Su trabajo reciente, aparte de la novela sobre el psicoanalista, incluye una película.
–Estamos en posproducción. Se trata de dos hombres bastante viejos, y de una niña de dieciocho años que es la sobrina de uno de ellos. Yo acostumbro desayunar con amigos una vez por semana, y hablamos de cosas como “ufa, anoche no pude dormir”. Y otro le dice, “Mirá, tomate estas pastillas que son bárbaras”. Otro dice que tiene que ir a ver al médico. Parecemos salidos de un pasillo de hospital. Eso me dio material para el guión. Largamos con estos dos viejos en un café, quejándose. Y luego entra a su mundo esta niña de dieciocho años, para quedarse. Hay que ver el efecto que tiene en la relación de los dos viejos. Los actores son bastante viejos. Uno es Peter O’Toole, que tiene 74 años. El otro es Leslie Phillips, que anda por los 85. Son los personajes. El film se llama Venus. La chica se va a quedar en lo de Phillips, y él cree que van escuchar Bach y hablar de teatro. En un par de días ella le hace trizas la vida, lo vuelve loco, y se la manda a Peter O’Toole, que decide salir con ella a todas partes. Me gusta una película de viejos que tienen éxito con las pendejas. Durante la filmación Peter O’Toole se rompió la cadera. Tuvimos que parar. ¡Qué pesadilla! Tuvimos que esperar hasta que tuviera dos piernas que funcionaran. Pero es un hombre divertido, no tiene miedo de admitir su edad. También trabajamos con Vanessa Redgrave, que es otra con problemas de cadera. Creo que entre seis actores había una sola cadera, la de la niña. Los demás parecían estar hechos de plástico.
Tengo la impresión de que a los ingleses no les gustan mucho os intelectuales.
–A los ingleses les gustan los escritores. Creo que no quieren verlos como intelectuales. Sin embargo, cuando el dramaturgo Harold Pinter ganó el premio Nobel en 2005 hizo un discurso atacando a Bush y a Blair. Mucha gente aplaudió a Pinter por expresarse como intelectual. Es un independiente sin partido. Fue un alivio que alguien con estatura intelectual se manifestara contra el gobierno. A los ingleses no les gustan los intelectuales a la francesa, es decir que es imposible entenderlos porque silban en la estratosfera. Sin embargo hay una tradición intelectual británica como la de Bertrand Russell y George Bernard Shaw. Es mucho más lisa y llana, y más conectada con la realidad social.
Su obra Duerme conmigo parece ser un reflejo de las malas relaciones entre los sexos en Inglaterra.
–Algo que ha sucedido desde los ’70, cuando colapsó la industria manufacturera y comenzaron a surgir los medios y la era digital, es que gran número de personas debió buscar trabajo en un mundo mucho más superficial y acelerado. Clases media baja y media crecieron, se abrieron a la vida metropolitana, y al entretenimiento. Eso tiene su efecto negativo sobre muchas relaciones, incluidas las de hombres y mujeres, las relaciones entre padres e hijos. Pero también una obra de ficción es una proyección, una exageración. Cuando escribí El Buda en los suburbios, la gente me decía qué bien que la debía pasar en mi barrio. Era un barrio igual al de ellos, donde uno se pasaba un domingo aburrido mirando televisión en una tarde lluviosa. Pero los medios hicieron parecer que siempre había algo mejor.
Siendo un hombre apuesto, ¿qué mira Kureishi en las mujeres?
–Eh, ¿me está pidiendo ideas? No sabría cómo responder. Es difícil decir qué le gusta a uno en alguien cuando le gusta. Algunas veces uno tarda en elaborar las preferencias. Uno puede decir que me gustan por ser inteligentes, lindas, o graciosas. Es una experiencia muy intuitiva. Quizá lo que más nos guste de las mujeres es que se apasionen por nosotros. Es la mejor parte.
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