› Por Rodrigo Fresán
Hay que ser muy pero muy audaz para intentar una novela que parezca escrita a medias por Saul Bellow y Philip K. Dick. Y Jonathan Lethem (Nueva York, 1964, hombre de Brooklyn por opción y convicción) no sólo es audaz sino que, además, contó con el suficiente (mucho) talento como para conseguirlo en Chronic City.
Así, aquí viene el perturbado y perturbador Perkus Tooth: inspirado por el legendario y mitómano crítico Paul Nelson y recordando tanto al enciclopédico Joe Gould de Joseph Mitchell como a los paranoides y obsesivos Von Humboldt Fleisher o al Herzog del ya mencionado Bellow. Y aquí viene también su súbito e inesperado colega Chase “El Hombre Más Triste de Manhattan” Insteadman: alguna vez actor infantil de renombre y hoy más que nada conocido (recuerden y no olviden nunca al Dr. Bloodmoney de Dick) por ser el prometido de Janice Trumbull, bella astronauta atrapada en una estación espacial desde la que envía desorbitados mensajes amorosos. Y, sí, típico guiño marca Lethem: la chica se apellida igual que el director de efectos especiales de 2001: una odisea espacial.
Como telón de fondo en primer plano, lo del título: New York como ciudad crónica, como hoguera de excentricidades donde cualquier cosa puede suceder.
Y este tipo de mixturas y transferencias no son novedosas en la ya considerable obra de Lethem sino, desde siempre, su rasgo principal. Ahí está esa fusión de Centauros del desierto con space-opera en Paisaje con muchacha, de Chandler con canguros mutantes en Gun, with Ocassional Music, de física cuántica con romanticismo académico en Cuando Alice se subió a la mesa, de noir con comedia à la Coen Brothers en Huérfanos de Brooklyn, de comic-book con novela de iniciación en La Fortaleza de la Soledad, de rock con abulia generacional en Todavía no me quieres. Y no olvidar abundantes textos autobiográficos, sus guiones para novelas gráficas o sus ensayos (a destacar aquel polémico en el que defendía el derecho al plagio como forma de influencia) donde la baja y alta cultura bailan en un frenesí de referencias y de sonidos aparentemente irreconciliables imponiéndose siempre el aria de una infancia bohemia, ilustrada y voraz y, aseguran los que gustan de psicoanalizar de lejos, la temprana muerte de su madre.
Y es esta voracidad de Lethem –sus irrenunciables ganas por contarlo todo– la que vuelve a destacar y definir a Chronic City como gran novela neoyorquina. Una alucinada comedia social en la que la metrópoli refulge como oasis y espejismo al mismo tiempo. Lethem (tal vez junto al desaparecido David Foster Wallace, a quien se homenajea aquí en la figura de Ralph Warden Meeker, autor de la mega-novela Obstinate Dust (La bruma indistinta, en la traducción); Michael Chabon, el narrador más prestigioso y prestigiado por premios de su generación; y el gran Rick Moody en The Diviners) persigue aquí lo que tantos otros, desde John Dos Passos y pasando por Tom Wolfe, buscaron antes: la Novela Total Made in NY a la que quiere presentar, según dijo en entrevista, como “una de esas bolas de cristal con nieve dentro”.
El resultado es inequívocamente lethemiano y (valga mencionar el que la temida crítica de The New York Times Michiko Kakutani destrozara a Chronic City en las páginas diarias del periódico mientras que su influyente suplemento dominical la escogiera como una de las cinco mejores ficciones del 2009) no apto para ese lector al que le confunda o fastidie el comenzar una novela realista que, enseguida, deviene realidad virtual. Algo que, a medida que pasan los capítulos, provoca la creciente sensación de hundirse entre las sábanas de un sueño con los ojos bien abiertos.
Es entonces cuando comprendemos que la Manhattan de Lethem no es la nuestra, aunque –perdiéndonos y encontrándonos por calles y avenidas y penthouse de millonario y oficinas de la nunca del todo bien ponderada Criterion Collection y sótanos underground de Chronic City– pronto lo sea. Al igual que Perkus Tooth recortando y reordenando las noticias del diario para así averiguar lo que verdaderamente sucede y retipiando los artículos de The New Yorker para no ser influido por su tipografía, Lethem refunda una urbe legendaria. Y nos invita a un literal y literario Manhattan Transfer. A una aberración geo-psicotrónica presentada aquí como colosal leyenda urbana en la que un tigre colosal y destructor anda suelto por sus parques, una niebla gris cubre el distrito financiero de Wall Street desde hace años mientras todos fuman una potente variedad de marihuana conocida como Chronic, proliferan los condominios para perros, no dejan de aparecer personajes con nombres pynchonianos, se rastrea a unos “calderos” a los que se les atribuye propiedades de Santo Grial y crecen los rumores sobre robots cavadores de túneles. Y se camina y se corre pero finalmente –más allá de la vuelta de tuerca final y posmoderna, por encima de sofisticadas elipsis y epifanías, por su construcción de matrix fraternalmente marxiana– lo que se impone e impone en Chronic City, como en La Fortaleza de la Soledad, es algo tan sencillo como sentido: el modo en que la más correcta de las personas incorrectas puede cambiarte para siempre y, tal vez, para bien, para mejor.
Y, pienso, ahí reside la rara y particular inteligencia de Lethem: hacernos saber que lo freak y lo conspirativo puede ser, también, emocionante y sentimental sin por eso privarse –como en El hombre en el castillo, como en Son más los que mueren de desamor– de fantasear con cierto orden y lógica más allá de nuestra comprensión. Y así soñar despiertos con una versión corregida y mejorada –no confundirla con nuestra realidad, por favor– donde ganen los buenos y los inteligentes y en la que Nueva York sea una ciudad normal.
Bueno, no tanto.
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