› Por Angel Berlanga
El mes pasado Sylvia Iparraguirre abrió en Manchester el congreso internacional “Patagonia, mitos y realidades”. Aunque ya no escribe sobre ese territorio y sus personajes –hoy trabaja en una novela “puramente urbana”–, algunos de sus libros anteriores –La tierra del fuego, El país del viento y el ensayo socio-histórico Una biografía del fin del mundo– la siguen vinculando a lo que define como un lugar en su vida. “Me pidieron que coordinara la mesa de literatura, pero el encuentro abarcó las más diversas cuestiones –cuenta–. Desde cada una de las ponencias se hizo un acercamiento al título de la convocatoria: se trataba de deconstruir el mito, de desarmarlo y desarticularlo. En esa dirección trabajaron incluso muchos de los participantes ingleses que expusieron sobre sus compatriotas viajeros; hasta el siglo XIX sólo existió el mito, su acrecentamiento y enriquecimiento, que empieza con Pigafetta, el narrador-escriba de Magallanes. No hay que olvidar que los hombres que llegaban hasta aquí tenían una estructura mental todavía medieval que proyectaba sobre la Patagonia un imaginario de zoología, monstruos y gigantes que permanecía, residual, en esas cabezas. Ahí aparece el mito de los patagones, las tormentas de olas infinitas, los monstruos marinos. Claro, veían cosas nuevas, y como dice Agamben, ‘cuando lo que se ve pertenece al orden de lo extraordinario, no puede transformarse en experiencia compartible’, no se puede relatar. Hasta ese momento la historia patagónica aparece fragmentada en cuadernos de bitácora, informes de balleneros y foqueros, reportes misioneros, viajeros de toda índole, pero no hay un corte, no hay una historia formulada. Recién con la conquista de Roca en 1879, llamada eufemísticamente del desierto, como para exorcizar e ignorar a los habitantes milenarios, aparece una historia, se cuenta como tal. Incluso hay un personaje que va con Roca, un periodista, que dice curiosamente que se trata de una conquista Santa, una lucha del bien contra el mal, un calificativo que en esta era mesiánica tiene curiosos ecos. Pero atrás de esa percepción todavía actual de lo mítico y de ese arrasamiento hay realidades concretas: la del puestero que se levanta a las cuatro de la mañana para llegar cuatro horas después al casco de estancia en Tierra del Fuego, o lo que cuenta Sorín en Historias mínimas, que toma esos largos desplazamientos de sus personajes, todos movidos por el tema de la televisión, que llega al bolichito o al almacén de ramos generales pero no a las casas, porque en muchas no hay energía eléctrica. Estas realidades son muy gráficas y nítidas respecto al tema de la modernidad en la Argentina, completamente discontinua. Consumimosdiscursos sobre la posmodernidad y en el país, en sus bordes, no ha llegado ni siquiera la modernidad.”
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