› Por Catherine Millet
No habría podido darle a este libro la orientación que tuvo si no hubiera tenido la experiencia de escribir una obra autobiográfica y si esa obra no hubiera tenido toda la repercusión que tuvo. La primera vez que me preguntaron, y la escena se repetiría muchas veces, si había escrito ese libro para poder conocerme mejor, me quedé pasmada. ¡Nunca había pensado en eso! Tuve ganas de responder que, por el contrario, lo había escrito para no tener que conocerme.
Me hubiera encantado apropiarme de la siguiente declaración de Dalí: “He encontrado muy temprano, y por instinto, la fórmula de la vida: hacer que los otros acepten, como naturales, los excesos de nuestra personalidad y descargarnos de nuestras angustias creando una suerte de participación colectiva”.
Mientras que, a partir de ahora, las nuevas tecnologías nos ofrecen la posibilidad de fundirnos en una masa de píxeles en constante reorganización, de ensanchar por teletransportación nuestra presencia en el mundo y en la vida de los otros, y que de todas maneras nuestros conocimientos acerca del ser humano nos deberían hacer abandonar la idea de un sujeto monolítico, resulta extraño, y según mi punto de vista lamentable, que eso suceda como una reacción a la moral y al miedo que nos obliga a identificarnos completamente. Eso nos obliga a “encontrarnos”, a expresar “nuestra verdad interior”, a desconfiar de las influencias que nos impiden “ser nosotros mismos”; el resultado es que esta actitud es una fuente de conflictos y sufrimientos.
El método paranoico-crítico se aplica de la misma forma a las personas y a los objetos, gracias a su virtud de ser contagioso. Dalí ponía ahí su fuerza de persuasión y Lacan reconocía que la paranoia podía ser un factor de “comunión humana”.
Desde hace algunos años, ha evolucionado la opinión que sobre Dalí y su obra tienen los círculos intelectuales y artísticos. Esto se debe en primer lugar al trabajo realizado por críticos e historiadores, sobre los cuales me he apoyado al escribir estas páginas y que liberan a Dalí tanto de la prisión dorada del surrealismo como del placard en el que lo confinó el payaso reaccionario. Muchos artistas dicen ahora la importancia que tuvo en sus obras Dalí, sobre todo en el período fundamental que ha decidido su vocación. De hecho, Dalí es un gran consejero. No solamente, como ha tenido que precisar él mismo, porque no estaba loco –”la única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”– sino también porque era un sabio.
Este es un fragmento del epílogo que Catherine Millet escribió en su libro Dali et moi (Gallimard, 2005), todavía inédito en castellano
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