› Por Juan Pablo Bertazza
Una de las características más extrañas y estudiadas de los clásicos dibujos animados (especialmente los de Disney), es la abundancia de parentescos secundarios –tíos y sobrinos, sobre todo, pero también primos– en detrimento de las relaciones filiales. Para Ariel Dorfman, en su ya legendario Para leer al Pato Donald, esa especie de lateralidad sanguínea busca borrar el pasado y la historia de sus personajes: al carecer de progenitores, carecen también de día de nacimiento y, por lo tanto, de fecha de defunción. Es así que, de episodio en episodio, todos se mantienen incólumes, imperecederos como si no pasara el tiempo, como si el universo y todas sus vicisitudes se redujera a un largo y ancho único día. El objetivo final de semejante estrategia, según estos ensayos, no sería otro que el de borrar toda marca de la Historia, de pugna de clases, postulando una edad utópica cuyo único mesías sería ni más ni menos que el capitalismo salvaje.
En Missing, la novela-investigación de Alberto Fuguet, sí hay padres e hijos pero esos padres constituyen figuras débiles y desautorizadas por un escritor totalmente obsesionado, en cambio, por un primo llamado Eddie y, sobre todo, por su tío Carlos Fuguet que, según el mito familiar, se perdió; es decir, desapareció del mapa, dejó de atender el teléfono, decidió suicidarse de su núcleo familiar sin por eso perder la vida. Varias veces preso, casado y divorciado, las razones que baraja el libro para explicar esa huida van desde el trasplante de país que sufrió el tío (de Chile a los Estados Unidos) hasta una fatídica conversación telefónica en la que su padre (el abuelo del Fuguet escritor) le escupe: “deja de existir, no existes para mí, sólo me has traído problemas, no quiero verte más, no me interesa que seas hijo mío”.
La cuestión es que Fuguet, uno de los fundadores de McOndo, aquella antología que buscaba apartarse del boom latinoamericano para generar un acercamiento a la cultura norteamericana, adopta esa figura del tío tan propia de la industria del entretenimiento de Estados Unidos para resignificarla, despojándola de sus intenciones políticas y exprimirle a fondo su estética. Y así como por ese entonces se alejaba de Gabriel García Márquez, para sumergirse en el tema de la escritura familiar (ya en las primeras páginas), Fuguet intenta despegarse ahora de uno de sus más ruidosos cultores latinoamericanos, Jaime Bayly: “la idea no es vengarse ni ventilar cosas porque sí, andar de rebelde. Aquí no hay un afán exhibicionista, sólo dudas, curiosidad, historia.”
Sin embargo, más allá de centrarse en la figura de su tío errante (que, para complicar aun más la búsqueda, tiene el mismo nombre que un hermano mayor, que murió apenas nacido), gran parte del interés de esta novela pasa no tanto por la incógnita sobre la vida de esta oveja negra del clan Fuguet sino por saber cuál es el motor que determina la búsqueda desesperada de parte de su sobrino: ¿Se siente identificado con él? ¿Extraña los días en que compartían películas como, precisamente, Missing? ¿O se trata, por el contrario, de un capricho literario que intenta buscar un mito fundacional?
Aunque resulte agotadora esa vieja distinción entre autor de un libro y narrador del texto, en este caso vale la pena tenerla en cuenta. Si bien parte de la crítica concluyó que Missing es la novela más madura de Fuguet, es notable cómo el libro expone la inmadurez de ese sujeto obsesionado por buscar a su tío a toda costa sin saber bien por qué, algo así como un niño fascinado con un dibujito del que sólo puede ver su apariencia.
La misma diferencia habría que tener en cuenta a la hora de pensar el encuentro entre tío y sobrino en Denver: si bien es cierto y hasta interesante que suceda tan rápido en cuanto al argumento, no lo es para la novela, ya que desperdicia el misterio sobre su paradero. Para compensar, Fuguet –quien vendría a ser algo así como el más experimentador de los nuevos escritores clásicos– arriesga con la forma: le da lugar a la voz del tío Carlos Fuguet contando gran parte de su vida y exilio familiar en forma de verso escandido, dando una nueva vuelta de tuerca a las relaciones ya muy exploradas entre ficción y no ficción (“quise hacer una novela de no ficción”, explicó en su momento Fuguet). Justamente, cuando cae el ritmo y disminuye el atractivo de la figura no tan inhallable de Carlos Fuguet, aparece en todo su esplendor la inmadurez de quien emprende la búsqueda, la madurez de Fuguet como escritor. Investigación o pura novela, Missing constituye un nudo ya imposible de desatar entre ficción y realidad, a tal punto que cuesta discernir qué palabras corresponden al tío y cuáles son las palabras del sobrino; hasta qué punto su encuentro implica un encuentro y no un intercambio sordo en que los dos hacen su negocio: el tío logra que su familia finalmente hable de él, el sobrino logra que el tío le diga sólo lo que él quiere escuchar.
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