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Todorov dijo alguna vez de la literatura francesa que “es solipsista, nula y desesperante”. En los últimos meses se han publicado en la “patria de las luces” numerosos ensayos que indagan en la situación actual de la novela francesa y su oscuro futuro ya que denuncian, por ejemplo, que con la caída del estructuralismo y el nouveau roman, y el auge de la escritura autobiográfica, desapareció la literatura comprometida con la sociedad. Por ese motivo, el diario Le Figaro convocó a los escritores y editores Richard Miller y Jean-Marc Roberts. Y si bien tampoco ellos aportaron demasiado optimismo, al menos matizaron las opiniones más depresivas. Richard Millet declaró que “ningún movimiento es responsable del empobrecimiento de la literatura, y la prueba es que hay obras maestras en la literatura nihilista y formalista; por otro lado, La recherche de Proust y Viaje al centro de la noche de Céline son, a su manera, obras autobiográficas. Lo que constituye a un escritor no es su sensibilidad política ni un género literario, por eso Zola y Hugo son inferiores”. A su vez, cuando le preguntaron por la confusión de géneros, contestó: “Es responsabilidad de los periodistas culturales que dejaron de ser críticos. Nadie diría que una novela de Philip Roth o de Kundera son malas”. En cuanto a la masiva llegada de libros de la última rentrée francesa, argumentó: “La función de la novela no debe ser la promoción social, los verdaderos escritores se cuentan con los dedos de la mano. La literatura está siendo amenazada por la diversión”. La opinión de Jean-Marc Roberts coincide en muchos puntos con la de su colega. Por ejemplo en acusar a los periodistas de anunciar constantemente la muerte de la literatura francesa: “El talento y el genio no tienen género ni sexo, y la escritura biográfica no es un principio. Nosotros editamos a autores tan diversos como Philippe Claudel, Nina Bouraoui o Christine Angot y, en cuanto a la tesis que exhorta a los escritores a comprometerse, pienso que los malos libros son los que tienen justamente una intención: una buena novela no aporta ninguna respuesta sino que, por el contrario, plantea preguntas nuevas”. También está de acuerdo con la falencia de los críticos: “No hacen su trabajo, clasifican rápidamente y no ven nada salvo cuando aparecen fenómenos evidentes como Houllebecq o Jonathan Littell”. En cuanto a la rentrée, dice: “Prefiero que haya 600 novelas y no 35, aunque cada vez hay más editores poco exigentes. Después del Goncourt que ganó Jean Rouaud (1990), muchos que no tienen idea de nada publican con la esperanza de sacarse la grande, y eso sin ni siquiera hablar de los concursos que premian lo que el público ya eligió previamente. En fin, el balance parece bastante reservado: “Soy optimista con respecto a la novela, pero muy pesimista con respecto a esta época profundamente antiliteraria. Y lo peor son los blogs: no solamente no se lee sino que ahora tampoco se vive. ¡Prohibamos los blogs! Los grandes lectores están desapareciendo, pero no hay que ser tan pesimistas: por lo menos existen los libros”.
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