y personajes en los que ya nunca volverá a sentarse a escribirlos) vale la pena degustarla de a poco y disfrutar del admirable modo con el que Roth cierra el círculo retomando personajes de The Ghost Writer (publicada en su momento por Argos Vergara con el caprichoso pero jamesiano título de La visita al maestro).
Aquí, Zuckerman retorna a Nueva York once años después de un largo retiro campestre provocado por anónimas amenazas de muerte –comarcas del Massachusetts rural donde básicamente fue el recopilador de las historias ajenas– para tratarse su castigada próstata mientras relee La línea de sombra de Joseph Conrad. De regreso en la ciudad que nunca duerme, el horror de los teléfonos móviles, la ropa escueta de las adolescentes y una un tanto inverosímil desconexión absoluta con la realidad (y en la que el homenaje funerario a George Plimpton suena un tanto inverosímil y como injertado y gratuito). Abundan también las descripciones sobre usos e incomodidades de pañales geriátricos, inyecciones de colágeno en la vejiga y el aroma de la orina derramada y, enseguida, el veterano novelista es atrapado por el propio y distante pero súbitamente próximo pasado.
Allí, en una ciudad a la que le faltan dos torres muy altas y que se repone de la catástrofe de la reelección de Bush Jr. –Zuckerman se reencuentra con Amy Bellette (aquella supuesta Anna Frank sobreviviente y alucinada por el principiante Nathan, ahora anciana y entre zombi e iluminada por influjo de un tumor cerebral) y con Richard Kliman, un joven y feroz biógrafo–. Una y otro poseídos por la sombra fantasmagórica del cuentista S. I. Lonoff, alguna vez maestro de Zuckerman y claramente –o más bien claroscuramente– inspirado en las figuras tutelares de Saul Bellow y Bernard Malamud; aunque aquí el "secreto" del incesto con una hermana aluda directamente a Henry Roth, figura sobre la que Philip Roth alguna vez pensó escribir una novela.
En resumen: una –otra– obra crepuscular tras la estela de las ya crepusculares El animal moribundo y Elegía. Un libro/despedida/diatriba con mucho de greatest hits pero que no produce la impresión de repetir ritmos agotados sino, por lo contrario, ofrecer nuevos arreglos. Así, los viejos y conocidos motivos argumentales (con las Cuatro últimas canciones de Strauss funcionando como soundtrack) aparecen remezclados y digitalizados y más brillantes que nunca. Revelando "sonidos" que estaban perdidos en la mezcla original y que ahora salen a la superficie y nos deslumbran con nuevos acordes y significados. Música donde destaca la preocupación de Zuckerman o de Roth –tal vez abriendo el paraguas ante la inevitable tormenta que inevitablemente caerá; "el reduccionismo biográfico del periodismo cultural", leemos por ahí– en cuanto al uso o desuso que se hace de los escritores muertos. Maniobras oscuras y vulgares, acusa Roth, donde parece primar el análisis de lo sucedido en la non-fiction por encima de la fiction y así Exit Ghost acaba musicalizando el mismo misterio rothiano de siempre: ¿dónde empieza el personaje y dónde termina el creador? y, al final, qué es lo que vale: ¿la vida o la obra?
Nada nuevo, dirán algunos.
El Philip Roth de siempre (cada vez más sabio y acaso más amargo y desencantado ante el estado de las cosas), digo yo.
"Somos fantasmas atestiguando el final de una era literaria", dice Amy Bellette a Nathan Zuckerman que le dijo E. I. Lonoff para que Philip Roth nos los diga a todos nosotros.
Uno de esos libres tristes de escribir, supongo.
Uno de esos libros, seguro, felices de ser leídos.
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